eltijoaquin@hotmail.com - facebook.com/El Ti Joaquin

lunes, 30 de enero de 2017

San Bartolo y los Templarios


Hace ya unos años (cómo pasa el tiempo), publiqué un artículo con la explicación de la imagen de San Bartolomé, la que está en lo más alto del retablo mayor de nuestra Iglesia. Hoy, tras un encargo y el posterior examen detallado de la imagen, desde mi humilde punto de vista, toca rectificar. Nada de lo dicho parece cierto, en parte por la falta de algunos detalles por pérdida, que no creo, o por retirada por considerarlos ofensivos para el lugar destinado. En la mano derecha sustenta una larga cruz, como si fuera un bastón; no tiene absolutamente ningún sentido, lo mismo que la cruz que le colocaron a su vecino San Antonio Abad, ambas pintadas de colorado. San Bartolomé, en su mano derecha, mostraba su atributo más conocido, el cuchillo; no concibo su retirada y cambio, es más, me gustaría su reposición. La mano izquierda también induce a pensar que algo falta, que algo discurría por el hueco que forman sus dedos índice y pulgar. Ha sido el examinar al demonio que parece retorcerse a sus pies la clave para solucionar el enigma; en su cuello lleva un collar metálico del que sobresale una argollita, desde ahí, hasta la mano izquierda del santo, falta una cadena, y no hay como consultar los textos antiguos para encontrar la verdadera intención que nos quiso indicar el artista de la talla.

San Bartolomé partió de Roma a predicar el Evangelio en dirección a Asia, y llegó a Armenia, justo donde termina Europa. Allí, en un templo se adoraba a Astarot, un diablo muy astuto que mediante trucos y artimañas embobaba a la población con falsas curaciones y predicciones. Cuando San Bartolomé entró en aquel templo el diablo se quedó mudo e inmóvil, por lo que sus seguidores preguntaron por aquel comportamiento a otro demonio farsante, Berit. Éste les explicó que Bartolomé, apóstol del Dios verdadero, tenía encadenado a Astarot con cadenas de fuego, y que por favor no le hablasen de él, porque seguramente le hiciera lo mismo. Esa es la cadena que falta en la mano izquierda de nuestra imagen, el atributo de control del mal.

San Bartolomé tampoco falta en uno de los murales más extraordinarios de todos los tiempos. El maestro Miguel Ángel no solo lo incluyó para su trabajo en la Capilla Sixtina, sino que además lo eligió para dejar en él su firma, lo que parece su autorretrato. Hay dos versiones de este motivo, una la desgana y el malhumor del artista al afrontar la obra, y otra para poder colocarse un poco más cerca del cielo, lugar que él creía no merecía, por sentirse atormentado. Para Miguel Ángel aquella piel era la alegoría del abandono de un cuerpo inútil para que el alma pudiera llegar al Paraíso. Otra genialidad suya más.

San Bartolomé es para mi uno de los santos más curiosos de los expuestos en nuestra iglesia; para empezar este nombre es un patronímico (el hijo de Tolmai), su verdadero nombre es Natanael. Por si fuera poco, encima se recorta como san Bartolo, y quizás por la sonoridad se usa en modo un tanto burlesco y despectivo. Aún así, según el INE, 35 personas se llaman Bartolo, y 17.515 Bartolomé en España. Su festividad, 24 de agosto, ha acaparado el fervor popular ayoíno, relegando a El Salvador, verdadero patrono a fiesta de segunda clase, o de tercera, detrás de San Mamés.

Es imposible saber cómo comenzó la devoción a éste apóstol en el pueblo, sugiero podría ser una alusión a la Orden del Temple, sus incondicionales devotos, que recordamos llegaron al Monasterio de Ageo en el 1182 de forma violenta, (per ptemtiam secularem), según los textos antiguos. Yo creo que lo que hicieron fue poner orden, ya que el último Abad, Pedro Pérez, lo tuvo en propiedad hasta marzo de 1169, año en que lo abandonó sin jerarquía para irse como obispo a Coria, Cáceres. Pedro Pérez murió en 1177, dejando hasta la llegada de los Templarios Ageo sin Abad, lo que indica una situación de disputa en el control y dirección del monasterio. Ni siquiera una bula papal de Lucio III imponiendo la devolución de Ageo expulsó al Temple de estas tierras, seguramente al considerarse coto particular, en propiedad, desde la concesión de éste título a don Suero por el rey leonés Alfonso VII en 1154. En 1310, con la disolución de los Templarios, desaparece la casa monástica, y el pueblo que la rodeaba pasó a constituirse parroquia y a depender de la Tenencia de Alcañices.

