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miércoles, 29 de octubre de 2014

De "pendoneo" por la Valdería


Sábado soleado, buena temperatura, perfecto día para quedar a las puertas de mi querida Valdería con unos amigos para visitar y disfrutar de la magia que siempre rodea a los Pendones donde quiera que estén. Esta vez los pueblos elegidos fueron Felechares y San Felix, y los amigos Jose, investigador y editor de Pendoneros de León; Gelo, Procurador de la Tierra; y sus señoras, María Jesús y Flori, pendoneras. Cafelito indispensable en la gasolinera de Castrocalbón para sentar el cuerpo, que la mente estaba puesta ya en las enseñas que solo se exhiben localmente, y de ahí el interés en documentarlas y compartirlas al menos fotográficamente como valioso legado que son.

Primer pueblo, Felechares, entre los márgenes del Éria escondido, como los demás pueblos a los que riega las vegas y abastece sus caños de molinos harineros. Dignos de mención son sus arcaicos castaños de los Pedragales, los que proporcionaron sombra y alimento a tantas generaciones. Sin más dilación nos encaminamos a la Iglesia, que todavía acoge en su jardinillo al tradicional Mayo amarrado en lo alto de un chopo. Da gusto ver que todavía se dedique tiempo a estas ancestrales costumbres, aunque no hayan encontrado un rato para bajarlo para comienzos de junio. A las puertas de la iglesia, con ayuda de algunos jóvenes, de Sergio, presidente de la Junta Vecinal y de D. Jorge, cura párroco, desenvolvimos un precioso paño tricolor, sobre una vara de 8,20, rematada en cruz parroquial de 42 cm. Solamente sortea el viento en la romería de Santa Elena, cuando van a buscarla a su ermita y la devuelven tras nueve días de novena, día festivo que se hace coincidir con el primer fin de semana de mayo y es regionalmente conocida además por los campeonatos de motocross. Parece ser que nunca ha participado en ningún acontecimiento ajeno al pueblo, al contrario que la auténtica cruz parroquial, que antaño se subastaba para acompañar en la ida y vuelta a Astorga de la Virgen de Castrotierra. Curioso.

Segundo pueblo, San Felix. De aquí me gustaría destacar sus desusados molinos, situados a caballo del caño que se cuidaba con esmero para su gratuito alimento motriz. Todavía conocí el de la Tahona, el de las Seras, el Molinín, el molino l’aceite y el de la Marra. El molino l’aceite también era conocido como el de la luz, porque durante un tiempo por medio de una dimano se generaba energía para eclipsar los candiles y las velas de las humildes viviendas antes de los primeros tendidos eléctricos del valle. Puntuales, con los Pendones vestidos y floreados, nos esperaban sus veladores también en la Iglesia, para enseñarnos el importante número de cuatro y de distintos tamaños desde los 4,60 en disminución hasta uno pequeñito infantil. Aunque la sorpresa estaba en lo que llaman pendoneta, por su paño reconstruido altruistamente por un grupo de mujeres con lo aprovechable del pendón “viejo”, con seguridad centenario. Dos colores, rojo del realengo del pueblo y verde de valor demostrado, unidos con pasamanería dorada y entrecalada, y rematados con flecos también dorados. Posiblemente de seda damasquizada, por su especial tacto, y porque con la mínima brisa ondea con facilidad. La vara es de negrillo y lisa, de 4,35 de alto, del mismo árbol que la vara antigua que todavía se conserva en el techo de la sacristía, labrada en sus acanaladuras con pequeñas hornacinas y muy afectada por insectos xilófagos. Esta pieza estaba policromada con los colores del paño, tiene una longitud de 7,50 metros y parece que ya fue recortada para mejor manejo. Los cuatro Pendones se lucen en las procesiones de las fiestas del 13 de junio en honor a San Antonio de Padua y de las del 30 de agosto por su patrón San Félix. Tampoco participan en ninguna concentración, pese a la afición de algunos de sus jóvenes de desfilar con el Pendón de Calzada.

