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viernes, 26 de agosto de 2011

Cuando Ayoó huele a afinoyo.







La procesión con la que concluye la misa en honor a San Bartolomé, discurre por un sendero de plantas aromáticas y pétalos de flor. Menta, bálsamo, té, puyas (hojas) de pino, tomillo,… y especialmente hinojo, que por aquí se conoce como afinoyo. Es ya tradición recoger esta planta silvestre la víspera de la fiesta, trocearla y esparcirla por el medio de la calle, para que el acto religioso sea ensalzado más, si cabe, con su inconfundible fragancia anisada. El afinoyo es una planta mediterránea, en las cocinas se usa como condimento, sobre todo para el pescado, y en medicina es estimada por sus muchas bondades. Una de ellas quedó como refrán: “para los ojos, hinojos”. Los griegos, desde que su triunfo ante los persas en Maratón fuera en un campo donde abundaba el afinoyo, coronaban sus atletas con sus ramas entrelazadas como símbolo de victoria. También los romanos condecoraban a los soldados con guirnaldas de ésta planta, y creían que era alimento de dioses que proporcionaba conocimiento y suerte. Por casualidad, seguramente, en los alrededores del Santuario de la Virgen del Campo, antiguo asentamiento romano, se pueden ver muchas y grandes matas de afinoyo. Y para los sabios de la edad media, era una de las nueve plantas para prevenir enfermedades, y aconsejaban colgar en las puertas de las casas un puñado de sus ramas para protegerlas de hechizos y ahuyentar los malos espíritus. Historias paganas aparte, me gusta pensar que el hinojo del conocimiento, de la suerte, de la victoria, que espanta malos espíritus y peores hechizos está presente en nuestro pueblo, y por eso un día al año, Ayoó de Vidriales huele a afinoyo.




lunes, 22 de agosto de 2011

Recuperando el pasado.



21 de agosto de 2011. Día para el recuerdo. Millones de personas pendientes de la visita de Benedicto XVI en la JMJ. Al mismo tiempo, en nuestro valle vidrialés, fiesta grande en honor a nuestra patrona la Virgen del Campo. Este año, recuperando el pasado, nuestro Santuario ha rebosado compañía de cientos de personas, como antaño. De igual modo, a la hornacina de la Virgen del retablo barroco, construido en la primera mitad del siglo XVIII, también le ha vuelto la compañía. Las cuatro tallas de los niños señaladores, y la peana de angelitos, por fin ocupan el vacío que dejó la ya extinguida plaga de termitas. Importante y difícil restauración llevada a cabo por José Luis Casanova, que completa las obras de éste año e ilusiona por los buenos resultados para las del año que viene.












jueves, 18 de agosto de 2011

La agavanzal






Creo que la llaman escaramujo. Por éstas nuestras tierras le damos el más bonito nombre de agavanzal. Es un rosal silvestre que nos ofrece sus delicadas flores a finales de la primavera, dando en su conjunto el aspecto de un hermoso y enorme ramo. Hermana de la zarza, (o del zarzal), la agavanzal también nos obsequia con sus frutos, menos apetecibles que las moras pero con muchas más benignas propiedades. Sus pequeñas y rojas bayas, son ricas en vitamina C, y gozan de aprecio popular, entre otras bondades, como astringente, antidiarreico y estimulante, y sus flores como laxante y tónico en general. Su nombre científico, Rosa Canina, puede ser por la antigua costumbre de desparasitar los perros haciéndoles tragar sus bayas. También la forma de sus púas, similares a los colmillos de perro, para desprecio ante los rosales, y que además se usó para curar la rabia, pueden ser otras acepciones. En sus tallos algunas veces se pueden ver como pelotas de musgo, de colores verdes, amarillos o rojizos, parece ser que las produce la picadura de un insecto para desarrollar allí sus larvas. Su nombre es bedegar, aunque por nuestra zona (cosa rara) no es nombrado. La agavanzal tampoco viene recogida en el diccionario. Y eso que en el vecino pueblo de Olleros de Tera veneran a la Virgen en su advocación de la Agavanzal, y en los municipios de Calzadilla y Vega de Tera desde 1994 lleva construida una presa con el mismo nombre. Los de “taitantos” para atrás, siendo rapaces, llamábamos picapica a las bolitas de agavanzal y las llevábamos en los bolsillos, para metérselas desmenuzadas en la espalda a algún despistado. ¿Os acordáis? Aquellas pepitas urticantes, como tantas otras cosas exentas de pilas y botones, aseguraban diversión y compañía, cuando todavía no se había inventado el aburrimiento.

lunes, 15 de agosto de 2011

Historias en las plantas.




En mi jardín trepa una preciosa enredadera. Además, me gusta porque entre sus ramas y flores esconde la interpretación teológica que la hace tan popular. Su nombre latino es Passiflora Caerulea, la pasionaria o flor de la pasión. Los jesuitas descubrieron esta planta en Perú, en el siglo XVI y la trajeron a Europa, porque vieron en ella detalles de la Pasión de Cristo, corroborados en el siglo XVII por el Papa Pablo V, adquiriendo desde entonces el nombre científico. Así, sus cinco pétalos y cinco sépalos blancos se interpretaron como los diez apóstoles que asistieron a la crucifixión, (todos menos Pedro y Judas Iscariote). Los delicados filamentos azul-violáceo representan la corona de espinas, los cinco estambres a los cinco estigmas, y los tres estilos los tres clavos que según la historia atravesaron manos y pies. En las hojas, hay quien ha visto filos de espadas y en los finos zarcillos que usan para trepar y amarrarse, los despiadados látigos descritos en el suplicio. Belleza y crueldad en la misma planta. Pero no es la única relacionada con nuestra religión y cultura. También tenemos, entre otras, los lirios como signo de pureza, las flores de pascua como símbolo de la navidad, los crisantemos o flores de difuntos, las malvas por aquello de criarlas, … y el trébol. Ese vulgar alimento de ganado tan usado antiguamente en nuestra comarca, le sirvió a San Patricio para predicar en Irlanda, y explicarles a los celtas que habitaban la isla el misterio de la Santísima Trinidad. Fue tan instructivo que acabó siendo un icono del país, celebrando su fiesta el 17 de marzo vestidos mayoritariamente de verde trébol, llegando incluso a teñir de éste color la cerveza para la ocasión. Pero algunos tréboles no se quedan en tres hojas, si no que ridiculizando su propio nombre aparecen con cuatro o cinco hojas, (dicen que los hay con más, yo no los he visto). También dicen que uno de cada 10000, (no se quien se ha parado a contarlos), tiene cuatro hojas, y es señal de buena suerte encontrarlo sin buscar. Esto plantea una paradoja: si una vez que has encontrado un trébol de cuatro hojas ya tienes buena suerte… ¿Porqué luego por mucho que mires no ves muchos más?¿Es la suerte tan efímera?. Últimamente se pueden encontrar en la web sitios donde venden plantas que los producen, porque básicamente no es más que una mutación, que si se produce naturalmente, imaginaros lo que se pueda conseguir con los avances en genética. Suelo buscar tréboles de cuatro o cinco hojas, de los naturales, tengo varios y me confieso afortunado, aunque la plantita, como era de esperar, nada tenga que ver, su única culpa es pertenecer a la maravillosa naturaleza que nos rodea y mima.