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domingo, 30 de junio de 2013

Conjuro para la noche del solsticio de verano


Seguramente nuestros ancestros, antes incluso de tomar conciencia de si mismos al reconocerse en el reflejo del agua, ya sintieran curiosidad o puede que temor por aquella cosa no pájaro, redondeada y minúscula, que cruzaba el cielo muy alta, más que las nubes que mojaban la tierra, siempre aproximadamente por el mismo camino, iluminando y calentando espacios de tiempo regulares, y que no les permitía su visión directa, y quien así lo hiciera dañaría sus ojos pudiendo quedar totalmente ciego.

 Otra cosa de tamaño similar, caminaba por el mismo camino, pero a distinta velocidad, si permitía su visión, bella y fascinante, soliendo mostrarse recortada, acompañando al cegador, o sola, iluminando serenamente la oscuridad, permitiendo ver con luz especial pero sin calor todo el entorno. Es lógico que de una forma u otra estas misteriosas esferas fueran objeto de veneración, y distintas culturas, totalmente independientes y desconectadas entre si practicaran el culto al sol, o a la luna, o a ambas.

 Por respeto, agradecimiento de sus bondades, miedo por su pérdida, o sumisión ante su poder, estos astros ostentaron la más alta categoría, el mayor calificativo asignado por el ser humano, fueron los primeros dioses. La observaciones de la luna culminaron en un calendario, inexacto y por tanto difícil de interpretar, pero perfectamente válido en la cuenta de los meses, o su división en semanas, tiempos en los que el viajero celeste mostraba su misma cara. Las observaciones del sol fueron más precisas, y simplemente calculando la máxima o mínima sombra, encontraron la duración del año solar y sus principales mitades, los solsticios. Allí el astro rey parece detenerse en su carrera, y con este fenómeno nos llega su nombre: “solstitium”, “sol sistere”, que significa sol quieto.

En estas fechas se han celebrado en todas las culturas importantes fiestas, mezcla de ciencia y religión, que nosotros conocemos como “el día de San Juan”. En nuestro hemisferio, a partir de entonces los días disminuyen su duración, primero muy lentamente, luego con tanta rapidez que se hace notar. La reacción humana por esta pérdida de poder fue sencilla: unas hogueras devolverían la fuerza al sol, alrededor de las cuales se realizarían saltos y bailes de júbilo, con la esperanza que el poder destructor del fuego también acabara con lo dañino y perjudicial que les pudiera amenazar.

Un año más, en lo que comienza a ser tradición en el precioso valle de la Congostura, también encendimos nuestra hoguera, más que como creencia como sentimiento, para experimentar al modo de nuestros antepasados la innegable relación con la naturaleza. Aderezamos nuestro acto con música celta, dirigidos por una maestra de ceremonias de lujo, astrológicamente sagitario, astronómicamente Escorpio; nacida durante la macroconjunción planetaria de 1981, en la extraordinaria noche en la que todos los planetas y la luna eran visibles a la vez en el cielo. Nos acompañó gente estupenda de Congosta, y la serenidad del lugar iluminado por la luna llena. Nuestro particular conjuro, con los mejores deseos, dio el toque espiritual para otra velada… memorable.

Conjuro para la noche del solsticio de verano

Tierra, aire, agua y fuego, aquí estamos, libres y voluntarios. Juntos queremos honraros y agradeceros con este conjuro el inestimable regalo de nuestra vida. Gnomos sabios y viejos, hadas de las flores, elfos voladores y duendes traviesos. Seres elementales de la naturaleza, yo os invoco, protegednos en la más radiante de las noches. Que el agua detenga su correr, hoy y ahora necesitamos silencio; que los animales callen para que también haya paz. Que se aparten las nubes, para que la hermana luna sea testigo y cómplice de nuestros ruegos, y que mañana el lloroso rocío cuente a los primeros rayos del hermano sol la verdad, nuestra alianza con la madre creación, para que él nos acepte y bendiga con su luz y calor. En su nombre encendemos una hoguera, que cuidaremos con mimo hasta su extinción. Quien tenga alas que detenga el viento con su aleteo, porque nuestro fuego deberá arder inocente y puro, para deshacer lo enredado, enderezar lo torcido y aplacar lo irritado. Que su humo purifique este valle encantado de Congosta para que se haga realidad nuestro deseo, arrugado en el blanco papel; quien tenga que leer que lea lo no escrito, para que quien tenga que hacer recompense nuestro imposible. Llevaremos estas flores de tacal; serán recuerdo y símbolo de pureza, y abrigarán nuestras casas, nuestra gente, nuestras vidas. Saltemos las llamas, para que se suelten y quemen nuestras manchas, nuestros miedos, y quedemos liberados; porque esto siempre así ha sido, por siempre será y así siempre respetaremos.








