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domingo, 24 de noviembre de 2013

La docena de San Genadio




Casi me da pena el desconocimiento general de los ayoínos en torno a la extensa historia de nuestro pueblo. Me gusta divulgarla “dejándola caer” entre la gente, y cuántas veces siento el desinterés total y el aburrimiento; entonces abandono, y comienzo a hablar de fútbol, de recortes, de violencias varias…, que de eso todo mundo “sabe” y así se anima la conversación. Pero no se porqué lo primero me estimula y satisface, y lo segundo acaba despertando mi dormido mal humor. Hace unos días me sucedió una anécdota: después de contarle a un amigo ayoíno que San Genadio partió de Ayoó con 12 compañeros, me contestó graciosamente que eso podía ser “la docena del fraile”, que son 13. Parece ser que la frase se usa para esa situación en la que alguien se quiere aprovechar de otro mediante un engaño para obtener una demasía, porque el viejo cuento era así:
“Un fraile fue a comprar huevos y le dijo al vendedor:
- Voy a llevar una docena, pero quiero que me los pongas por separado, porque son para distintas personas. El Abad me ha pedido media docena (6), el sacristán un tercio de docena (4), y para mí un cuarto de docena (3). El fraile pagó los 12 huevos y se marchó, aunque con el cuento llevó 13. Pero el desconfiado vendedor, hizo aparte las cuentas y encontró el engaño del fraile. En la siguiente visita, al hacer el mismo pedido, el comerciante le dijo:
- Mire, señor fraile, he decidido que las docenas se venden enteras, ya hará usted el reparto por el camino.
Pero no siempre 13 fue docena para beneficio. En el siglo XII, en Inglaterra, el Rey Enrique III decretó que los panaderos o elaboradores de cerveza que engañasen en la cuenta a sus analfabetos súbditos, pagasen con la mutilación pública de una mano. Para prevenir el error, los panaderos al vender por docenas añadían una decimotercera pieza, así en caso de error, extravío, o pieza defectuosa evitaban “quedarse cortos”, en el más estricto sentido de la expresión.

Es difícil saber porqué San Genadio escogió a doce compañeros para su viaje, pero por qué no, nos lo podemos imaginar. La primera explicación pudiera ser la casualidad, un grupo duodecimal de voluntarios para emprender una nueva tarea. Otra sería los precedentes bíblicos: los doce hijos de Jacob y las doce tribus de Israel, los doce frutos del Espíritu Santo, las doce estrellas de la Virgen Inmaculada, los doce apóstoles de Jesús, etc. O tal vez sea una cifra meditada, necesaria para el importante proyecto de restauración que Genadio expuso al Abad Arandiselo, su maestro y mentor. Tomando como base justicia y equidad, seguramente nuestro santo buscara la perfección en el número para garantizar un resultado óptimo. El 12 ha sido la cifra más importante en la historia de la humanidad, y para el reparto de futuras tareas es divisible por 1 (la totalidad), por 2 (la mitad), por 3 (tercios), por 4 (cuartos), por 6 (parejas) y por 12 (individuos). En el caso de alguna baja, el mismo Abad abandonaría temporalmente el cargo para unirse a sus compañeros, y así la “docena del fraile” se convertiría en “docena de panadero”, para imparcialidad y armonía. El tiempo también se regula en base a la docena; doce son los meses del año, dos veces doce las horas diarias, cada hora cinco por doce minutos y cada minuto cinco por doce segundos. El zodíaco, como reloj nocturno, también tiene 12 signos; cada uno se desplaza en el cielo desde nuestra posición 30 grados de arco en 2 horas. Los monasterios, hasta no hace tanto tiempo, han sido los guardianes del tiempo y del calendario. Necesitaban el control de ambas cosas para garantizar la precisión en la celebración de las liturgias. El santoral y la fecha móvil de la conmemoración de la Semana Santa necesitan exactitud en el calendario anual; y los relojes de sol diurnos y el conocimiento astronómico nocturno marcarían las horas de tareas, comidas y descansos para cumplimiento de las reglas establecidas, hasta la llegada en el siglo XVII del reloj mecánico y el abandono de la observancia del movimiento de los astros. Otra docena, muy curiosa, es la exclusiva de horas en los relojes de sol de los monasterios de San Fructuoso; todos estos datos los conocía Genadio, así que puestos a escoger número… yo también me inclinaría por el doce.

