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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Concurso Castro de las Labradas.


Solemos decir que “la esencia se guarda en frascos pequeños” porque el gran tamaño no es siempre sinónimo de calidad o importancia. Esa fue mi sensación al descubrir el 14 de agosto una “pequeña” asociación cultural con un loable objetivo, encarnado en su propio nombre: Asociación Cultural Castro de Las Labradas. Dar visibilidad y sacar de la dejadez y el olvido al Castro que corona el pueblo, y “fomentar e incentivar el desarrollo personal y social de la población” fueron los primeros objetivos, allá por 1985, año en que nace la asociación.

 

Esta asociación retoma fuerza con nueva junta directiva y mejores ganas el 23 de agosto del 2019. El calendario de actividades muestra la ilusión por sacar el Castro de nuevo a flote. Teatro, cine, rutas y excursiones, semana cultural… y un concurso de relatos y talentos son las propuestas. A lo demás no me daría tiempo, pero al concurso de relatos casi que sí. Era el viernes 14 de agosto en la tarde-noche y la fecha límite para la recepción de trabajos el día siguiente, el sábado 15 a las 12 de la noche. Lo malo fue que ese día tenía un viaje programado, y el tiempo no da más de sí. Pero manos a la obra; lo bueno era participar, aportar otro trabajo a mayores, para demostrar el interés por nuestras cosas.

 

El caso es que me siento orgulloso de recibir el primer premio, consistente en productos de la farmacia, de la panadería, de la bodega de Fuente Encalada, de los bares…, pero sobre todo de sentir la satisfacción por conocer nueva gente que reman en la misma dirección que yo: poner las cosas en su sitio, al menos históricamente.

 

Creo que tenemos una enorme deuda histórica con Las Labradas. El olvido crece con más fuerza que la maleza y es hora de pasar la desbrozadora. Urge investigar, escribir, pensar… patalear si es necesario; pero devolver el valor y la dignidad a ese lugar fascinante. Para pronto es tarde.

 

Me han preguntado por el relato. Con permiso de la Asociación Cultural os lo presento. La próxima vez a ver si me da un poco más de tiempo para preparar y corregir como el Castro de Las Labradas manda.


Dicen, dicen, dicen…

 

Conozco un lugar elevado sólo ensombrecido por la desidia y el olvido, al que hoy se me antoja subir para recordar. Está situado a caballo entre dos valles hermanos de un mismo río, que algún día más remoto que todas las memorias juntas, eligió porque sí descender de donde viene la nieve y el frío, por el tiempo en que aquellas lejanas montañas parecen más cercanas y altas, hacia el lado del que las estrellas giran sin esconderse jamás. Es el valle del aire, y algún juguetón duende le dio la vuelta al nombre para bautizar ese río, que hoy llamamos Eria.

El otro valle está del lado de la luz, por donde el sol y la luna hacen la senda y puesta diarias. A su tímido arroyo, que muere cuando el estío, le cambió el nombre hace siglos algún agareno por el de Almucera. Aquí la tierra es más temprana; lo dicen las hojas y las flores, y las camadas de los animales.

Poco o nada sabemos, así que tratemos de misteriosos a los moradores de esta altura que la madre naturaleza dio forma de palma de mano, quizás para que la lluvia les reservara el agua, de la misma forma que nuestra palma de la mano nos permite beber de las fuentes. Y por si la escasez, de entre las peñas más altas también brota un hilo límpido y fresco al que sólo se puede acceder sorbiendo con una paja hueca o pipa.

Un pueblo que eligió este entorno privilegiado para asentarse. Nunca tuvo interés en la arquitectura, más allá de lo puramente necesario; por eso no encontramos piedra labrada, ni formas geométricas. Pero cercó sus límites con poderosas murallas, indicando su carácter ofensivo y su necesidad defensiva para con sus semejantes. Un pueblo que ignoró la escritura, pues ya tenían la transmisión oral para todo lo necesario, vinculando la sabiduría con el respeto a la experiencia; la vejez, para ellos, un grado jerárquico.

Indagar, pues, en el carácter de estas gentes nos lleva siempre al mismo destino; al de dicen, dicen, dicen…

Dicen que vestían sayos de lino o lana, que no se cortaban los cabellos, que dormían en el suelo, que comían en corro y que les gustaba la música y el baile. Poco lujo y demasiada sencillez.

Dicen que eran recolectores como el resto de seres animados; todo lo “encontrable” o necesario para persistir era capturado y traído a casa. La ley no escrita del más fuerte era innata, y se cumplía incluso más allá de su espacio territorial, con todos sus riesgos y consecuencias.

Dicen que no enterraban a sus muertos, y si lo hicieron no dejaban constancia del lugar ni de la identidad; porque para ellos lo importante fue pervivir.

Dicen que sus dioses merodeaban por los montes, entre peñas y bosques. Por eso, de cuando en cuando cortaban un árbol, lo portaban a hombros, y lo plantaban en medio de su aldea, confiando que alguno de aquellos protegiera desde la nueva ubicación.

Dicen que no comerciaban, ¿para qué? Por tanto, la moneda no tenía mayor valor que el de un pedazo de metal. Conocían el oro, abundaba en su río Eria y lo recogían para sus adornos, aunque nadie les hubiera dicho que ese brillo cegara y siga cegando a tanta gente.

Dicen, que la codicia de unos invasores por ese oro y por el sometimiento de todas las tribus, declaró una guerra desproporcionada en calidad de efectivos, pero igualada o incluso superada en arrojo y valentía por los indígenas de este lugar, que, como sus convecinos, fueron declarados por Roma como los más fuertes de Hispania.

Dicen que si perdieron pronto la guerra fue por traición de algún miserable nativo como ellos; porque mantuvieron a raya a uno de los legados imperiales más expertos en táctica militar, al mando de dos legiones y varias cohortes. Y aún así, con traición y superioridad, la lucha fue larga y encarnizada, pidiendo los vencedores como represalia arrasar el lugar cuando todo llegó a su fin.

Dicen que a los vencidos se les obligó a bajar y vivir en los valles, donde controlarlos y reprimirlos fuera fácil. Dicen que la esclavitud y el desprecio fue el motivo de nuevas rebeliones, resueltas con mayor represión.

Dicen, que si subes aquí arriba y te encuentras alguna flor de esas que llaman “de lobo”, no la cortes… no la toques… no la huelas…, porque cada una de ellas es el espíritu de los que murieron defendiendo su tierra, sus costumbres, y su libertad.

Dicen, dicen, dicen… Qué triste es no poder comprobar tanto que dicen. Bajo de aquí con la esperanza de ver algún día reconocido el auténtico valor de este lugar y de sus gentes, para que cuando vuelvan a decir… que digan.

 Enlaces de interés:

https://www.castrodelaslabradas.com/blog

https://arrabaldeenlanube.blogspot.com/2020/08/despedimos-agosto-con-noches-frias-y.html?spref=fb&fbclid=IwAR2t_upxp6oLjqrsJtAtgMMjdqa2LzM3fBg2Y0-_tbjF5ZrjVU14IFVwRDY

https://www.benaventedigital.es/premiados-concurso-relatos-dibujo-las-labradas/

https://www.laopiniondezamora.es/benavente/2020/08/31/joaquin-perez-gana-concurso-relatos-8911260.html

https://www.facebook.com/Asociaci%C3%B3n-Cultural-Castro-de-Las-Labradas-107865157251455/