domingo, 23 de junio de 2013

Concentración de clásicas en Requeijo



El pasado domingo, Ayoó fue destino de ruta y posterior tentempié en la III Concentración de Clásicos de Castrocalbón, organizada por un grupo de aficionados en las instalaciones deportivas de este pueblo de la vecina Valdería. Con la algarabía propia de este tipo de actos, y siguiendo el célebre tópico, muchos no encontraban, y el resto se perdieron cruzando Ayoó hacia el destino final, Requeijo, lugar elegido por su amplitud, tranquilidad y belleza donde compartir hermanados comida, bebida y sus historias sobre tiempos mejores, motores y viajes. Hermosa afición, la de conservar auténticos mitos sobre ruedas, aferrarse en los recuerdos especiales y a las extraordinarias máquinas que marcaron un antes y un después en los desplazamientos por la piel de toro, y hacer pública su pasión incondicional por estas reliquias, en su día símbolos de modernidad y progreso, importantes herramientas de transporte o independencia, o útiles masculinos por excelencia en el ligue o en posición social. No me pude decantar por algún modelo en particular, el nivel de restauración y mantenimiento es demasiado elevado para desmerecer ninguno de los participantes, unos 150, 90 de ellos sobre solo 2 ruedas. Quizás alguien debería volver la vista atrás y meditar sobre estas máquinas, que ni mostraban el camino, ni aparcaban solas, ni contaban con mayor electrónica que la de los nostálgicos casetes que llegaron a su máximo exponente cambiando de cara automáticamente, pero que dejaban al viajero en su destino sin batería, aceite, agua en el radiador o luces en la noche; así, leales artilugios con corazón de hierro, pies hinchados y diseño sobrio y elegante que han pasado a la posteridad como clásicos, en lo más extenso de su definición. Ha llovido demasiado desde la patente del motor de explosión de Lenoir, en 1860: “Sistema de motor de aire dilatado por la combustión de gases encendidos mediante electricidad”, o la patente de 1886 de Daimler para su aparato: “Vehículo de ruedas movidas por un motor de gas o petróleo”, y los delirios de los diseñadores en vez de simplificar o eternizar, complican la mecánica hasta niveles aberrantes, como las de ciertas marcas que para cambiar una sencilla lámpara que se funde con extrema facilidad se debe desmontar el depósito del líquido anticongelante, la batería, el paragolpes o la rueda delantera, haciendo que el mínimo fallo se convierte en avería gorda y la cartera en pozo sin fondo para estos simples mantenimientos. Recuerdo aquellos coches… se podía saber cual pasaba con solo oír su motor; se podía ir de un lado para otro con solo enseñar el pulgar hacia la dirección elegida, porque el conductor era un caballero y el caminante un agradecido y educado compañero; se podía volver de fiesta porque 5 ocupantes no era limitación, ni para la pericia del piloto ni para la robustez del vehículo, era una razón de honor que nadie quedara “tirado”; y en caso de avería se podían llevar a cualquier taller que con garantía y precio razonable el coche, diseñado para sobrevivir a su dueño, volvería a la carretera a contar años y kilómetros para llegar a nuestros días en manos de conductores que saben valorar lo extraordinario, la perfección en la mecánica, la fiabilidad y dureza bajo la apariencia de nostálgicos y coloridos iconos del pasado siglo, pero que ya forman parte de la historia universal. Y qué decir de las motos, las hermanas mayores y ricas de las bicis, que salen más lejos y gritan más alto, las que llevan un joven corazón e inculcan eterna juventud a sus pilotos convirtiéndoles en nexo entre el cielo y el suelo, proporcionándoles esa indescriptible sensación de libertad, de elección, de permanente contacto con la naturaleza… de respeto por estas máquinas míticas sobradas de leyendas. Unos amigos de Castrocalbón son los culpables de estas concentraciones y exposiciones; también me han dicho que colabora BMC La Bañeza, (Bañeza Motos Clásicas): mi felicitación por el agradable rato pasado, lástima que vuestras llamadas al ayuntamiento ayoíno para promocionar el evento no encontraran mayor interlocutor que el médico ¡…! y si alguno nos enteramos fue de casualidad. Otra vez será.

































