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domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Porqué los gatos entran en la Iglesia?


El día 25 de diciembre, Navidad, a las 10 de la mañana, entré en la iglesia para dar los últimos retoques al belén. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que una zona se movía, que el serrín que simula el suelo tenía movimiento propio, como si un miniterremoto estuviera produciéndose en ese momento, por no hablar de magias u otros misterios que en aquel lugar le ponen a uno los pelos como escarpias. Después de unos segundos de incertidumbre observé unas conocidas pisadas por toda la superficie del belén, y me dí cuenta de lo ocurrido. Ayer, con el ajetreo, se nos coló un gato en la iglesia, un lindo gatito, como diría Piolín, y pasó la noche encerrado. Por la mañana, al sentirme, se escondió bajo la estructura del belén y me dio un susto de mil demonios. Pero claro, la noche es larga y tuvo tiempo de satisfacer su natural curiosidad entre las casitas, el río, el castillo y demás infraestructuras. Como un impresionante Godzilla provocó el pánico entre las figuritas, ya que varias estaban cuerpo a tierra, así como gallinas, patos, burros y demás bichos. A lo mejor el gatito quería colaborar, y la verdad es que lo hizo bien, nos dejó su montoncito, bien tapadito, como fiel cagón viviente, y esta simpática anécdota como regalo de Navidad. Seguro que algunos os habréis dado cuenta que el encabezamiento es un antiguo acertijo, solo que cambiando perro por gato. Y la respuesta es… “porque la puerta está abierta”.



Aprovecho, desde la modestia de éste blog, para desearos lo mejor en estas enternecedoras fiestas, en especial a los que éste año les haya sido un poco injusto, para que el que entre lo tenga en cuenta y les dé doble ración de paz y bienestar. Feliz navidad, y próspero 2011.




miércoles, 22 de diciembre de 2010

San Bartolo


La fiesta grande en Ayoó, con misa de asistencia y procesión sacramental se celebra el 24 de agosto, festividad de San Bartolomé, San Bartolo, le decimos con cariño. Pero esto no siempre fue así. En una fecha incierta, en las ferias de la Virgen del Campo de Rosinos, gran cantidad de Ayoínos se habían acercado al santuario a disfrutar de la romería, cuando en Ayoó unos niños iniciaron un incendio que rápidamente se propagó por todo el pueblo. Las principales causas fueron las cubiertas de los tejados, construidas con una estructura de madera y revestidas con manojos de urces, hábilmente tejidas y compactadas para impermeabilizar aquellas humildes viviendas, la proximidad de las mismas, el almacenamiento de materiales inflamables, como paja o hierba para el ganado y leña o útiles de madera para la labranza, y posiblemente algo de viento, que convirtieron en poco tiempo el pueblo en una enorme hoguera difícil de apagar. En ayuda de los improvisados bomberos acudió la fe. Las puertas de la iglesia se abrieron de par en par, y las imágenes sagradas fueron sacadas a la calle entre oraciones encomendándole acabar aquel infierno, ante la desesperación e impotencia de unas gentes que ven perderse sus pocas posesiones entre el fuego. Cuentan, que ya solo quedaba San Bartolo por sacar, por estar en lo mas alto del retablo, el sitio mas inaccesible, pero que tras el complicado y delicado esfuerzo de asomarlo a la calle, se obró el milagro, y así lo entendieron aquellos exhaustos y rendidos Ayoínos cuando vieron el incendio remitir rápidamente siendo sofocado sin daños personales, quedando solo unas pocas casas ilesas. Como agradecimiento, se trasladó la fiesta sacramental a las fechas actuales, reconociendo la ayuda del santo en aquel fatídico día. A San Bartolomé, apóstol de Jesús, es común representarlo en el momento del martirio, siendo desollado vivo, o bien con un gran cuchillo en la mano, o despellejado, con su piel colgando del brazo como si fuera una prenda de vestir. Por eso es patrón de los que trabajan las pieles o usan cuero y de las modistas, por lo dicho anteriormente. Todavía queda una tercera representación, la más escasa, que es pisando un demonio. Su origen puede ser de los evangelios apócrifos, donde Jesús le dice a San Bartolo que le muestre al demonio y que le pise la cerviz. En el retablo de la iglesia de Ayoó, lo tenemos en ésta tercera representación, que por más rara puede ser mas valiosa, con el pié izquierdo pisando un pequeño, “colorao” y feo demonio. Y como anécdota final, también existe una historia, (apócrifa, por supuesto) que cuenta cómo con la piel de San Bartolo hicieron un odre y lo llenaron de vino, de ahí que también sea patrón de los borrachos. Sin comentarios.


