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domingo, 28 de abril de 2019

Cándiro, el arillero vidrialés.








El nieto Jacinto:


Se dice que “la necesidad agudiza el ingenio”. La falta de recursos muchas veces no impide alcanzar un propósito brillante si se dispone de tiempo, maña, inteligencia… e ilusión. Cuando todo esto se mezcla, nace la ingeniería y sus hijos ingenieros, un concepto mal entendido porque quizás lo relacionemos con estudios superiores, que también, pero es que demasiadas cosas se han hecho sin saber leer ni escribir, simplemente observando, analizando y mejorando. Puro ingenio, y… demasiada necesidad.

Cándido Ballesteros Delgado nació a finales del siglo XIX, en Carracedo de Vidriales. Seguramente, lo que hoy conocemos por miseria fuera todo un lujo para aquellas pobres gentes que únicamente tenían “la calle pa correr”. Una calle embarrada, claro está, y unas casas sin la más elemental comodidad; la electricidad, el gas, los motores, los medios de comunicación, la conservación de los alimentos… eran parte de un futuro imaginario, inalcanzable. Unas gentes que vivían de una agricultura, una ganadería, y un comercio ancestrales. Viñas, linares, semilleros… cabras, ovejas, vacas, caballos, mulas, burros… y mercadería relacionada con éstas actividades era todo el sustento que cada familia tenía para pasar el año, y para dejar pasar la vida.

Cándido padeció esta miseria y no se resignó a sufrirla, al contrario, su ingenio innato se lo impedía y además con un increíble sentido del humor. Incapaz de estar quieto, recorría cercanos y no tan cercanos mercados en busca de un extra con el que agasajar a su prole, que llegó a ser de 5 hijos de dos esposas. La muerte de su primera mujer lo dejó solo al poco de nacer su primogénita, allá por el año 1906. Por cierto, Elvira, que así se llamaba la niña, (“la ti Elvira”) falleció en Cubo de Benavente a los 104 años de edad.

Cándido mercaba en las ferias de Santibáñez y Rosinos de Vidriales, la Bañeza, la Carballeda, el Puente de Sanabria, o Villar del Monte, entre otras, era asiduo por el tiempo de los ajos, con los que pregonaba (con cántico incluido) que eran buenos para “la reuma, el mal de asma, la disipela, el dolor de muelas, amortajar suegras… y hasta pa enamorar…” (no sería por el aliento durante los besos).

Quizás en alguno de éstos viajes conociera quien le enseñó el arte de la fundición de metales. Y a la par de los ajos comenzó a comercializar otro producto mucho más rentable: la plata, lo que le valió de mote de “el arillero”. Fabricaba y vendía anillos (también llamados arillos), cruces, pendientes y medallas para fiestas o diario, y complementos de trajes regionales, como botonaduras, amuletos, patenas, relicarios, bollagras, alconciles, dijes … También soldaba gafas, reparaba candiles y faroles, cualquier máquina, y hacía coronas para imágenes marianas. Y por si fuera poco les hacía a las niñas los agujeros en las orejas, una costumbre poco menos que obligatoria en aquel tiempo, a la par de venderle los pendientes.

Un negocio rentable que no pasó desapercibido para los amigos de lo ajeno. Y así un día en “el raso” de Castrocalbón unos ladrones le salieron al paso y le robaron entre material y dinero 85 duros de plata. La ruina, y vuelta a empezar. Solo que comenzó a viajar y a enseñarle el oficio a su sobrino José María, a la vez de su espíritu divertido, fundamental para cerrar ventas con eficacia y rapidez. En cierta ocasión se pusieron ambos a vociferar en el mercado que vendían a “la madre y a los hijos”. Algún escandalizado comprador avisó a la pareja de la guardia civil, que se personó a la carrera para detener aquella barbaridad. Cual no sería la sorpresa cuando efectivamente vendían una madre y sus hijos: una coneja y su camada, metidos en una caja y tapados con una manta para terminar de hacer la gracia.