Cuenta la biografía de San Genadio que reconstruido el Monasterio de San Pedro de Montes, en el año 895, “fue preciso cuidar de lo formal”, por lo que acudió a Astorga y el entonces Obispo Ranulfo lo señaló Abad, “mandándole observar la regla del Santo Patriarca San Benito”. En el año 898 muere Ranulfo y Genadio ocupa la silla Episcopal de Astorga “no por deseo que tuviese de salir del desierto, si no porque su prudencia y santidad desprendían de allí tales resplandores, que no le permitían ocultarse. Pueblo, clero y monarca fueron necesarios para arrancarle de donde se había refugiado. El Rey Don Alfonso el Magno no quiso permitir que una luz semejante permaneciese cerrada entre los montes, si no que luciese a todos sobre el Candelero de la Iglesia. Genadio Obispo fundó varios monasterios más, los surtió de libros y dispuso que fueran comunes a todos, una vez leída una parte pasaría al siguiente y recogería el anterior. Es sin duda la primera biblioteca ambulante de la historia de la humanidad. “Como las cosas violentas no pueden ser permanentes, continúa la biografía, y el Santo se hallaba violento fuera del desierto, donde tenía depositado el corazón, procuró después de fallecer el Rey Don Alfonso Magno renunciar la dignidad pastoral, y acabar su carrera abstraído del mundo, escogiendo por morada aquellos santos monasterios que había edificado, donde estuvo hasta el final de los días”. Del mismo modo que las lunas de Júpiter son visibles a ojo desnudo, pero el brillo del planeta las encubre, la luz que mencionara Don Alfonso Magno eclipsaría los méritos de su Obispo sucesor Fortis. Sabemos que el repuesto Rey Ordoño II “tomó consejo y parecer del santo, sobre quien le había de suceder en la Dignidad, y de común acuerdo fue nombrado Fortis”, otro ayoíno, del grupo de los doce. Era a primeros de octubre del año 920. Varios años revivió San Genadio la vida cenobítica. La cultura, la lectura, la naturaleza, y parece ser la pasión por el juego del ajedrez fueron sus preferencias, seguramente acrecentadas durante los últimos años de vida. El 25 de mayo del año 936 muere y es enterrado en Santiago de Peñalba, y en ese día el santoral lo recuerda para su veneración.

 Astorga, en su “bella desconocida” catedral contemplamos en tres formas de representación la figura de San Genadio: como escultura en piedra en la parte derecha de la fachada principal, como talla sobre madera en un cuarto de las puertas del sol, y como pintura en el interior, en la parte trasera del coro (Fotografía 1). En ella se ve un Genadio anciano, sentado, con un libro sobre las rodillas que simboliza sabiduría, capa pluvial y mitra a su espalda en señal de su renuncia a la Silla Episcopal. En la Iglesia Parroquial de Ayoó, una pintura de San Genadio erguido, con solideo y nimbo en la cabeza, capa pluvial y báculo pastoral en la mano izquierda, mano derecha expresiva señalando al centro del retablo y mitra a los pies por la referida renuncia, nos trae a la memoria el aventajado discípulo del monasterio Ageo, alumno de San Arandiselo, seguidor incondicional de San Fructuoso, y ayoíno por el tiempo que duró su preparación. El próximo destino, Montes de Valdueza; seguiremos sus pasos para comprender mejor las inquietudes de San Genadio, por el que ya siento una condescendiente fascinación. Se nota… ¿no?







domingo, 17 de noviembre de 2013

De San Genadio al principio de los tiempos







Parece ser que las primeras referencias escritas al pueblo de Ayoó de Vidriales, o al menos a su situación, parten del monasterio de Ageo, que seguramente estaba situado en algún lugar en las inmediaciones de la Iglesia Parroquial del Salvador. Una sería una escritura del Rey  Ramiro II de León “El Grande”, guardada en el Tumbo en el número 130, fechada en la era (hispánica) 978, que correspondería aproximadamente al año 940, en la que se reconoce el nombre del monasterio de Ageo. Otra sería la breve biografía de Genadio (San Genadio), que fue obispo de Astorga “desde cerca del 899 hasta el 920, cerca del cual renunció la Dignidad”. Allí se relata que “resolvió estudiar la milicia espiritual en la escuela de perfección de un monasterio que se llamaba Ageo, o según algunos Argeo”. A este monasterio llegó Genadio “dejando la casa y los bienes de sus padres”, “donde a la sazón era Abad un venerable Padre llamado Arandiselo (San Arandiselo)”, al que le pidió partir, al cabo de un tiempo, hacia el Bierzo leonés junto con 12 compañeros, para hacer vida eremítica y restaurar otro monasterio, el de San Pedro de Montes, fundado por Fructuoso de Braga (San Fructuoso) hacia el siglo VII, y destruido en el 714 por los musulmanes en su invasión de la península.

Me gusta dar rienda suelta a la imaginación; y seguramente sea errónea, pero voy a aportar una hipótesis que nos llevaría atrás en el tiempo para tratar de esclarecer nuestra historia, nuestro particular eslabón perdido. Fructuoso era hijo de una familia noble, y quedó huérfano en la adolescencia. Dice la historia que entregó sus bienes a los pobres y se retiró a la vida solitaria, después de estudiar Sagradas Escrituras y música bajo la tutela de Conancio, obispo de Palencia, en la escuela episcopal. Desde allí se trasladó al Bierzo para vivir en una cueva, en penitencia y oración. Pronto su fama atrajo a muchos seguidores, viéndose obligado a fundar el monasterio de Compludo, para el que redactó una regla monástica. En funcionamiento el monasterio, volvió a la vida cenobítica, a un lugar más inaccesible, donde se repite la historia y funda el Monasterio de San Pedro de Montes, hoy Montes de Valdueza. Continúan sus fundaciones hasta una veintena, y tras varias peripecias sin interés para este artículo, es nombrado obispo de Braga, donde murió el 16 de abril del año 665.