El nido



Recuerdo aquella trastienda que nos traíamos de niños con los nidos. Era todo un grado, un privilegio, conocer algún nido, y claro, no podía ser de golondrina, vencejo o incluso pardal, que esos abundaban y se encontraban fácil, tenían que ser de “pucherín”, de “tapadera”, de jilguero o cualquier otra raza que escaseara, entonces se enseñaba como el mayor de los tesoros, contándolo sólo a los más amigos, y con muchísimo cuidado se seguía el proceso desde el huevo al polluelo, aunque solía acabar en nido aborrecido. Cosas de niños. Hace poco, y aparentemente no tan niño, me ha tocado quitar un nido. Uno grande y pesado y de un admirado “pájaro”: la cigüeña. A causa del inminente y grave daño a la torre del Santuario del Campo, se optó por retirarlo, por desalojar a la cigüeña de su casa, lo que hoy en día, por desgracia con frecuencia, se conoce por un lanzamiento, pero con derribo incluido. Con gran pesar realicé la tarea, tengo que decirlo, y pude estudiar la composición de aquel nido, y después admirar la habilidad y el tesón de éstas aves para acarrear tal cantidad de palos, hierbas, trapos, cuerdas y tierra, mucha tierra, para construir su casa, para siempre mientras vivan, incluso defendiéndola de otras aves, porque ellas se van, pero vuelven al mismo sitio en las mismas fechas: “Por san Blas la cigüeña verás, y si no la vieres, mal anduvieres”. El nido estaba apoyado en una vieja y estéril cepa de vid, en lo que se conoce como un bravo. Una planta que vivía en perfecta armonía con su vecino, ella lo sujetaba sobre la difícil e inclinada superficie de la torre, y él le proporcionaba nutrientes y humedad para vivir con comodidad entre el cemento y las piedras de la mampostería. La naturaleza tiene estas maravillas, el orden en el caos, y por encima de todo, la supremacía de la vida. Y como colofón, el verdadero motivo de éste artículo. Cuenta una leyenda vidrialesa, que la Virgen del Campo se le apareció a unos labradores que cumplían con su labor en el campo, precisamente de ahí le viene el nombre, la advocación. Un detalle que recordaban de aquel extraordinario suceso era que la aparición fue al lado de un “chagüazo”, un arbusto sin mas valor que el de servir para el fuego. Recién construido el santuario, dicen, un fiel chagüazo nació en la torre para seguir proporcionando sombra a su protegida. En esta hermosa historia, el chagüazo era el bravo que sostenía el nido, que junto con él fue arrancado por el referido daño a la torre. Sé que volverá a nacer, su lealtad no la detendrá ni el duro cemento. Espero verlo pronto.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Publireportaje II

Con permiso de una pareja encantadora y orgulloso de contarme entre sus amistades, unas fotos de un lugar con verdadero calor humano, donde se respira alegría y me gusta aparecer de cuando en cuando para tomar un vino, charlar y probar alguna exquisitez de la cocinera. Itas, Aida … ¡Gracias!.