La picaresca, siempre presente en el mundillo del mercado, tenía como expertos a éste par de vidrialeses; cuentan por el pueblo aquella vez que se dedicaron a probar escabeche por los puestos, según ellos para comprar gran cantidad, cuando lo único que hacían era quitar el hambre sin gastar un céntimo. Pero no todo eran buenos ratos; una vez José María, al hacerle los agujeros en las orejas de una niña sentada en su regazo, víctima de los nervios y el dolor, se le cagó encima. El lío comenzó cuando llamó a la criatura “hija de moza”. Aquello acabó en desbandada.

En casa de su nieto Jacinto Álvarez Ballesteros, bajo la ripia de un vetusto tejado y esparcidos sin orden ni compostura se encuentran todavía muchas de las herramientas del mañoso Cándido. Algunas incomprensibles, como para estirar metal, otras más conocidas, como estampas, prensas, fuelles… Dejó el antiguo taller en la plaza de Carracedo, se mudó a esta casa, y con él vinieron sus bártulos, hoy herrumbrosos y polvorientos. Entre todo también está el sello de su negocio, “la patente”, como dice Jacinto. Perfectamente legible y adornado dice: “PLATERIA METALURGICA DE CANDIDO BALLESTERO EL VIDRIALES (CARRACEDO”

Las aventuras de Cándido “el arillero” y su sobrino José María bien merecen algo más en éste pequeño artículo; pero el espacio apremia y debo dejar sitio para otro de sus muchísimos ingenios. Jacinto ha querido darme algo de la herencia de su abuelo, una máquina, con mi firme promesa de cuidarla y preservarla de su destrozo. Un aparato de madera y metal totalmente fabricado por él, sin duda porque su ritmo de vida estaba por encima de la espera por el viento. Las semillas que cosechaba (lino, alfalfa, nabos, etc), para su venta o almacenamiento debían limpiarse de pajas e impurezas. Tradicionalmente se aventaban sobre una manta, un día de viento moderado. Él tenía demasiadas cosas en la cabeza como para esperar el día indicado, así que aprovechando varias cajas de pescado, algunas piezas de madera y de hierro, construyó su propia aventadora. Simplemente es una maravilla.

Mide aproximadamente 1 metro de alta, por 0,57 m. de larga, por 0,52 m. de ancha. La tolva es desmontable, para acceder al interior en caso de atasco, avería o limpieza. La criba se puede sustituir, para distintos diámetros de semillas, aunque de haber otras están desaparecidas. Una manivela acciona las aspas del ventilador, también de madera, y la excéntrica del soporte de la criba. Y pese al liviano peso del conjunto, el perfeccionista de Cándido también le puso ruedas para el transporte. Por cierto, unas ruedas que están gastadas, lo que indica el mucho uso que hizo de su máquina. Y sabiendo que esto iba a ser así, también dejó una rueda de repuesto, para solo perder tiempo en sustituirla en caso de rotura.

La máquina está relativamente bien de salud, apenas he tenido que cambiar parte de un eje, tratar contra los xilófagos… y guardar como oro en paño. Gracias, Cándido, por tu historia; gracias Jacinto, por tu regalo. Forma ya parte de una futura exposición.















Vídeo de funcionamiento:



Documental de la lluvia roja.












Ya es la segunda vez que La 2, en sus documentales, incluye en su programación aquella, ya vieja historia, de la lluvia roja sobre Vidriales. Un documental grabado por la BBC para su programa World’s Weirdest Events un 19 de mayo del 2016.

Por desgracia, los documentales no son todo lo vistos que deberían ser, y también lo digo por mi mismo. Aparte de esto, la visualización en Internet sólo es posible durante unos días, luego lo retiran, no sé porqué. Así que he decidido hacer una copia, seguramente infringiendo alguna ley, para compartirla en mi blog, al fin y al cabo, tampoco nadie me ha compensado por mi aporte.

La grabación se realizó en Fuente Encalada en el pueblo y en Ayoó, en Requeijo, por un equipo de 3 personas súper agradables que quedaron encantados, sobre todo, de la presa y sus alrededores.