Y cerca del mediodía ya, saltamos la sierra de Carpurias para entrar en Fuente Encalada, donde a mis amigos les tenía reservada una pequeña sorpresa. Este pueblo no pertenece a la actual provincia de León, jovencísima cuando hablamos de Pendones; está situado en el originario y Regio León, y ya lo dice la gente: “No hay un pueblo de León, que no tenga su Pendón”. En el trastero de la Iglesia se conserva una vara de 6 metros de chopo del país, con 13 acanaladuras coronada con una pequeña cruz parroquial de bronce de 21 centímetros. La gente mayor del pueblo recuerda el paño, perdido entre las humedades y polillas de algún cajón desde que los cables eléctricos cruzaron las calles hace más de 70 años. Era rojo carmesí, con flecos y pasamanería dorados, y parece que hay cierta iniciativa por recuperarlo y volverlo a exhibir como siempre se hizo. Ánimo y enhorabuena por tan sabia decisión.

Terminamos la mañana en el bar, planeando nuevas indagaciones. Pronto volveremos por Vidriales, buscando en los trasteros el rastro de paños y varas, que haberlas “haylas”, y de faltar nos informaremos por las memorias indelebles de las personas mayores, que son documentos históricos de gran valor y rigor. Con tan buena compañía, da gusto rememorar nuestras eminentes raíces leonesas.


Felechares de la Valdería











San Félix de la Valdería











Fuente Encalada







martes, 21 de octubre de 2014

Antonio Cristo; Alcalde de los Mozos


Hubo una vez una ley a la que nadie se dignó poner nombre, y por la que jamás un papel sufrió borrón, porque tampoco fue escrita. Una ley por todos comprendida y conocida, aún careciendo de estudios, porque fue dictada por el sentido común precisamente para la convivencia educando el menos común de los sentidos. Fue enseñada junto a las primeras razones de forma oral; la mejor forma, queriendo, de aprender. Estaba basada en las opiniones de todos y en la obediencia a un líder, en el respeto a las tradiciones, y a la edad como fuente de sabiduría. Una ley que recogía un conjunto de viejas normas destinadas a un bien definido grupo, homogéneo y estable, los solteros varones de cada pueblo, “los mozos”, regidos y representados por un “alcalde” elegido por votaciones, y renovado o sustituido anualmente por el mismo sistema en base a sus aptitudes.

Mi vecino se llama Antonio, aunque es muy conocido en la zona por su apodo: “Cristo”. Y precisamente Antonio Cristo es recordado por largos años de alcalde de los mozos, y reconocido por su buena gestión al cargo de sus masculinos vasallos. He recurrido a su estupenda memoria y larga experiencia para conocer mejor las normas anteriormente señaladas.

Entre montones de anécdotas, algunas más incontables que otras, (juventud, divino tesoro), situó su reinado de casi una decena de años entre las décadas 50 y 60, desde su llegada al pueblo recién licenciado del servicio militar hasta su partida como emigrante, como muchos otros por aquel tiempo, en busca de futuro. De aquella, la cifra variable de mozos en Ayoó oscilaba anualmente en torno al centenar, entre los muchos nuevos que “pagaban la entrada” y los varios matrimonios que automáticamente causaban baja en el grupo. El día de Todos los Santos era el elegido para varias curiosas actividades; precisamente, con una comida, se el daba la bienvenida previo pago de una pequeña cantidad a los adolescentes que deseaban ingresar en tan solemne grupo. Este 1 de noviembre los mozos también estaban encargados de encordar para los oficios religiosos, igual que el día de Ánimas, al día siguiente. Pero más curiosa era la tradición de “sortear las mozas”. Ya aparecerán voces tildando el acto de machista, y sin embargo nada más lejos. Por riguroso sorteo se adjudicaba una moza a cada mozo, para que la acompañara cual caballero, de forma que ninguna, cualquiera que fuese su condición, quedara excluida ni menospreciada. Había incluso una comisión de seguimiento para que ningún acompañante hiciera caso omiso de sus deberes, bajo castigo y multa. Varias parejas nacieron de ésta práctica, porque era inevitable perder la timidez u otros perjuicios sociales; lo comprenderán mejor los de cuarentaitantos en adelante, y seguro será complicado hacérselo entender a los actuales adolescentes.
Por cierto, es curiosa la fecha del 1 y 2 de noviembre para estas actividades sociales; recordemos que ya los celtas celebraban solsticios y equinoccios, y sus cuatro intermedios. Para ellos estos dos días intermedios entre equinoccio de otoño y solsticio de invierno tenían la categoría de nuestro Año Nuevo, “Samhain”, y efectivamente los dedicaban a honrar a sus muertos. Por esto cabe preguntarse si estamos ante una tradición milenaria, un resto de ritos tribales ancestrales de renovación jerárquica.
O quizás todo sea más sencillo y natural, como la charla con Antonio, que nos recuerda otra fecha posterior señalada: 1 de Enero, nuestro Año Nuevo. Por entonces, la víspera, se volvía a poner en marcha la maquinaria juvenil para limpiar fuentes, pilos y lavaderos de suciedades y limos. Bajo la batuta del alcalde de los mozos se distribuían grupos de trabajo para ganarse el derecho de pedir el primer día del año, casa por casa, el aguinaldo y así celebrar una merecida comida, y cena si sobraba. Unos días más tarde, en la noche de reyes, y tras no muchos ensayos, los mozos volvían a reunirse para “cantar los reyes” exclusivamente al verdadero alcalde, al médico, al cura, al maestro, al secretario y al jefe de la Hermandad, que eran las autoridades y su propinilla bien sufragaba otra comida social.