lunes, 15 de noviembre de 2010

El astro



“Un astro se refiere a cualquier cuerpo celeste con forma definida”. (Wikipedia, definición de astro a día de hoy). Este artículo no va de astronomía, ya me gustaría, con él solo pretendo dar a conocer o recordar , como siempre, olvidados matices de la arquitectura rural, de nuestro pueblo o nuestra comarca, plagada de bellos ejemplos de arte útil, curiosas formas de adaptarse a las necesidades sin lujos ni opulencias, si no con sencillez y armonía. Astro era, o es en contadísimas casas antiguas, un recibidor, una habitación generalmente con la puerta al corral desde la que se accedía a otras habitaciones de la casa, casi siempre una era la cocina y otra la escalera pera subir a la imprescindible segunda planta del edificio, aunque también podía haber un dormitorio, o la panera, que en aquella construcción se anteponía la utilidad y el servicio a la estética o incluso la comodidad de los moradores. El astro era el acceso rápido desde la zona de los inevitables animales a la cocina, por ejemplo, y viceversa, por la necesidad de estar pendiente de sus diversas necesidades y a la vez atender las propias. La finalidad del astro era también la de pequeño almacén de los utensilios de uso diario que debían estar aislados de los variados animales del corral, por ejemplo la ropa de abrigo o de protección para salir a la cuadra, la garrafa de vino que se trajo de la cueva, las cosas de la costura o los productos que se cocinarán en el día y deben estar lejos del calor de la cocina. Por eso el astro era un espacio fresco, con el suelo de sufridas losas de piedra, siempre bien encalado, aunque sin cielo raso, y la puerta que daba al exterior era amplia, robusta y con una pequeña y enrejada ventana sin cristales en la parte superior que permitía claridad y ventilación con la puerta cerrada. Simple, útil y nostálgico. El día que el astro se trasformó en pasillo, que ya tenía entrada directa desde la calle, perdió su espacio, su funcionalidad y … su nombre.

martes, 9 de noviembre de 2010

Los viejos apiarios



En un pasado reciente, las casas familiares de los pueblos, eran casi autosuficientes. Un ciclo cerrado que diversos factores han venido minando hasta convertirlas hoy en demandantes de nuevos servicios, empeorando la calidad e incrementando el gasto, eso si, ahorrando trabajo. Me explico: En Ayoó, a mediados del siglo pasado, por ejemplo, rara era la casa que no tenía vacas, ovejas, cabras, cerdos, conejos, gallinas, burro, mula o caballo … sembraba y recogía toda clase de tubérculos, cereales, frutas o verduras, cocinaba su propio pan, fabricaba productos para sus necesidades, como jabón, conservas, embutidos, aceites, incluso queso, vendía lo poco que le sobraba de sus muchas aptitudes, de lo cual se mantenían sin riquezas, sin necesidades básicas (aunque lo aparentaran), pero consumiendo productos de elevada calidad. En su afán de de reunir todo lo necesario para su consumo, no dudaban en explotar cualquier tipo de recurso, cualquier medio natural para satisfacer las necesidades de la casa. Por ejemplo, una forma sana y natural de endulzar comidas o bebidas es la miel. Y también en Ayoó tenemos viejos apiarios que nos muestran que la explotación de las abejas, la apicultura, es de sobra conocida y practicada por antiguas generaciones. Básicamente, nuestros apiarios, los colmenales, que es como se han llamado aquí (bien o mal, me da igual), son como pequeños huertos, unos recintos ligeramente excavados en el suelo sobre una ladera orientada al sur, y rodeados de una pared de piedra autóctona de poca altura, sin barro, que ofrece abrigo y protección a las colmenas, instaladas en cajas de madera o en troncos de árbol huecos, los cubos, donde las abejas labran los panales, tréboles en el argot, y tienen su morada. Todavía se mantienen en funcionamiento algunos colmenales: el del ti Gregorio en la Manzanal, el del ti Ventura en Peñisuello, y el del ti Santiaguín en la Peña; otros se han abandonado, como los del ti Joaquín praderas y el ti Dionisio en la peña, y los del ti Valentín Barrio y el ti Arturo en Valdemanil, por nombrar algunos. Todos ellos eran y son explotaciones familiares, sin mas beneficio que la degustación de la miel en casa, para regalar, o también, cómo no, para mezclar con leche muy caliente y hacer frente a un catarro. Hay un colmenal que merece especial atención por el cuidado y esmero que realiza su propietario Matías, marido de una nieta del ti Gregorio, que reconstruyó al jubilarse el abandonado apiario de la Manzanal, limpiando de zarzas y maleza la zona, levantando las derruidas paredes con sus propias manos e instalando sus dos primeras colmenas. Es el modelo de apiario de la comarca y excepto por los cubos, nos lleva atrás en el tiempo a la época con la que comienza este artículo, en perfecto respeto con el entorno y sus moradoras abejas. La preocupación de éste apicultor no es la producción de miel, si no la masiva muerte de las colmenas, aparentemente sin causa, quedando incluso con miel los panales. Desde siempre es conocido y valorado el beneficioso efecto sobre la vegetación que ejercen las abejas. Con su incansable transitar polinizan y fecundan todas las plantas que encuentran a su paso, a varios kilómetros de su colmena. Sabemos que hoy con la venenosa química que se esparce por los campos, la vida de estos laboriosos animales está en peligro, y con ellos su trabajo y el beneficio gratuito sobre la naturaleza. Mientras tanto, la administración solo se preocupa de controles, permisos, números de explotación y demás trabas que empujan al abandono total de este milenario y paciente oficio. Y así otra vez, y esta definitiva, los viejos apiarios se convertirán en erial, los modernos en intensivas y desnaturalizadas explotaciones, con abejas genéticamente más resistentes quizás, pero siempre en detrimento de la calidad. Y como puntilla, y es que viene al pelo, es de general conocimiento que la población está llegando a edades inimaginables hace unos años. Se interpreta esto por la “mejor” alimentación, o los adelantos en medicina. Yo solo quiero recalcar que estas centenarias personas en algunos casos, son de la época de la autosuficiencia, de cuando el veneno de las patatas era una escoba, un recipiente y un pisotón, el herbicida un zacho, y el abono de la tierra estiércol de animales alimentados sin hormonas, correctores o vitaminas, solo con productos naturales, de ahí la extraordinaria calidad de la carne, la leche o los huevos, y las poco productivas pero excelentes cosechas que alimentaban a personas y animales cerrando así el ciclo, por desgracia todo esto sólo recuerdo, salvo contadas y honrosas excepciones (ilegales, por tanto perseguidas hasta su erradicación).