Aproximadamente durante 128 años, el pueblo de Ayoó de Vidriales compartió rituales Templarios; San Bartolomé, o San Andrés, pueden ser reminiscencias de aquella época mal entendida. Por supuesto que la talla, o el lienzo de San Andrés no son tan antiguos, pero bien conocidas son las sustituciones de obras que el tiempo y el uso obligaran a la reposición. ¿Pudiera ser? Ahí lo dejo.




Detalles:





Si alguien quiere estas fotos en alta calidad, se las enviaré por correo electrónico.
Para ampliar hacer clic encima.

domingo, 22 de enero de 2017

Pies... ¿para qué os quiero?


Parece ser que desde el mismo momento que los humanos decidieron erguirse, según algunos estudios hace la friolera de 3,5 millones de años, ya comenzaron a proteger aquello que estaba en contacto con lo terrenal, los pies. Se explica esta actitud por la necesidad de caminar o correr más tiempo, abrigar de humedades y fríos, y así llegar más lejos y con mejor salud. Pero el calzado debilitó la forma y defensa natural del pie; cada vez los tenemos más delicados y por tanto tendemos a protegerlos todavía más. Estamos en una espiral con un futuro difícil de predecir; y además, me parece imposible de invertir.

Recientemente he sentido el privilegio de acceder al desván de un conocido establecimiento, lo que antaño se asemejó a todo un hipermercado en el corazón industrial de esta comarca: La ferretería de Fran en Santibáñez de Vidriales. En éste artículo nos vamos a centrar entre los complicados años de la guerra civil, hasta la década de los 60 aproximadamente, entre la pobreza y la necesidad, tiempo en el que los vidrialeses acudieron aquí en busca de todo tipo de productos y mercancías, para lo que siempre hubo una extraordinaria oferta. El polvoriento desván almacena, inexplicablemente para mí, restos y retales de mercancía obsoleta que nunca llegó al cliente, o bien porque el almacenamiento fue excesivo, o porque los nuevos productos dejaron en la estantería lo que más tarde no terminó en el cubo de la basura (por suerte), lo que en este momento nos permite recordar formas y modos de vida de unas generaciones brillantes, la de nuestros abuelos y padres. Creo que el cambio que sufrieron en su siglo de existencia fue muchísimo mayor que mil años atrás, con lo que ello conlleva de esfuerzo y adaptación a los nuevos tiempos. Y por lo que he podido ver, para los años elegidos y a modo de homenaje, así protegieron sus pies:

No están todos los que son, ni son todos los que están; solo pretendo resumir la base, el calzado de una gente trabajadora y sufrida como quizás no volvamos a conocer. Y comenzaré por la forma más sencilla de andar: los pies descalzos. Si, hoy nos sería prácticamente imposible caminar sin comedidos tambaleos por algo que no sea la fina arena de una playa. Y sin embargo, en aquellos años todo lo relacionado con el riego de las parcelas o huertas se realizaba así, entre la tierra áspera y peligrosa, porque las botas de goma tardarían en llegar y poderse adquirir. También en los trabajos en las eras, o en las labores de recogida de paja y grano, los pies descalzos fueron norma y regla común, ajena a las diferencias entre ricos, pobres, viejos y niños. Los pies adquirieron tal nivel de protección y dureza al contacto con el suelo, que son conocidas las personas que eran capaces de correr descalzos detrás de los “pollos de perdiz” por el rastrojo recién segado. Desde luego, no recomiendo probar a nadie.

La madera, la socorrida madera cubrió los endurecidos pies para, sobre todo, aislarlos de la humedad. Y es clásico el calzado de una sola pieza de madera: “las galochas”. Unos buenos calcetines de auténtica lana de oveja, y aquellos ligeros recipientes con la forma del pié lo tendrían todo el día caliente y seco. Si bien hay que reconocer que las galochas siempre fueron el segundo calzado, para llevar por encima de unas zapatillas finas, de paño. Los tres tacos de cada una se protegían con sendos tacos de goma, por aquello de minimizar el ruido, y prevenir el desgaste. Por lo que recuerdo, y he podido preguntar, eran el calzado de andar por casa, cuando la casa comenzaba donde terminaba la morada humana.

