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domingo, 27 de abril de 2014

¿Por qué llora San Fructuoso?




El 16 de abril el santoral nos recuerda a San Fructuoso, el que naciera en el Bierzo y terminara sus días como Obispo de Braga. Entre lo uno y lo otro es conocido como el padre del monacato español, con reglas monásticas propias. Una persona que si bien buscaba soledad y silencio para encontrarse a si mismo a través de la oración y la meditación, eran otras personas quienes le seguían en busca de consejo, amparo u orientación. Llegó a ser una multitud quien lo arrancara de su humilde cueva una vez tras otra; y él, lejos de molestarse, los organizó en monasterios diseminados por gran parte de la península ibérica. Muchos documentados, varios desconocidos, como posiblemente también lo fuera nuestro monasterio Ageo, del que no queda constancia de su fundación ni situación en el actual Ayoó de Vidriales.

El eminente e ilustre, fallecido ya, Don Augusto Quintana Prieto, investigador, escritor y supremo conocedor de todo lo concerniente a los archivos diocesanos del Obispado de Astorga y de la historia de la Iglesia en general, analiza esta posibilidad, concluyendo que no puede ser por razonados motivos. El primero por el nombre: cita un documento del año 1057 en el que la infanta doña Elvira hace la donación del pueblo de Granucillo al completo, “con todo cuanto tiene dentro y fuera” a “la casa de San Fructuoso”, siendo ésta la primera vez que en algún escrito figura así el monasterio de Ageo. Dice don Augusto que no es posible imaginar que un hombre, por santo que sea, se dedique a si mismo una fundación suya. Eso podría ser cierto, pero este no es el planteamiento como tampoco lo fue en San Salvador de Montelios, en la zona de Braga, otro de sus monasterios donde recibió el santo sepultura, y que posteriormente se llamara y fuera conocido como San Fructuoso de Montelios. No fue él, si no sus seguidores quienes cambiaran el nombre al monasterio por el de su fundador, seguramente por un sentimiento de admiración y agradecimiento.

Un segundo motivo para don Augusto es la documentada invasión agarena que comenzó en Algeciras en la primavera del año 711, y que durante un siglo mantuvo despobladas nuestras tierras. Para éste da el primer punto como válido y vemos que es fácil que esté errado, por lo que el monasterio pudo ser destruido por las hordas y reconstruido para el tercer dato en la persona de un personaje histórico: San Arandiselo. Atribuye a su persona la fundación, estudiando muy bien las fechas, y la verdad que no se podría debatir a no ser por el tratamiento que le da San Genadio, que no es leve, pero que no pasa de “Padre y Abad”. Pudo ser reconstructor, e incluso darle el nombre del Santo Ageo, profeta menor y promotor de la reconstrucción del Templo de Jerusalén; pero de haber sido el fundador, San Genadio seguramente se hubiese dirigido a él con otro tratamiento, más digno, en otro nivel y reconocerlo en sus escritos. Por otra parte, el abad dio la bendición a San Genadio y sus compañeros al partir para restaurar San Pedro de Montes, otro monasterio fructosiano, lo que indica un importante vínculo entre ambas casas. Quién soy yo, simple lector y contador de historias relacionadas con nuestro entorno, para contradecir al sabio don Augusto; pero permitidme al menos solicitar para este caso el beneficio de la duda, la misma que tuvieron otros sabios historiadores de la importancia del Padre Alonso Andrés, o el padre Yepes.

Lo indudable es la estrecha relación de Ayoó de Vidriales con San Fructuoso. Todavía hoy, una figura de bulto redondo de éste santo ocupa lugar en un pequeño retablo de nuestra Iglesia. Antaño lo hiciera en una ermita en la calle Palomares, de la que apenas queda un trozo de pared, demasiado elevada para ser de huerto. Del retablo es de destacar su pequeño tamaño, al que se le añadió al llegar a la Iglesia la parte superior, seguramente traída de otra ermita; también las inscripciones de su predela: de izquierda a derecha y de arriba a bajo se puede leer:
“Esta obra se hiço siendo cura el I Dº Don Pedro Alonso de Cifuentes, i maiordomo Juan Teston i Juan Freile  ano de 16 6”
“Esta obra se hizo siendo cura el ¿…?¿ilustre…?¿reverendo? Don Pedro Alonso de Cifuentes y mayordomo(s) Juan Teston y Juan Freile  Año de ¿1676?, o por elisión del cero ¿1606?. Entre estas escrituras una artesana cerradura protegía el sagrario, interiormente adornado con figuras estelares sobre fondo azul, ensalzado con una inscripción latina en el exterior. Gracias a la traducción de nuestro Párroco Don Miguel podemos conocer su mensaje: “Porque esto es mi cuerpo, este es el cáliz de mi sangre, de la nueva y eterna alianza, el misterio de la fe, que será derramada por nosotros y por muchos para remisión de los pecados”. Era, en su día, la parte central de la liturgia eucarística.