sábado, 16 de octubre de 2010

Para que vuelvas...



Nunca escribí poesía,
ni soy ducho en las letras,
perdón pido si no agrado
por versar como poeta,
contar como es mi pueblo
y soñar que así lo fuera.
Es Ayoó, donde resido,
aroma de historia vieja,
colores de tierra madre,
sabores de mil maneras,
silencio cuando hace falta,
sonidos, los que tu quieras.
Sal, y patea sus calles,
toca sus tapias y puertas,
saluda, y verás cariño,
respira pura la fresca,
descansa la mente, es fácil;
Sé feliz, apenas cuesta,
porque no hay mayor placer
que vivir sin exigencia.
Nacidos en tierra humilde,
llegados allende creas,
es ayoína la gente
que cualquier pueblo desea,
unidos para desgracias,
revueltos cuando las fiestas,
Ayoó es una familia,
noble y casta su riqueza.
Tierra de mil manantiales
de agua limpia y serena,
que riega fértiles campos
ya antaño eran leyenda,
por eso tuvimos moros
que nombraron Almucera,
caballeros Templarios,
de castillo una torreta,
y a su lado, magistral,
donde las haya, iglesia,
orgullo de feligreses,
digna cuna de ascetas,
aledaño de un palacio,
de una fuente, y sus tierras.
No voy a seguir narrando,
para todo, mucho queda;
Si tienes morriña de Ayoó,
aquí está, para que vuelvas,
escucha, siente y disfruta,
tienes las puertas abiertas.
.................................ETJ

domingo, 26 de septiembre de 2010

La fuente



Apartada y olvidada. Abandonada y recluida en un entorno anacrónico y vulgar. Sencilla y digna, valiosa y apreciada colaboradora desinteresada del mayor recurso para la subsistencia humana y su asentamiento en poblados: el agua. Por otra parte, lugar de reunión, de encuentros, de secretos, de inevitable cotilleo, rompedora de cántaros, botijos, barriles y barrilas por el diario tránsito hasta que la modernidad aconsejó enterrar tuberías para traer el agua de más lejos, y desterrar nuestra querida fuente que tantos años nos apagó la sed. Tampoco los dichos recipientes de barro para su transporte tuvieron mejor suerte, porque después, con un pequeño giro de muñeca, nuestro vaso rebosa agua al lado mismo de nuestra mesa, sin salir de casa. Y la fuente cada día más sola, ya nadie se ha preocupado de limpiarla, ni siquiera en las últimas facenderas del día del entruejo se tuvo en cuenta. Y ahí se queda triste, sucia y… rota. Aunque cada día siga esmerándose en llenar su panza para ofrecernos un regalo, pasaremos de largo porque ya no nos es útil, ya no queremos su amistad, aunque nos haya dado la vida. Fuente mala la llaman, fuente si, pero mala… ¡lástima!, porque en algún lugar, seguramente, la coronarían reina de la tierra.


