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martes, 12 de agosto de 2014

Pito, pito, cirolito...



Postulaba un estimado amigo, de cuyas charlas suelo acordarme, que lo que más nos diferenciaba como personas no es el color de la piel, ideas, creencias, gustos u otros rasgos superficiales; lo que más nos hace distintos y también lo que más nos une es el habla, el lenguaje; la educación y vocalización de los sonidos que nos desarrollan como sociedad. Según la revista Muy Interesante, pudiera haber entre 3.000 y 5.000 lenguas distintas; otras fuentes, como The Ethnologue: Languages of the World, sube la cifra a 6.909 en el año 2.009, aunque se calculan “solamente” unas 600 que cuentan con más de 100.000 hablantes. Se dice que el “español” está en cuarto puesto, tras el chino, el inglés, y el hindi. Las comillas son por el problema que supone definir “español”, y supongo que con otros grandes idiomas también suceda, que si por ejemplo un mejicano habla su español con un onubense, tendrán el mismo idioma pero seguro que les costará entenderse hasta en las cosas sencillas y mundanas. Son cosas de acentos y dialectos, de cambios de nombre para las mismas acciones u objetos, de herencias lingüísticas ancestrales que complican el básico entendimiento, aunque también en ese galimatías está la riqueza de la lengua.

“Eso no se dice”, es sentencia de muchos cuando oyen palabras nuevas o distintas, sin pararse a pensar la cantidad de personas que se expresan de esa forma, y así lo han hecho desde tiempos inmemoriales: son palabras transmitidas oralmente, con adaptaciones y cambios propios del uso y mezcla de distintas generaciones. Todas me parecen válidas, aunque no figuren en ningún diccionario; razón de más para preocuparnos por su posible desaparición. Los académicos de la RAE, desatinadamente según mi opinión, se fijan más e incluyen los nuevos hablares de la calle mezclas de otros idiomas que las propias de viejas lenguas, verdaderas cunas de nuestro “español”.

Menos mal que siempre quedan enamorados de su tierra y costumbres para recoger y perpetuar con un libro la forma de hablar de sus vecinos, que puede ser notablemente distinta como he dicho, en unos kilómetros a la redonda. De cerca me queda mi querida Valdería y su peculiar español o leonés, o quizás deberíamos decir “valderiense” para poder concretar el contenido del trabajo publicado por Isidora Rivas Turrado, Voces del Éria, indispensable para cuantos apreciamos y disfrutamos del valle que riega este río de origen leonés que regala sus aguas al Órbigo en la zona zamorana de Benavente y los Valles. Un libro con forma de diccionario al que seguramente le faltan muchas palabras, pero no ilusión por impedir que el olvido arrastre ya a las recogidas hacia su oscuro cubil. Por eso el encanto de los ejemplos en el propio dialecto detrás de las definiciones, para encajar cada acepción en su contexto. Casi todas nos llevan en volandas a los recónditos rincones de la memoria, y nos traen nostálgicas estampas de un pasado, por qué no, feliz. Leer algunas palabras en sus frases invita a revivir momentos junto a personas queridas ya desaparecidas, es recrearse en perdidos sabores y olores, es detener el tiempo o incluso retroceder hacia viejos usos y costumbres.

Isidora comenzó a recoger palabras de una forma auténticamente leonesa, y con esa misma expresión: “A peto”. Ella misma la define como “a propósito, con deliberada intención, ex profeso, adrede, expresamente”, y nos lo adorna en la frase “vino a peto al mercao, a La Bañeza, por unas galochas…”. Ciertamente enérgico, de lujo, el comienzo. Junto a las palabras, incluye algunas frases hechas, contracciones, topónimos, nombres de útiles, de juegos, de medidas, de costumbres sociales o curiosas marcas para reconocer el ganado. Y como introducción añade varios de aquellos inclasificables versos, algunos carentes de sentido, con los que jugamos, cantamos, rezamos o simplemente repetimos, aprendidos hartos de oírlos y otros, gracias Isidora, volvemos a recordar de labios de quien bien nos quería y preocupaba de aportarnos entretenimiento y diversión. Una introducción breve, pero grata y generosamente ampliada en su segundo libro: “Pito, pito, cirolito” y sus “decires de memoria”. Los versos de siempre para que nunca se nos olviden. Dos libros indispensables para consultar y disfrutar, máxime por quienes vivimos aquellos ambientes que parecen tan lejanos y solo están en los albores de nuestra niñez.

Cuando lo oral se vuelve escrito, con sentimiento, un libro se vuelve mágico. Cuando además habla del terruño…

P.D.- Isidora Rivas Turrado nació en San Félix de la Valdería, y es licenciada en filología hispánica y filología francesa.




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