El mismo planteamiento de la sana madera lo llevaron “los chancros”: una plantilla con la forma del pié, con un ligero rebaje superior donde asegurar mediante clavos la parte superior de un zapato de cuero, con sus cordones del mismo material. En la parte delantera una puntera de chapa, la testa, protegería el conjunto de cualquier tipo de terreno por abrasivo que fuera, lo mismo que unas minúsculas herraduras asidas con clavos a la suela para alargar indefinidamente la duración del pesado zapato. Este si que no importaba que sonara, era el todoterreno del campo, del monte, de las viñas… del trabajo incesante, duro y demoledor… Nada que se pusiera delante o debajo de unos chancros resistió su empuje, tan así, que sacaron a la gente hacia delante del peor de los atolladeros, la miseria.

Un tiempo más tarde dieron en aparecer unos zapatos un poco “raros”, de un material flexible y de secado rápido tras meterse en el agua: “las albarcas”. Parece ser que no eran más que recortes de neumáticos defectuosos de automóvil, con la forma de la suela. A partir de ahí, con la misma goma, o con cuero, se tejía el entramado que envolvería el pié. Aquello era mucho más dócil y ligero que el chancro, más “de verano”, y caló como una nueva forma de caminar. Las albarcas parecen más una sandalia que un cerrado zapato, y de hecho algunas encontradas eran esa variante, con curiosos recortes de neumático blanco y negro como base. Había varios modelos, el más modesto parece insufrible, al tener que meter los pies en un pedazo de cubierta redonda de coche, y sin embargo no hace tanto una marca de calzado se anunciaba en la tele como la mejor innovación, sus suelas curvas.

Seguidamente, hacia el final del espacio de tiempo elegido, se comenzaron a distribuir zapatos con suela de goma, sobre todo de la conocida marca “Segarra”, así como zapatillas de “la Cadena” que fueron desplazando las de suela de esparto, y otras con largos cordones para atarlas a los tobillos. La revolución industrial, y el auge en el transporte de mercancías, hicieron posible reponer las estanterías y acercar al público un modo mejor de caminar. Todo ocurrió tan rápido que el nuevo género fue apartando al viejo hasta arrinconarlo bajo el peso de años de polvo y olvido. Desenterrarlo ha supuesto apreciar infinitamente más el legado que nos ha llegado; si así envolvieron sus pies, no me imagino donde estaríamos de haberlo cuidado como se mima hoy en día. Y es que aparte de la pesadez en el caminar, no puedo dejar en el tintero la realidad de unos inviernos muchísimo más crudos que los actuales, las calles con más de un palmo de barro, y la necesidad de salir cada día de casa por malo que hiciese a abrevar el ganado o buscarle la comida, a por agua a la fuente, leña para la lumbre, lavar la ropa… y el sinfín de tareas que no se podían dejar para otro día mejor. Ni puedo dejar por resaltar que la electricidad (más allá de una bombilla por hogar), la calefacción, los electrodomésticos o los tractores y coches comenzaron a llegar con la misma timidez que galochas, chancros y abarcas dieron paso al calzado como lo conocemos en la actualidad.

Es difícil precisar los tiempos de cada especie descrita, la economía nunca fue por igual para toda la gente, ni en todas las comarcas. A la par de los artículos mencionados siempre estuvo la figura del zapatero, imprescindible en cada pueblo para la fabricación a medida, lo mismo que el herrero; juntos remendarían las veces que hiciera falta las roturas y desgastes, para torturar más si cabe los cansados pies.

He intentado resumir solo lo comercial, y a la vez me imagino la de veces que los escaparates en algo de primera necesidad como el calzado, fuese un sueño difícil de alcanzar. Observar y tentar estos rústicos complementos del vestuario tiene su parte positiva, quizás así sepamos ver que no vivimos tan mal como parece, que quienes nos dieron gran parte de lo que disfrutamos, viviendo quizás con más resignación que felicidad, molieron los pies en pos de dejar un mundo mejor. 

Desde aquí, a donde quiera que estén… gracias.

Las galochas.



Los chancros








Las albarcas









Las zapatillas de esparto


Las zapatillas de goma


Calcetines de auténtica lana de oveja, hilados y tejidos expresamente para mí por mi abuela Avelina.



lunes, 2 de enero de 2017

Los zapatos de los reyes.





Mucho antes de que la globalización y las nuevas tecnologías nos enseñaran tradiciones de lejanos países, hace casi 50 años, y hablo por experiencia propia, y mucho antes por lo que he preguntado, en la noche de Reyes los niños de esta comarca y más allá ya limpiábamos los zapatos, o buscábamos calcetines, para colocarlos en la ventana. Se decía que así al pasar los Magos verían que eran de niños, y no se olvidarían de dejarnos regalos.