La culaga


Si en Ayoó al volver una esquina te encuentras que la calle es demasiado ancha para una persona caminando y demasiado estrecha si llevas un vehículo, aunque sea una bici o un carretillo, estás ante una culaga. En un pueblo, donde el precio del suelo y del quinto de cerveza anda ras con ras, no se explica bien lo que vas a ver. Parece la obra de un ingeniero que no pasó de parvulito. Totalmente desaconsejado el tránsito para la gente con manías, claustrofobia, aracnofobia, ligofobia, rozaduraenbrazofobia, (solo ésta me lo he inventado yo, eh). Ahora bien, para los Ayoínos es el alivio, como la recta, el camino mas corto, el aliciente para salir de casa, el antídoto de la pereza de ir a tal sitio, porque como vamos por la culaga… En el vecino valle de la Valdería, en Felechares, la misma calleja se llamaría caloga, en Santibañez la llaman currupia y en San Pedro de Ceque cuyalina. Eso si, antes de entrar, mirar por si hay que dejar salir, o merece la pena el roce…




domingo, 25 de julio de 2010

Nuestro epitafio


Hace muchos años, al lado de la puerta del cementerio de Ayoó, había una tablilla con una inscripción: Un epitafio. Estaba escrita con los abecedarios que usaban los carpinteros, que eran piezas rectangulares de latón troqueladas, una para cada letra, a las que se aplicaba pintura para marcar o escribir sobre madera o metal, ya fueran carros, máquinas de limpiar, trillos o cualquier otro apero de labranza.


Parece ser que el promotor de la tablilla fue un Ayoíno emigrante, Luis Lozano, en una de sus pocas visitas desde Argentina, aunque fue de un año de duración. Se le recuerda de baja estatura, un poco rechoncho, siempre con un pequeño sombrero y con un decidido caminar. No fue el primer ni el único cementerio al que se le puso en sus muros un epitafio, éste concretamente todavía se conserva en alguno. Parte de él es muy antiguo, “Quod tu es, ego fui; quod ego sum, tu eris”, (Lo que tu eres, yo fui; lo que yo soy, tu serás), fue incluso el epitafio de un famoso pirata, y originariamente era un aviso para los caminantes que se acercaban a algunos cementerios paganos, y pedía respeto para sus sepulturas. Se ignora el autor que lo cristianizó suplicando una oración, aludiendo al ciclo de la vida como reclamo moral. Aquella madera no pudo con la intemperie, y parece que nadie la restauró, condenando su contenido a la memoria cada día más débil de nuestros mayores. Al margen de convicciones políticas o religiosas, que haberlas “hailas”, veo y creo factible y necesaria la recuperación de éstas pequeñas cosas que hacen grandes nuestros pueblos. También ignoro los motivos de su colocación, si es que estuvo o hubo otra antes, y su procedencia, pero a mi me ha gustado… ¿y a vosotros?


Un padrenuestro te pido
por caridad, buen hermano,
mira que tarde o temprano
tienes que venir aquí.
Lo que tu eres, yo fui;
lo que yo soy, tu serás,
y entonces te alegrarás
que te lo recen a ti.

El pejo



Sólo hay que darse una vuelta por la calle Peñacabras para contemplar una rudimentaria y nostálgica cerradura: el pejo. Excepto por los clavos de sujeción, 100% madera, inútil para esconder dinero o joyas, desde luego, pero económica y eficaz para encerrar paja, ganado, aperos de labranza, leña, y mucho mejor, las telarañas que hoy en día guardan. Una llave con forma de peine con pocas púas, casi siempre tres, se introduce dentro de una ranura lateral de la cerradura, y elevándola horizontalmente permite correr el pejo para “destrancar” la puerta. Sencillez, humildad y nobleza al servicio de la gente sencilla, humilde y noble del pueblo. En Ayoó, ya se sabe, nadie roba lo que es suyo, y como garantía de que esto ocurra, tenemos el pejo en la puerta.