En cuanto a la lluvia roja, he de decir que se sigue produciendo, con menor intensidad. Incluso he encontrado el alga causante de la coloración del agua en lugares tan alejados como en el puerto de Vigo, o en el fondo de una barca varada en una playa de Cadaqués, en el Cabo de Creus. Un poco más cerca, en un depósito de Villageriz, donde se coloreó por completo, o en Vecilla de la Polvorosa, haciendo un extraño contraste sobre una lona azul.

En 3 grandes recipientes sigo recogiendo el agua de lluvia, y vigilando los procesos; quizás algún día tengamos una nueva sorpresa. De momento siguen las incógnitas: ¿de dónde, o por qué llegan a las nubes estas algas?¿Nos pueden afectar?

Dentro vídeo:




sábado, 20 de abril de 2019

(Con cariño) No tocar las pelotas.






















La Iglesia parroquial de Ayoó de Vidriales, se ha dado en llamar últimamente por el bien merecido calificativo de “Catedral de Vidriales”. Y es sin duda la más grande, en todas las acepciones de la palabra; digo esto a sabiendas del alto valor histórico/artístico del resto de templos vidrialeses.

Una “Catedral” que hace honor a su nombre, siendo lugar más o menos reconstruido del monasterio de San Fructuoso de Ageo, donde desde la cátedra, se impartieron teología, gramática y latín. Catedral histórica, cuna de trece abades, cinco obispos, y cinco santos; veinticinco ilustres nombres entre los que yo destacaría a San Genadio, fundador de varios monasterios en el Bierzo, e inteligente fundador también el primer bibliobús (que habría que llamar “bibliocarro”, pues con ese vehículo mandó intercambiar los pocos volúmenes de lectura y estudio para que a todos le llegaran por igual).

Una “Catedral” recientemente intervenida en la solera, paredes interiores y tejado, siendo éste último, que debería ser el de mejor calidad en la terminación, un buen ejemplo de lo que se conoce como “chapuza”. En primer lugar, la teja elegida no es apta para nuestra zona, pues no soporta las heladas. En segundo lugar, se colocó sobre placas onduladas de fibrocemento, una idea que parece buena pero que roza el desastre, porque para sujetar las tejas se usó mortero rico en cemento y ahora es prácticamente imposible sustituir las piezas rotas. Y en tercer lugar, la pésima gestión en aquel momento precioso en el que utilizando el seguro de responsabilidad de la empresa constructora vinieron a sustituir la teja por otra más adecuada, y derivó en desastre completo: se sustituyeron algunas, otras se repararon con poliuretanos, y… las goteras aparecieron al poco tiempo otra vez, la más grave encima del retablo lateral izquierdo siendo necesario picar parte del tejado y reconstruirlo de nuevo.

Por si alguien quiere comprobar lo que digo, le sugiero mirar el tejado en su parte norte. Los dos colores de tejas dan dolor de ojos, pero las más pálidas, el 90%, lo dan de corazón, puesto que en pocos años se volverán quebradizas, y a ver quien y cómo se paga su sustitución.

Pero la historia no acaba aquí.

Vuelve a haber goteras.

El tejado de nuestra Iglesia es peligroso de recorrer, la teja es demasiado lisa y no se dejó instalada una línea de vida para sujetar los arneses. De todas formas, a petición de nuestro párroco, he subido una vez más a ver que ocurre, y el problema es redondo. Ya hemos advertido que jugar a la pelota sobre los muros del templo no está bien. Y no lo está porque las pelotas perdidas se quedan en el tejado, provocando atascos, retenciones de agua, hielo y … goteras.

¿Prima la diversión sobre la salud del edificio?

¿Echaremos las mismas risas el día de mañana cuando las maderas se dañen, y no sea posible su sustitución?

¿Y si en los trabajos de retirada de pelotas ocurre un accidente?

Seamos serios, la Iglesia no es “cosa de curas”, es nuestro patrimonio, un legado donde solemos celebrar algunos de los momentos más delicados junto a nuestras familias.

A quien corresponda, y lo digo con cariño… dejar de tocar las pelotas.


San Genadio.

El problema de las pelotas: