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domingo, 10 de noviembre de 2019

Mi primer juguete.




Hoy he encontrado una cosa
que me ha atrapado la atención;
una caja de cerillas,
entre los trastos de un rincón.
Se me agolpan los recuerdos
de ese tiempo que ya pasó;
medio siglo, y yo era niño,
y alguna alguien me regaló.
Sin duda el primer juguete,
principio de una colección,
que guardaba en otra caja,
bajo la cama, en un cajón.
Todos los días volcaba
mis cajitas en un montón;
no me faltaba de nada:
tenía bloques de hormigón
para hacer casas y puentes,
y cada poco una ampliación.
Rellenaba aquel paisaje
con maquinaria de cartón:
uniéndolas con hilo, un tren,
una, entreabierta, era un camión,
en dos, un tractor y un carro…
al guardar, blanco de un cañón.
Y así pasaba los días,
horas y horas de quita y pon:
tenía lo que no tuve,
nada que viera me faltó;
todo estaba en mis cajillas…
me sobraba imaginación.

-----ETJ-----

sábado, 9 de noviembre de 2019

Las tejas del tejar de Ayoó.


De forma natural y espontánea todos los seres vivos construyen sus viviendas o guaridas con los materiales de su entorno más próximo. Todos menos últimamente los humanos, que por medio del transporte es capaz de construir con materiales traídos de la otra parte del mundo, con un resultado no siempre lógico o satisfactorio.

Algunos animales procesan la materia prima para hacer mejores sus construcciones. Como ejemplo cercano y conocido podríamos hablar de las avispas comunes, que mastican madera para sus nidos de auténtico papel;  las avispas alfareras, las termitas y las golondrinas, que amasan y construyen con barro; o unos gusanos que habitan en nuestros ríos y regatos, que algunos llamamos “carros”, los tricópteros, que hacen su casa móvil encolando madera y piedrecillas. Los humanos, algunas veces tan animales, modificamos por completo lo que sea, para adaptarlo a nuestras necesidades, y así hemos inventado o descubierto decenas de materiales nuevos que seguimos perfeccionando hasta límites insospechados.

En la construcción usamos muchos de estos nuevos materiales, haciendo nuestros edificios más resistentes, ligeros y eficientes. Hoy toca hablar de uno, muy antiguo, que apenas ha sufrido cambios, y que protege la mayoría de nuestras modernas casas de las inclemencias atmosféricas: las tejas cerámicas.

Parece ser que las primeras tejas, como piezas independientes e intercambiables colocadas en una cubierta para canalizar el agua de lluvia, eran de bambú y las usaban los chinos. Fueron los romanos los primeros en copiar y fabricar estas tejas moldeándolas en barro y luego aplicándole un proceso de cocción, primero con canales planas (tégula) unidas con curvas (imbrix), y luego todas curvas. Pero los que verdaderamente popularizaron y extendieron esta técnica constructiva fueron los árabes, y de ahí que se quedara con el nombre de “teja árabe”.

La teja árabe tardó mucho tiempo en llegar a Ayoó de Vidriales, por el simple hecho de que existía otro material en abundancia muy cerca y de relativamente fácil colocación y reemplazo: la urz.

Sebastián de Miñano y Bedoya, en su Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, volumen I, nos corrobora este hecho con dos curiosidades, tilda el nombre de Ayoó en la primera “o” (Ayóo), y nos añade a la provincia de León. Es el año 1826 y dice textualmente que “las casas están cubiertas de urces que cogen en los montes inmediatos…” Unos años más tarde (1850), Pascual Madoz pone cifra a esas casas, “62 casas muy reducidas y de pocas comodidades”. No es extraño que en el famoso incendio que saltó a los noticieros nacionales de la época del 25 de Marzo de 1878 se quemaran 44 casas; tanta madera, un poco de viento, sin medios… menos mal a la ayuda de San Bartolo, si no se quema el pueblo entero (broma). Es fácil imaginarse la catástrofe, sólo hay que ver fotos de pallozas, pegadas unas a otras.

El caso es que llegamos casi al año 1900 y seguramente muy pocas casas de Ayoó tuvieran teja curva cerámica cubriendo sus tejados, si acaso la iglesia, o algún edificio singular. La explicación la dejé arriba, la cercanía y facilidad de construir con otro sistema igual de eficaz. Del mismo modo en la cercana Cabrera se cubrían con pizarras autóctonas, o donde hay piedra se usa en muros, y donde no la hay se construye con tapia y adobe. Pero se comprobó que la teja curva era excelente para los nuevos tejados (tejado viene de teja), tendrían mucha menos pendiente y el mantenimiento era mucho más rápido y fácil, comparado con el de urz. La solución a la demanda del nuevo material estuvo en hacer tejas cerca.