En la Semana Santa los mozos, haciendo uso de su vitalidad, tenían la misión de hacer sonar las carracas para avisar de los oficios en los que no se deben tocar las campanas, los de Viernes y Sábado Santo hasta la Vigilia Pascual, en la que se representaban las “Tinieblas”. La oscuridad disimulada con las velas se veía atronada con las mayores carracas porteadas por fornidos mozos desde el presbiterio. Nos recuerda Antonio que una era tan grande como un “cañizo”, bastante más de un metro cuadrado, para orientar a quien desconozca esta pieza del carro. Al finalizar éstos, multitud de carracas contestaban por toda la iglesia, y el cura, que permanecía sentado, se levantaba y les obsequiaba con un aplauso, para proseguir con la celebración.

El primero de mayo llegaría con rapidez. Otra festividad celta, “Beltaine”. Aquí se mezclaba trabajo y estrategia. Era menester colgar “el mayo”; sí, pero también quitárselo a los de los pueblos vecinos y evitar que arrebataran el propio. Total, una noche en vela, con carreras, voces y riñas. En estos días también se organizaba una comida, que solía ser en el Robedillo, a base de pan y escabeche, regado con el vino que hiciera falta.

Para las fiestas patronales los mozos estaban encargados, y de hecho lo siguen estando, de la contratación de músicos que amenicen bailes y pasacalles. Nunca hicieron falta demasiados, apenas una dulzaina y una caja, para animar las largas veladas en Can Redondo. Bailes obligatorios de las bodas, en las que el novio invitaba a sus amigos mozos y la novia a las propias mozas. Así la fiesta estaba servida. Antonio también nos habla de la tradición del rosco, entregado por la madrina de la boda a los mozos para su exhibición y degustación. Pero había cierta “propiedad” de la novia por parte de la comunidad soltera masculina. Si el novio era de otro pueblo no se la podía “llevar” gratuitamente. El alcalde mandaba reunir a los mozos para pedirle “el piso”, una compensación monetaria por la “pérdida” de la moza. Las negaciones solían acabar en seria bronca, con desenlace siempre a favor de los mozos, por supuesto.

Este es otro artículo de los que no me apetece terminar, porque me ha llevado en volandas a tiempos pasados vividos con intensidad. Recuerdo mi ingreso, junto a un par de amigos, en los mozos de mi pueblo, Calzada de la Valdería. Era, y yo así lo recuerdo, como hacerse mayor de repente, de un día para otro. Pero dejar la niñez atrás no tenía que ser gratuito, conllevaba una serie de beneficios aunque también de obligaciones. Por ejemplo, eran voluntarios forzosos para acarrear la leña con que calentar, un poco más, la serie de fiestas o noches de reunión que hicieran falta. Voluntarios para recados, para soportar bromas… voluntarios para merecer el honor de respetar y hacer respetar el buen nombre del pueblo. Del pino conocemos la piña; con los mozos la pudimos sentir, al ser aceptados sin requisitos entre la élite de la sociedad que nos tocó vivir. Es una pena, pero bien está lo que bien acaba, aunque esto hayan sido los mozos, su alcalde y su ley. Gracias, Antonio; tu testimonio ha dignificado un poco más la historia de nuestros pueblos.