El boquerón


Pez teleósteo, fisóstomo, semejante a la sardina, pero mucho más pequeño. Abunda en el mediterráneo, y parte del océano y con él se preparan las anchoas. Se trata de una especie de engraulis encrasicholus.
Así de entretenida se nos muestra la definición de boquerón en un diccionario de la RAE. Y digo yo: ¿Dónde salieron éstos sabios con sus libros gordos que desconocen el “seco” boquerón? ¿No será que debaten sus elucidaciones en los bares y nuestro boquerón no estaba de tapa? Si al menos uno de ellos alguna vez hubiera estado guardando paja, subido en el carro con las pernillas, las armaduras y las sogas, agarrado a la bienda, con los ojos cegados por la munia, y la ropa acribillada de argañas, nuestro querido boquerón figuraría en letra de imprenta, como Dios manda. Yo lo definiría como una ventana mal hecha, o simplemente el hueco fallido, o un buen intento de un mal albañil, no sé, a lo mejor los sabios lo conocían, pero no lo tuvieron claro, no se pusieron de acuerdo en su definición y por eso no aparece en los libros. Lo que está claro es que no hay un mal pajar que no tenga un buen boquerón.



martes, 6 de julio de 2010

Las carrúnias


En un paseo por Ayoó podríamos descubrir una casa de arquitectura antigua, más de 50 años, diferente de las demás. Su estructura no encaja en el tipo de construcción rústica ni moderna de la zona. Claramente, la mampostería de la fachada, sus grandes ventanales, sus puertas talladas, o el tamaño de la obra en sí, indican una distinción especial. Es la casa del señor Laurentino, en la calle de la Iglesia, y el mismo nos ha contado su historia.


El plano de la obra, algo impensable en aquella época, lo envió su hermano D. Antonio desde Buenos Aires, y para sus 32 metros de fachada, 6 de altura en la parte delantera y 9 en la trasera, se necesitó una ingente cantidad de materiales. Ladrillos, piedras, barro, paja, madera, tejas, tierra… y a finales de la década de los cuarenta, fecha de comienzo de la obra, el único método asequible de transporte eran las carreterías, las carrúnias, que se denominaban en Ayoó, que eran vecinos, familiares, amigos o contratados que durante un día ofrecían su trabajo y su carro de vacas para el transporte de materiales, casi siempre dos viajes por la mañana y dos a la tarde. Cuenta el señor Laurentino que para la piedra se dieron dos carrúnias de 20 carros, al monte, tras muchísimas jornadas de extraer, seleccionar, y amontonar el material, con el inconveniente, como le sucedió a él, de tener que desechar una excelente cantera cuando ya tenían suficiente acarreado. Sin duda, suerte para el que fue detrás, cuenta con lástima. Porque no toda la piedra era buena para construir, se necesitaban piezas especiales para las esquinas, “llaves” o “traviesas” para unir los dos “lienzos”, que son las dos caras, interior y exterior de la pared, piezas mas o menos rectangulares para dar estabilidad, las piedras redondas se “picaban” para darle “cara” y las mas pequeñas se usaban de relleno y para ahorro de barro. Éste se amasaba a primera hora de la mañana, mezclándolo con agua y paja, y dejándolo reposar mientras se almorzaba, preparando el suficiente para toda la jornada. Al terminar las carrúnias, era frecuente una comida para todos, como una fiesta, en agradecimiento por la colaboración prestada. Por madera ya serrada y lista para su uso se dieron dos portes a S. Esteban de Nogales con 8 carros, por valor de 13000 pesetas, y a Nogarejas, a diferentes proveedores. Las vigas de aire, las principales del tejado que son de 11 metros de largas, solo se podían transportar una en cada carro, además con extrema dificultad, debido al peso y al lamentable estado de los caminos. Esta madera se serró en Congosta, en el molino del ti Silverio, con una sierra de cinta movida con la fuerza del agua, aunque ésa es otra historia a la que le dedicaremos otro tiempo.