Para el monasterio de Ageo no existen datos fundacionales, pero no sería (y es parte de mi hipótesis) descabellado pensar que también estuviera de su mano. Eso justificaría la magnífica talla de San Fructuoso y su pequeño retablo en el lateral derecho de nuestra Iglesia. Aquí llegó, al parecer, desde su iglesia o ermita sita en la calle de los Palomares, de la que quedan apenas unas piedras en el cerramiento de una huerta. Eso explicaría también el porqué del pueblo anejo Carracedo, de connotaciones bercianas, creado para albergar a las familias de los monjes, como se hacía en otros monasterios. Y por último, le daría sentido al famoso “viage” de Genadio y sus 12 compañeros a recuperar el monasterio de San Pedro de Montes, ya que compartían fundador y vida monacal. Si esto fuera cierto podríamos afirmar que el monasterio de Ageo se establece en Vidriales antes incluso del año 650, como continuación de la famosa “Tebaida Leonesa”. 

Otro largo paso atrás en el tiempo nos llevaría al pequeño asentamiento prerrománico de la Peña, de unos 2000 metros cuadrados de superficie, donde un clan, o una familia numerosa convivieron el suficiente tiempo como para venerar religiosamente a su particular ídolo de piedra, celebrar ceremonias en torno a un pequeño menhir de 1,6 metros de alto, o realizar un enterramiento de, seguramente, su patriarca bajo el dolmen que la natural erosión ha dejado a la intemperie. Sin duda vivían de la caza, abundante en el entorno, y se resguardaban de sus enemigos tras una rudimentaria muralla y la seguridad de las alturas. Algún día aquellos primitivos pobladores bajaron a la llanura para cultivar la tierra y domesticar o pastorear ganado. Qué mejor sitio para hacerlo que donde el agua brota con fuerza (fuente de la Iglesia) y la tierra es extremadamente fértil (Prepalacio), todo ello al abrigo invernal de un monte (Peñacabras). La vida allí seguramente no fue fácil, numerosas escaramuzas, abandonos, repoblaciones y sumisiones hasta que llegó un grupo de personas ordenadas y cultas para ocupar el lugar y enseñar una nueva forma de vida. El lugar era tranquilo, bello, fecundo, la caza abundante y relativamente cerca discurría una importante vía romana para una fácil comunicación y mercado con otros pueblos. Al frente, un venerable padre espiritual, Fructuoso, trajo la escritura, la lectura y la música, e instauró un edificio para su enseñanza. Bautizaron este lugar con un nombre idílico, un apelativo santo para sitio propicio de santos; sencillamente eligieron la voz griega Ageos, que significa santo. Años más tarde cuestionarían el nombre como no válido, porque “no fuese expresiva del nombre del monasterio, si no dictado, como quien dice Santo Monasterio”. 

Y acabo donde empecé, a partir de aquí comienza la historia escrita y yo dejo de jugar a historiador. Pido perdón por mi osadía, este tema es una cosa muy seria que debe tratarse con seriedad. Para los interesados, tenemos sitios serios y documentados donde conocer la verdadera historia de los Valles de Benavente. Uno sería Brigecio, “buque insignia” del Centro de Estudios Benaventanos Ledo del Pozo, que en su número 1, editado en el año 89 y en la página 61 dedica un extraordinario artículo a nuestro monasterio Ageo, de la mano de Augusto Quintana Prieto, investigador leonés. Otro es el benaventano Rafael González Rodríguez, historiador, profesor de historia, escritor, colaborador de la revista Brigecio, presidente del CEB Ledo del Pozo y autor de dos blogs de lectura inexcusable: Más vale volando” y “El bierzo prerrománico”
  

Dice un refrán que “no se es de donde se nace, si no de donde se pace”. Parece ser que San Genadio al menos vivió 10 años en Ageo, y por tanto en Ayoó, y como ayoíno lo trataremos. Las 3 primeras fotos son de Astorga, una de un cuarto derecho de la puerta sur (1), en la portada renacentista (2), y otra del lado derecho de la fachada occidental (3), de estilo barroco leonés. Allí encontramos a nuestro Ayoíno, y posiblemente también como pintura en el retablo central izquierdo de nuestra Iglesia Parroquial (4), el que está frente a las puertas del sol. La foto (5) es de San Fructuoso, al que por deformación la gente mayor llama “Fertugoso”. Aquí debajo nuestro dolmen, menhir, muralla, tótem, restos de asentamiento y entorno.

 Como resumen, cuanto más leo e investigo con mejores ojos veo el pueblo que el azar me escogió para vivir, Ayoó de Vidriales, auténtica cuna de cultura.