Pero un pequeñísimo detalle se ha escapado a los ojos de cuantos han contemplado la talla del San Fructuoso. Una bien definida lágrima resbala desde la comisura lateral del ojo izquierdo hacia su mejilla. Parece un defecto del artista al pintar el rostro, algo totalmente descartado por la perfección de las formas y la calidad de la estatua policromada. Es un atributo, un rasgo que alguien dejó o mandó dejar por conocer algún hecho trascendental en la vida de San Fructuoso. He leído y releído cuanto ha llegado a mis manos sobre su biografía, que relata, algunas veces de forma infantil, una personalidad excepcional, una vida apacible y como no podría ser de otro modo, en constante conexión con la naturaleza y sus criaturas. Solo al final de sus días algo pudo merecer no una lágrima, sino toda la aflicción en el corazón del santo. Siendo anciano ya, decidió junto con algunos discípulos peregrinar a Tierra Santa, pero enterado el rey Recesvinto lo mandó detener y custodiar para evitar el viaje. También, en contra de su voluntad, le hizo abad y obispo de Dumio, y más tarde de Braga. Es renombrado el desapego de San fructuoso con las cuestiones mundanas. Encarcelado bajo las vestiduras de obispo, bien le mereció al artista una inadvertida lágrima en un rostro inexpresivo; un artista que también conocía la bienaventuranza “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”, y el refrán “Lo que se siembra con lágrimas, se recoge con gozo”. Si estas no fueran la solución del enigma… ¿por qué llora San Fructuoso?










martes, 1 de abril de 2014

De rana helada a rana hervida


Nací y crecí en un pueblo, y vivo en un pueblo, ambos pequeños e inmersos en plena naturaleza, en los que es fácil identificar distintos ecosistemas y microclimas. Sobra decir que esto, y mi carácter observador, me hace conocedor de muchas e importantes cualidades de la flora y fauna con la que compartimos espacio. Y cuantas veces me veo sorprendido gratamente de tanto derroche de sabiduría, de la perfección de la vida en sí. Una de las últimas maravillas de las que he sido testigo tuvo como protagonista una ranita de mediano tamaño. Ocurrió éste pasado invierno, con las primeras heladas, en las que se alcanzaron los 7 grados bajo cero. En un pequeño cobertizo que he construido en una parcela cercana al pueblo, en donde gotea el tejado, puse un antiguo fregadero cerámico para recoger agua de lluvia, o en su defecto rellenar para que diversas especies animales puedan saciar la sed sin alejarse del lugar. Una mañana, tras varias heladas, al llegar me di cuenta que la totalidad del agua del fregadero estaba congelada, y eran varios centímetros de espesor. Pero, sorpresa, algo que flotaba quedó amarrado al hielo. Era una rana. Solamente a varios cientos de metros hay un canal en el que viven ranas, y me parece difícil que abandonen su hábitat para dirigirse en dirección monte, o sea, mi cobertizo. Pero más difícil, de haber esa probabilidad, que las heladas pillen desprevenida a tan esquiva visitante, flotando a temperaturas crueles para la vida. Sentí una inmensa pena, y aunque lo intenté, no la pude arrancar de su helado abrazo para, muerta como la creí, devolverla a la cadena trófica depositándola en campo abierto, o lo que mejor me pareció para enmendar su sufrimiento, enterarla en un hoyito en la tierra. Arrastré el pesado fregadero hasta donde el sol, que comenzaba a calentar, soltara el cuerpecito de la rana para proceder a su entierro, y seguí a mis quehaceres. Poco después, efectivamente, lo pude despegar y realmente parecía haber terminado de morir; su piel perfecta, las articulaciones correctas… ¿Y si…? Corté un trozo del aislante que usamos en construcción y coloqué sobre él con delicadeza el cuerpo de la ranita, para aprovechar al máximo la radiación solar. Al cabo de otro rato y varias visitas… el cuerpo de la ranita comenzó a sacudirse en espasmos musculares, ¡¡estaba viva!! ¿Como explicar que un ser vivo extraído del hielo vuelva a la vida? Con éste pensamiento recorrí el trayecto hasta el canal de donde la rana quizás nunca debiera haber salido, y allí, entre unas hierbas de la orilla la deposité. Varias heladas, y mucho más persistentes, sucedieron en los siguientes días. Pero seguro que si consiguió esconderse, alguno de los cánticos del verano lo interpretaré como señal de agradecimiento; no era más que una rana, pero como afirma el dicho: “Las grandes cosas de la vida están hechas de pequeños detalles”. Éste me ha dejado increíblemente satisfecho.








Observación y meditación, ese es mi lema en cuanto a la naturaleza se refiere. Y si para observación tuvimos una rana, invito a meditar con otra, ésta imaginaria, núcleo de una alegoría propuesta por Marty Rubin en su libro publicado en 1987: The boiled Frog Syndrome (El síndrome de la rana hervida). Supongamos que la ranita “descongelada” la depositamos en un recipiente grande lleno de agua. Lo primero que hará será inspeccionar las dimensiones y los rincones, y al no encontrar nada extraño se tranquilizará y adaptará al nuevo hábitat. Supongamos que comenzamos a calentar suavemente el recipiente. Al momento la rana detectará el cambio, pero no hará nada, se acomodará a la nueva temperatura. Un tiempo más tarde, al seguir incrementándose el calor, la rana incluso agradecerá el agua tibia, propia del verano, e incluso se atreverá a cantar como si en tales fechas se encontrara. Al rato el agua está caliente, demasiado para su gusto, pero también le proporciona cansancio y somnolencia, e intenta aclimatarse a la nueva situación. Postula el principio que la rana ya no tendrá fuerzas para saltar del recipiente cuando el agua comience a hervir, y morirá sin oponer resistencia. Terrible prueba y dramática moraleja aplicable a nuestra vida diaria. Dice el autor, Marty Rubin: “Es un experimento rico en enseñanzas. Nos demuestra que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía”. La rana hervida explica nuestra total indiferencia ante el cambio climático, ante la corrupción política, ante la degradación de la familia, de la salud, del tema laboral, del amoroso, del respeto por lo propio y ajeno… Y así hasta incontables situaciones que de presentársenos de repente, saltaríamos cual rana arrojada al recipiente en el comienza a hervir el agua. Dicen que el camino más corto entre una persona y una verdad es un cuento. Lo dicho, para meditar… apliquémonos el cuento.