 









domingo, 16 de junio de 2013

Yaika






 Se llamaba Yaika. Aunque yo, enemigo de los nombres extraños y en señal de protesta, la llamaba “Meluca”, nombre por el que acabó siendo más conocida; tantas veces lo pronuncié que al final cuajó. Y es que esta diminuta perrita amaba la tierra, la hierba, el agua, las rocas… el perrito de la guarda conociendo de antemano su personalidad perruna la dejó en el lugar ideal, perfecto para ella, en una casa de campo rodeada de las cosas que más le gustaban, y en brazos de una amita y amiga que le prestó, desde el primer día, un rincón en su dormitorio para que la insolente noche de la Congostura no interrumpiera su necesitado descanso. Porque por el día era imparable: carreras, saltos, ladridos… y cariño hacia todos los humanos que visitamos su estupenda casa rural. Era el timbre, la voz avisadora, siempre pendiente de los coches que entraban y salían del recinto; estaba claro que a ella no le gustaban los coches. Era la campana atronadora que indicaba que no todo iba bien, que algo no deseado o intruso cruzaba los límites de su propiedad. Nunca esperaba ayuda, corría y saltaba en la dirección que su olfato le indicaba, y enseñaba sus dientecillos que apenas si trituraban los huesecillos de las mejores alitas de pollo del expositor de las tapas del bar. Eran las que más le gustaban, hasta en eso coincidíamos. La Meluca nació un día de San Mamés, un 7 de agosto, en un par de meses cumpliría 2 años, 14 años perrunos. Fue la novia eterna del “Coco”, el perrito donjuán del panadero de Ayoó, que acudía a su cita amorosa recién acicalado y perfumado para sellar su alianza mientras en la barra su amo y amigo daba buena cuenta de unos vinos con sus respectivas tapas. Algunas veces era menester esperar, para que se dieran un último mimo; nunca he visto pareja tan feliz y compenetrada. Fue mamá ejemplar, parió y cuidó de todos sus cachorrillos con la delicadeza de un ángel, era realmente enternecedor ver la peluda perrita de enormes ojos oscuros y expresivos criar y proteger a su prole. Pero el trabajo que nadie le había encomendado, y que con valentía nunca dejó de hacer, era peligroso y acabó siendo mortal. Cuantas veces se oían sus delicados ladridos en la lejanía, y a saberse hacia quien y de qué tamaño ladraba, pero nadie pensamos que pasaría de ahí, una mera discusión y una retirada a tiempo. Aquél lunes fatídico el peligro estaba demasiado cerca de casa y la Meluca puso todo el valor en la defensa de su propiedad, solo que esta vez con él se le fue la vida. El zorro asesino no juega limpio, valiente perrita, no ladra ni salta como tú, él entra, ataca y se lleva, en este caso, se ha llevado para siempre nuestra cariñosa mascota. Maldito sea eternamente. En la casa rural ha quedado un huequecito, se extraña el movimiento, falta su especial moradora. Si por el presente pudiera pedir un deseo… pediría que en el cielo de los perritos le asignaran otra rural celestial, para que siga siendo feliz. Y por favor, que le sitúen lejos las alitas de los angelitos, se las podría morder. Adiós, Yaika; nos ha dado gusto quererte.