Hace unos días, repasando y limpiando un tejado de Villageriz, encontré una teja con una inscripción bastante débil. La bajé a lugar seguro, y continué la tarea. Pasaron dos o tres días y me acordé de la teja. Directamente al sol no es legible, en cambio de soslayo y jugando con las sombras el mensaje es claro… y precioso.
Fran (más “co” en superíndice: Francisco) Casado hizo esta teja en Ayoo
Y luego añadió luego cinco oes, supongo que para hacer la gracia, y lo subrayó.

En mis trabajos en los tejados he encontrado muchas tejas con algún detalle: paisajes, plantas, nombres, mensajes… Conservo una que dice “Bobo el que lo lea y tonto”. Pero ésta teja me ha parecido especial; una teja que bien merecía algo de investigación, así que aquí está:

La parte que viene ahora es la que más me gusta, hablar y preguntar a cuantos pudieran aportar memoria a mis letras. Teniendo en cuenta que los hechos ocurrieron entre finales del siglo XIX y principios del XX me he encontrado algunas imprecisiones; perdón si no lo escribo, o no lo entendí bien. Parece ser que el primer tejar en el alto Vidriales lo fundaron el “ti” Juan Casado, natural de Ayoó y el “ti” Aquilino Gutiérrez, de Congosta, en el lugar que luego se llamaría “los tejares de Congosta”, en Ayoó Pequeñino. Un nefasto día, Juan sufrió un accidente laboral, al desplomársele encima un pequeño alud cuando extraía la materia prima. El caso es que murió, dejando a su viuda, Josefa, con una hija pequeñita, Lucinda. Por aquel entonces un hermano de Juan, Francisco, había emigrado a Buenos Aires y al conocer la triste noticia volvió para el pueblo. Como hermoso detalle, para que su cuñada y su sobrina no se quedaran solas y desamparadas, adoptó como hija propia a Lucinda y se casó con Josefa. Sin duda fue una acertada relación que pronto se convirtió en verdadera familia, ya que luego tuvieron otros hijos, y Francisco y Aquilino continuaron los trabajos en el tejar unos cuantos años más.

Parece ser que el horno de este tejar era como uno de hacer pan, pero gigante. Una cúpula de adobes en la que se ordenaban las tejas; y una gran hornilla que le proporcionaría el calor necesario para la cocción. Nada que ver con el horno del tejar de Ayoó, como luego veremos.

Unos dicen que por edad avanzada de los socios, otros que porque se acabó la veta del buen barro, el caso es que el tejar de Congosta dejó de funcionar, y al poco tiempo un hijo de Aquilino, Antonio Gutiérrez, se asoció con José Menéndez y Julián Tostón y juntos fundaron un tejar en Ayoó, activo casi 15 años, en el paraje “la Madre”, cerca del lugar conocido como “la Noria”.

Todavía hoy, tras la concentración parcelaria, el paso de maquinaria para igualar y las labores agrícolas, se aprecia claramente el desmonte por la extracción de la materia prima. A dicho talud había que añadir una zona lisa, el tendal, y otra zona para depositar la gran cantidad de leña necesaria; todo en torno al edificio principal: el horno. Éste tenía un tamaño aproximado de 3 por 3 metros de base, y posiblemente 5 de altura, con un tejado elevado un metro sobre las paredes que evitaba inundarse en días de lluvia. En la parte baja estaba la hornilla, con forma de túnel con varias troneras en toda su longitud por donde saldría el calor hacia el interior. En un lateral estaba el acceso, una entrada para rellenar de tejas, bien colocadas verticalmente, que se cerraba con adobes y barro para empezar a cocer. Es un tipo de horno que no tiene cámara como el de Congosta, es como cocer dentro de una enorme chimenea, con sobregasto de leña.

Otra pieza clave en esta industria es un simple hoyo en el suelo al que se le llena por la mitad de agua; el barro extraído se muele muy bien y se añade en capas al hoyo hasta que desaparece el agua. Se le deja reposar algunas horas, y luego con los pies desnudos los obreros amasan enérgicamente la mezcla; un trabajo muy pesado tras el cual se vuelve a dejar reposar. El siguiente paso es hacer una “pilada”: meterse de nuevo al hoyo, extraer con las manos el barro y amontonarlo en la orilla golpeándolo con fuerza. Y luego otra vuelta con la misma energía, y cuantas más mejor, para sacar el aire y dejar un material dócil y maleable.

Bajo un tendejón de ramas estaba el propio alfar, una mesa sobre la que se espolvorea ceniza o cualquier polvo para poner la matriz de la teja encima, aplastar con las manos el barro necesario y pasarle una madera presionando atrás y adelante para quitar el sobrante. La matriz solía ser de hierro, una pieza trapezoidal con el espesor de la teja, que es la que da el tamaño. Luego con habilidad se levanta la matriz y se mete debajo una pala de madera, con forma troncocónica que es la que da la forma y sirve para transportarla al tendal, la zona de secado de unos 100 metros cuadrados. Las tejas se depositan con el lomo hacia arriba, y a unas se le aplasta suavemente y a otras cuando la paleta está por la mitad se realza, para conseguir los dos tipos de tejas, llamadas popularmente “camas” y “caballetes”.

También se fabricaban en otro formato, muy pocas, pero mucho más grandes: son las llamadas tejones, limas, o limahoyas. Se colocaban en los encuentros de pendientes, para canalizar mucha más agua y además facilitar las futuras labores de limpieza. En una de las muchas conversaciones con los informantes, Paulino Gutiérrez me dijo que en su casa, al modificar una lima, encontró uno de estos tejones con una inscripción detrás, y amablemente se ofreció a enseñármelo por si podía aportar más datos a la investigación. En letra grande, elegante, y bien marcada se puede leer: “Sixto Castaño Delgado Natural de Congosta”. Es de suponer que ésta teja es del tejar de Congosta, en el que Sixto no trabajó; si acaso iría a hacer un encargo, o simplemente pasara por allí y le permitieron dejar su nombre y pueblo para la posteridad.

El proceso de fabricación de tejas continúa del secado al horno, y mucho calor, ininterrumpido durante un día y medio. Los alfareros también hacían noche atentos de que la llama fuese constante, para una cocción óptima. La teja está bien cocida si su sonido es metálico, y si una persona de corpulencia normal se puede subir sobre una teja vuelta apoyada en el suelo, con un pie en cada ala, y se puede mecer sin romperse.

Por mi experiencia en este tipo de teja, tengo que decir con sinceridad, que son de las mejores que he encontrado: grandes, uniformes, derechas, sin caliches, muy bien cocidas… dando por excelente el tejar de Ayoó, al menos en la remesa que podemos certificar como suya gracias al mensaje de Francisco.

Y un apunte curioso: las tejas nuevas, en la primera colocación, no son cien por cien impermeables. De igual forma que los botijos, permiten una leve sudoración. El tiempo y la intemperie se unen en un fenómeno bien conocido, la colmatación, por la cual los poros de las tejas se cierran para terminar siendo aislantes perfectas de la humedad. Y del mismo modo que la piedra recién sacada de la cantera es relativamente blanda, y ya los antiguos romanos las dejaban a la intemperie dos años para que con el sol, la lluvia y los hielos adquirieran dureza, a las tejas les ocurre lo mismo, con los años el tejado madura y mejora de forma natural. De ahí viene el refrán: “no compres cosa vieja que no sea vino, jamón o TEJA”

Terminados los informantes del alto Vidriales, tuve el acierto de acordarme de un buen amigo colaborador en algunos artículos de este blog: Dori, de Castrocalbón. Le pregunté acerca de los hornos antiguos alfareros de Jimenez de Jamuz, por hacerme una idea más concreta del horno del tejar de Ayoó, y después de su ilustración me llevó al Museo de Castrocalbón, lugar donde él depositó hace varios años unos objetos encontrados en la escombrera de Congosta, seguramente propiedad de los alfareros Juan y Aquilino: una matriz de teja que coincide bastante bien con la lima de Paulino, y una paleta con la horma, para tejas más pequeñas que la que apareció en Villageriz, que alguien no supo darle el adecuado valor. Viéndolas es fácil entender parte del proceso ancestral de elaboración manual de las tejas, esas que junto con sus moldes hoy acaban desechadas por inútiles.

Y como conclusión final, no sabemos cómo ni por qué Francisco Casado firmó la teja en el tejar de Ayoó porque no trabajó allí, pero nos lo podemos imaginar. En alguna visita a sus colegas, quiso dejar constancia de su saber hacer, moldeando una nueva teja. Un trabajo que, como las obras importantes, también dejó firmado para la posteridad. La teja viajó a Villageriz, como lo pudo haber hecho a otro lugar, y terminó en mis manos como pudo haberlo hecho en otras; la suerte es que mi teja es parte de una historia y así la conservaré, y las demás tejas, por desgracia, serán parte de la escombrera.


En el centro del mapa, situación del tejar de Ayoó.


Desnivel, por la extracción de barro.


Teja de Francisco Casado




 Detalle.


Situación del tejar de Congosta.



Teja de Paulino Gutiérrez, del tejar de Congosta.




Útiles del tejar de Congosta. Museo de Castrocalbón.



Tejas con decoraciones.