miércoles, 8 de octubre de 2014

Guardianes de pendones


Me encantaría acertar con las palabras adecuadas para dejar constancia, al menos en este modesto blog, del trabajo encomiable de dos amigos y compañeros en la espectacular tradición de exhibición de Pendones en el omnipresente Reino de León. Palabras precisas para dar a conocer a quienes altruistamente madrugan, preparan equipo, se desplazan, están pendientes e incluso asesoran y luego divulgan un año tras otro la importancia de estos acontecimientos. Es difícil, pero tengo que decirlo, porque algunas veces gente tan grande pasa inadvertida por darla por conocida. No debiera ser en este rincón, u otros parecidos; debieran los verdaderos medios de comunicación, al menos los autonómicos, hacerse eco para premiar públicamente tanto esmero e ilusión. Uno a través de la fotografía, otro por medio del vídeo, y ambos en las redes sociales o en YouTube contactan con facilidad con sus muchos seguidores para ofrecerles, allá donde estén, un documento resumido de los eventos sociales en los que se han enarbolado Pendones.
Me refiero a la pareja formada por José Antonio Ordóñez Martinez y Juan Manuel Díaz Silván, de Soto de la Vega y Santa Marina de Torre respectivamente. Fácilmente reconocibles en cuanto se participa en un par de desfiles; sociables, amigables, cordiales… atentos a lo que sucede, buscando la belleza por encima de lo bello para luego publicar con perfección lo perfecto. “Pendoneros de León” y “Pendones en” son sus espacios en Facebook, y el canal “annexxis77” en YouTube, imprescindibles de seguir para quienes amamos y compartimos tradiciones, y sobre todo para estar al día en éste ajetreado mundillo de los desfiles, en el que el mejor no es la envidia, el líder; el mejor es el orgullo del grupo.

Comprenderéis mejor mi admiración cuando añada que, el poquito tiempo libre del que pueda disponer Jose siguiendo esos Pendones (con mayúscula, tratamiento de respeto que ambos dan a tan venerables insignias) lo dedique a remover cajones, desempolvar cuartos y registrar estanterías en busca de más escritos para luego entregar la documentación a responsables o interesados, y asesorarlos sobre su historia. Los cortos días de lluvia o invierno le deberán parecer suspiros enfrascado en latinajos y manuscritos, tarea recompensada con algún nuevo hallazgo, otro documento perdido que le servirá para continuar si cabe con más entrega y pasión. Hay muchos que presumen, pero muy pocos, y casi en el anonimato, los que lo merecen. He aquí el motivo de este artículo.

Allí donde una vara desafíe la ley de la gravedad, donde el viento sacuda un paño, habrán estado y estarán estos guardianes de los Pendones para dejar constancia, de forma documental a través del vídeo y la fotografía, del hecho para su difusión aquí y más allá de los aledaños de nuestra tierra. Como no podía ser de otra forma, ellos también estuvieron en Vidriales, documentando la fiesta del 30 de agosto de este año 2014. También hubo madrugón; Jose llegó incluso antes que ningún pendonero, tiempo que aprovechamos para visitar el Santuario y comentar sus múltiples historias. A Juan le esperaba una hora de viaje, pero allí estuvo, desde el comienzo en San Pedro de la Viña hasta el final de la celebración. Jose nos cuenta con sus imágenes la romería desde estos enlaces:
Juan, en un elaborado montaje, nos ha obsequiado con su toque personal:
Pudieran parecer cosas sin importancia, pero la tiene, y mucha; porque nos dan la razón a cuantos trabajamos por conservar y mantener vivas esas tradiciones que nos hacen ser lo que somos y compartir cuanto tenemos. Gracias amigos, como vidrialés; como aprendiz y seguidor de Pendones; gracias por vuestro tiempo y aquí tenéis el mío, un espacio y un colaborador dentro de sus posibilidades para lo que gustéis; y gracias como leonés por conservar tan vivas las ancestrales y orgullosas enseñas leonesas. Nos vemos, siempre al lado del Pendón.