Creo que fue mi madre, quien nos explicaba con infinita paciencia de narradora por vocación y entretenedora por necesidad cada Navidad el porqué de aquella tradición. Todo había comenzado en Belén, el lugar más famoso de todos los tiempos, en el portal donde se albergaba una vaca y una mula. Allí había nacido un niño especial al que todos iban a conocer, entre ellos dos hermanitos. Por el camino de vuelta iban comentando la pobreza de aquel niño, al encontrarse en un lugar tan mísero, acostado en un pesebre, y decidieron regalarle unos calcetines y unos zapatos para cubrirle los piececitos, que debían estar aterecidos. Al llegar a casa, seleccionaron el mejor par de cada, limpiaron con un paño húmedo los zapatos para quitarle cualquier rastro de suciedad y sacudieron los calcetines con energía, por si albergaban alguna mota de polvo. Luego los pusieron al suave sol invernal, en el alféizar de la ventana, para que se secaran, con la intención de regalárselos al día siguiente, secos y calentitos.

Al ser de día se levantaron para ir cuanto antes al portal, encontrando sus zapatos y calcetines repletos de regalos. ¿Qué había ocurrido? Los Reyes Magos de Oriente, que por aquello de magos habían adivinado la buena intención de los hermanitos, decidieron recompensarles. Y por lo de reyes decretaron que los niños que se portaran bien, como los de la historia, y colocaran sus calcetines o zapatos en la ventana serían igualmente recompensados.

Bendita imaginación para entretener a los niños con leyendas tan simples y enternecedoras, y bendita candidez infantil que todo nos creíamos, hasta el punto de mantener cierta compostura por si los Magos descubrían nuestras travesuras y nos dejaban los calcetines y zapatos vacíos.

Pero nunca es tarde para conocer alguna nueva historia que nos retraiga a los inocentes años de infancia. Precisamente dando forma al Belén de nuestra Iglesia, mi compañero Matías me pedía poner la vaca, y no la mula, cerca del niño Jesús. Yo que soy tanto de preguntar, insistí en conocer el porqué de aquella sugerencia. Pues resulta que también en el Portal de Belén, en la fría noche en la que nació Jesús, la vaca, en su instinto maternal no se separó ni un momento de al lado del recién nacido, para aportarle el calor de su cuerpo, y cuando no, el de su aliento. La mula, tozuda, solo pensó en si misma, en dormir tranquila sin preocupaciones. Por todo esto, el Dios que rige el mundo concedió a la vaca el don de la fecundidad, del que privó a la mula por su nefasto comportamiento, quedando estéril por toda la eternidad.

Este año, para dicho Belén de nuestra Iglesia Parroquial, hemos elegido el tema de la carpintería, el oficio de San José, el noble artesano minimizado en las sagradas escrituras, del que solo conocemos unos pocos datos de su vida en la infancia de Jesús. Valga como homenaje a su personalidad, al trabajo, o a lo que cada cual estime. Todas las herramientas son antiguas, casi en desuso, la mayor parte para mi tan familiares como que son con las que mi padre fabricaba lo que por su época de actividad era menester. Y las virutas que Matías y yo mismo arrancamos de un trozo de madera al lado mismo del Jesús niño, como si dos mil años solo hayan sido un suspiro.

La Navidad comenzó en Vidriales prematuramente, el 23 de diciembre en el mismo corazón para todas las extremidades, en el Santuario de Nuestra Señora del Campo con el pregón de Navidad en boca de Teresa Peral, de Congosta. A continuación el diácono del Centro Pastoral, Fernando García, bendijo el Niño que todas las fiestas será posible adorar como es tradicional y el Belén representativo de todos los belenes del valle. Luego el presbiterio se transformó en un improvisado escenario para acoger al trío Son de los Valles, en su extraordinario concierto de villancicos de nuestra zona, olvidados y desconocidos, pero no por ello menos preciosos, al contrario, y así lo demuestran los aplausos de los asistentes. Por último, un refrigerio para acompañar los primeros deseos de Navidad.

Y es que es tiempo de deseos, de sueños de riqueza, de una vida nueva… Yo voy a irme a los mismos tiempos del nacimiento de Jesús para lanzar mi deseo para el nuevo año, de puño y letra de Quinto Horacio Flaco, (65 AC-8 AC.):
“Si estás bueno del estómago, y no te duele ningún costado, y puedes andar con tus pies, ninguna otra cosa mejor te podrán añadir todas las riquezas de los reyes.”

Feliz Navidad, salud para el nuevo año, y que los Reyes Magos nos llenen los zapatos y calcetines con la candidez de un niño, para apreciar realmente lo poco o mucho que tenemos, y dentro de un todo lo nada que necesitamos para alcanzar la felicidad.

¡¡¡2017, ahí vamos!!!