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domingo, 31 de mayo de 2015

De Geolodía por La Valdería.


Cuantas veces evitamos la belleza de nuestro entorno, suspirando con misteriosos paraísos lejanos, a veces en lugares problemáticos o por medio de costosos viajes. Algunos lo llaman “exclusividad” o “morbo” y en cierto modo tiene su valor “descubrir” nuevos mundos, nuevas culturas, pero sin menospreciar, claro está, nuestro propio patrimonio. Esta reflexión se explica muy bien con la ayuda de un viejo refrán: “Otro vendrá que bueno te hará”.

Pues han venido, de Salamanca, y para poner de relieve (nunca mejor dicho) la belleza natural, o artificial y milenaria de la comarca leonesa de La Valdería. La propuesta vino enmarcada en forma de excursión geológica, la que el mismo día se desarrolla a nivel nacional, el Geolodía. Dos guías, Javier Fernández Lozano y Gabriel Gutiérrez Alonso, reunieron en tiempo record más de 150 aficionados al tema, y de forma sencilla para los neófitos como yo, nos han explicado lo incomprensible, opinión ésta a mi parecer.

Arrancamos desde Castrocalbón, dirigiéndonos hacia sus arrabales; en dirección este, con un agradable paseo mañanero. El destino era Peña la Mora, un roquedal, donde se desarrolla una hermosa leyenda que ha llegado verbalmente a nuestros días a través de incontables generaciones. Un cuento con matices educativos, dirigida a los jóvenes de espíritu, que en otros tiempos saciaban (saciábamos) la natural curiosidad en expediciones para conocer el lugar que nos habían elegido para vivir. Cuántas veces la noche nos atrapó lejos de casa, embobados con unos nidos, los peces, o quien sabe qué cosas sorbían nuestra atención. Y también para quienes volvían tarde de las tareas, o con el ganado, por el angosto paso que forma Peña la Mora y la Masera de la Raposa. Como medida disuasoria se contaba en los seranos que allí, en la reguera que discurre entre ambos cuestos, al caer la noche se solía ver una joven y bella mora lavando ropa encima de alguna piedra lisa. Quienes se acercaran a la mujer, les contaría que era una princesa cautiva en una cueva, presa del maleficio que solo le permitía salir desde la puesta de sol al amanecer. Ella pediría acompañarla hasta su morada, solo así se rompería ese maleficio, pero de hacerlo, el desdichado desaparecería para siempre. Quizás solo alguien que pudo escapar trajo al pueblo la noticia y alertó del peligro. Esta leyenda confirma varias cosas: primero la persistente influencia árabe en nuestras tierras tras siglos de ocupación. Y también la relación de este tipo de leyendas con lugares que por algún motivo se creen especiales. Nuestros guías supieron reconocer la importancia geológica del lugar, y con una amena explicación comenzó un día que prometía, y se cumplió, especial.

La verdad es que abruma oír hablar de geología por los conceptos que se manejan. El tiempo se cifra con soltura en tramos de millones de años como quien cuenta monedas en la palma de la mano. Y la realidad es que son medidas que se nos escapan al raciocinio. Por ejemplo, se suele decir que si la historia del mundo durara un solo mes, 20 minutos antes de acabarse aparecería el hombre, y la inteligencia se desarrollaría en los últimos segundos; y eso que parecemos eternos, ¿verdad?. Otro efecto llamativo es la presión continental, inimaginable, hasta el punto de deformar durísimas rocas como simple plastilina entre nuestras manos. En Peña la Mora se encuentran en pocos metros estas vetas con forma de “U” o de “S”, aprovechadas por Javier y Gabriel para explicarnos la formación de la cuenca del Éria, y lo que se ha dado en llamar el Sinclinal de Truchas.

La siguiente parada, tras café de media mañana en Castrocontrigo, nos lleva a los pies del Castillo del Conde Peña Ramiro. Es un lugar estratégico, de origen visigodo, sobre el que se yergue el “Cristo de Valdavido” o “el Cristo de Truchas”, formalmente conocido como “el Sagrado Corazón”; una bella estatua de unos 20 metros de altura, obra del arquitecto Vicente Larrea, esculpido en 1957 pero colocada en 1963 sobre un torreón de mampostería. En la actualidad unos andamios delatan obra, parece que de restauración. Pues allí, en el acantilado que conduce con fuerza las aguas invernales del río Truchillas se han tallado en duras rocas de origen volcánico unos canales o cuencos llamados “marmitas de gigante”. En la pulida roca destacan bellísimos tonos oxidados, derivados de la alta proporción de piritas. Y en los alrededores unos líquenes mezcla de hongo y alga que indican edades de procesos o calidades del aire. Interesantísimo. También es de destacar aquí un canal romano, visible a pocos metros del río, últimamente usado para riego. Más de 500 km de estos canales surcan La Cabrera, algunos tramos labrados en dura roca, para arrancar el oro a estas tierras. Cómo lo hicieron es otra historia.

Hora de comer, nos esperaban en el área recreativa de Truchas, al lado del río y por gentileza del Ayuntamiento de la localidad: unos refrescos, patatas fritas y unas deliciosas empanadas que amenizaron nuestros bocadillos, aparte de hacernos confluir en la charla y en el descanso. Mil gracias por todo; Al finalizar los autocares y coches particulares nos devolvieron a la ruta, con las pilas recién cargadas.

Y tercera parada, de lujo. Desde Castrocontrigo el numeroso grupo nos encaminamos donde los romanos removieron, o mejor dicho, mandaron remover ingentes cantidades de áridos, con ayuda de agua canalizada, y con el objetivo de extraer el oro que aparecía mezclado con una típica arena rojiza. El proceso consistía en guiar el torrente para que arrastrara los sedimentos áureos hacia un filtro, posiblemente de urz, para después quemarlo y recoger el oro. En los canales se apartaban manualmente las piedras al paso del agua, y se amontonaban en hileras, conocidas como murias. Varios canales confluyen en una sola salida, dando nombre al topónimo “Vallico la Escoba”, y cualquiera que haya barrido con una rústica escoba vegetal lo entiende al verlo. Desde allí, valle abajo y paralelos al río, descenderían los carros romanos cargados de oro hasta Castrocalbón y su campamento Argentiolum, de allí por la Vía XVII de Antonino a Astúrica Augusta, y cruzando Pirineos y Alpes a Roma, destino final. Impresionante.

Difícil disciplina, la geología, para hacernos ver la creación de todo lo visible e invisible, o el viaje de las placas tectónicas en el tiempo y en el espacio, sin caer en la fantasía. Las pruebas son evidentes, deformaciones y capas superpuestas, o ambas cosas; fósiles, conglomerados, minerales, procesos geológicos… Hace falta mucha ilusión para seguir el tema, y quedó demostrada con el Geolodía 15 León en La Valdería. A partir de este día veo las peñas, las montañas y los valles de forma diferente. Ha merecido la pena, ha sido una gran experiencia; muchas gracias.



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