Como anécdota, una noche cuando volvía de alguno de sus muchos viajes, bajando la pedrera le salieron dos lobos, dándole un buen susto que aún hoy recuerda, aunque con un par de voces volvieron al monte tan asustados como él. Eran frecuentes los encuentros con lobos, por la abundancia de éstos y por los muchos viajes andando o a caballo que se solían hacer, casi todos a altas horas de la noche o a primeras de la mañana, para aprovechar mejor el tiempo. Pero volvamos a la obra. En los trabajos participaron las dos cuadrillas de albañiles que había en Ayoó en aquellos años, El ti Juan Antonio, el ti Ángel, el ti Pepe, el ti Eugenio, el ti Bernardino, el ti Olegario, el ti Anselmo, el ti Prudencio y Vicente “el diablo”, (apodado así por la excelente interpretación que tenía en las comedias del personaje maligno, ya fuera demonio o diablo), aparte de otros que sin ser profesionales también echaron una mano.


Las paredes interiores se levantaron con 190 bloques de tapia, de aproximadamente 2 m de largo por 1 de alto, lo que supone ¡más de 300 metros cúbicos de tierra!, toda movida con herramientas manuales y transportada con carros, elevada a hombro en cestos de mimbre por escaleras y compactada con un pequeño mazo de madera. La tapia, economía y calidad para un material tan despreciado como desconocido. Cuando la casa se encontraba en un avanzado estado de construcción, 3 ó 4 metros de altura, la gran cantidad de jornales comenzaron a preocupar a los trabajadores, fue necesaria una reunión para garantizarle el sueldo y proseguir los trabajos, que ya continuaron felizmente hasta el ramo, grata tradición en la que tras colocar un ramo florido a modo de bandera al terminar una obra, se hacía una comida invitando a todos los que habían participado en ella, con el aliciente tanto de la cantidad y calidad de comida como de vino, bienes relativamente escasos en los años en los que se desarrolla ésta historia. Quiero destacar la convivencia, la solidaridad, el apoyo y la armonía que se disfrutaba en los pueblos, el todos para uno y uno para todos, el qué tengo que te pueda hacer falta, el si me necesitas ya sabes dónde encontrarme, y otros valores desgraciadamente hoy en decadencia. Nuestros pueblos se construyeron así, esfuerzo, sudor, penurias, miserias, carencias… pero perseverancia y tesón, por eso invito a mirar nuestras viejas paredes con otros ojos, con los de la comprensión, porque si vemos tierra, piedras y palos, hay que sumarle historias como ésta, y después… valorar.

domingo, 13 de junio de 2010

La chimenea de la alcoholera



Si hiciéramos una lista con las “7 maravillas” de la construcción de la comarca, sin duda no faltaría a la cita un icono de la “época dorada” de Santibañez de Vidriales; la chimenea de la alcoholera. Mudo vestigio de la industria de aquellos años de prosperidad y trabajo, hoy, solo soporte del nido de la cigüeña. Altiva y arrogante, perfecta, diría yo, sin mostrar señales del paso del tiempo, ya veis, más de medio siglo y como el primer día, un lujo.



Tiene una altura de 21,5 metros, en su base una circunferencia de 5 metros, y está construida en el año 1949, sin andamio exterior, pues todo el material se subió y colocó desde dentro, añadiendo dificultad a la obra. Está compuesta íntegramente de ladrillos, cal, arena y una pizca de cemento, poco, que de aquella era muy caro. El maestro de obra fue D. Exuperio Tejado, y como obreros participaron sus tres hijos, Pedro, Plácido y Ramón, Gaspar y Sabino de S. Pedro de la Viña, Miguel Ferreras y Jesús “el Lindo” de Santibañez, Felicísimo,“Fiso”, de Carracedo y otros que desconozco y siento no nombrar. D. Exuperio cobraba 15 pesetas diarias y los obreros 9, de sol a sol, haciendo honor a dos refranes populares, “a quien madruga Dios le ayuda”, y “a sol puesto, jornalero suelto” (“y si no dan bien de comer, antes del sol poner”, como picarescamente se solía decir). El solar, era de “el ti José el pito”, que tenía panadería, bar y daba comidas en las ferias, y la alcoholera al parecer ocupa solo la mitad de la finca, que fue comprada por la sociedad Riesco y Romero, promotores de aquella industria que generaba gran cantidad de puestos de trabajo, y daba categoría a aquella pequeña ciudad que era Santibañez. Como anécdota, cuando D. Exuperio terminó la chimenea, se subió encima y dio una vuelta alrededor. Seguramente, su satisfacción por una buena obra terminada fue total, y con ese detalle nos lo hizo saber.