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lunes, 19 de agosto de 2019

San Jorge, en Vidriales.


Ya no es la primera vez (y espero que no sea la última) que en el ir y venir por los pueblos vidrialeses alguien me manda parar para enseñarme alguna cosa, sabiendo de mi blog y de mi gusto por la investigación, sea del tema que sea. En éste caso, una persona que me pidió encarecidamente permanecer en el anonimato, me regaló un “palo que tiene algo tallao, “pa” que estudies un poco…”

En primer lugar, me gusta conocer su procedencia, y resultó ser mero relleno en el hueco de una ventana de un viejo edificio en el que ya se habían hecho otras reformas. La ampliación, para la colocación de una ventana nueva sacó a la luz un “madero, que parecía que tenía formas”, aún envuelto en el barro. Es de agradecer que no acabara en la lumbre, por la gran cantidad de carcoma que lo corroe.

Es madera maciza y liviana, de 20 cm de grosor máximo, y de 52 cm de largo. Es cierto lo de la talla, que aparece en cuanto se elimina el polvo y el barro de los rincones, y resulta ser una escultura de bulto redondo aunque sin terminar por detrás. Con mayor limpieza aparecen los primeros restos de pinturas y estucos, y sorprendentemente, aunque débiles, también dorados.

A primera vista le falta la cabeza, y creo que estaba muy detallada a juzgar por lo bien labrada que está la parte superior del cuello y el principio del vestido. El brazo derecho forma un ángulo recto y se cierra sobre el pecho, terminando en puño cerrado. El brazo izquierdo está totalmente destruido por la carcoma, pero debería mantener la misma posición para terminar en el claro escudo medieval, triangulado, que le protege el corazón. Los pies están bien definidos, aunque a distinto nivel. El derecho es el inferior e indica que la figura está apoyada en un pedestal. Del puño derecho desciende lo que parece la vara de una lanza, puesto que en esa línea se intuye una figura mitológica, un dragón con la boca abierta. El pie izquierdo sujeta al animal, que abre sus fauces hacia el caballero armado.

La talla es muy pobre, y se realizó en un tronco con corteza. Atravesando el escudo, el dragón y el pedestal se aprecia la capa oscura que media entre corteza y madera (me atrevo a decir) de un conocido árbol autóctono: el “humero” (aliso). En origen, la corteza formaba parte de la talla, y por delicada, fue la primera en carcomerse y soltarse. El resto también es golosa para los insectos xilófagos, sólo el humo la preserva, y de ahí le viene el nombre “humero”, porque es muy utilizado en las cocinas “de humo”, o de “curar la matanza”, las más antiguas, en las que se hacía el fuego en medio, en el suelo, y el humo inundaba todos los rincones. Es una madera muy fácil de tallar, usada para las galochas o madreñas, porque su viruta y serrín son suaves.

La iconografía no deja lugar a dudas: es San Jorge, en la versión de una leyenda que es a su vez el prototipo de todas las leyendas de caballeros que rescatan a princesas. Parece ser, según versiones, que en algún lejano lugar un peligroso dragón hizo de guarida las inmediaciones de la única fuente que abastecía de agua potable una ciudad. Para apartarlo en el momento de buscar el agua para el día, los lugareños dejaban animales en un lugar apartado para que el dragón saliese a comer. Pero hubo un momento en que se agotaron los animales y no tuvieron más remedio que ofrecerle doncellas, si querían sobrevivir.
Largo tiempo duró el sacrificio de jóvenes, hasta que le tocó el turno a la bella hija del rey. Cuando esperaba aterrada su triste final, apareció un valiente caballero a lomos de su montura y de certeros golpes acabó con la vida del dragón y con aquella pesadilla, liberando al pueblo para siempre.

He consultado a uno de los que más saben de iconografía en Vidriales, el párroco de casi todos sus pueblos, Don Miguel Hernández, para saber si hay algún San Jorge en los retablos de sus iglesias, y el resultado es negativo. Ni pintura ni escultura, a pesar de la riqueza y variedad de imágenes. Me parece extraño, sabida la presencia en el valle de templarios, fieles devotos de San Jorge. Una historia curiosa, la de la polémica estancia de la orden militar de caballería, que me parece interesante recordar.

Uno de los documentos más antiguos que nombran el monasterio de Ageo, está fechado en enero del 1154, por el cual se regala (algo muy extraño según los historiadores) por parte del rey de León Alfonso VII al abad Don Suero el monasterio para su restauración y reforma. Sólo unos años más tarde, Don Suero dejaría su propiedad para ser elegido como obispo de Coria (Cáceres), en manos de Pedro Pérez, monje y diácono, en las mismas condiciones que lo recibió. Era el año de 1156. Don Suero falleció en 1169 dejando de nuevo a Pedro Pérez como su sucesor en el cargo de obispo de Coria, abandonando la dirección del monasterio Vidrialés. En 1182 llegan los templarios a la cabecera del valle y “per ptentiam secularem”, esto es, por fuerza militar, desalojaron a los monjes cistercienses y se quedaron con Ageo. Éstos, refugiados en San Martín de Castañeda, recurren al Papa Lucio III para que les devolviesen el monasterio. La sentencia papal fue favorable a los monjes, sin embargo los templarios , según palabras del padre Alonso, historiador, “se quedaron con ello”. Con todo y contra todo, los templarios dirigieron Ageo hasta 1310, año en el que la orden queda disuelta, sus miembros aniquilados, y la casa monástica pasó a ser comunidad parroquial administrada desde Alcañices.

128 largos años, conocido su “modus operandi”, los templarios controlaron Vidriales y seguramente su contorna. Parece ser que en la ermita de Castrocalbón quedan restos de su arquitectura, quizás en Villageriz, y posiblemente también en Uña de Quintana, y el torreón de Ayoó fuera una tardía construcción para resistir lo inevitable, la extinción de la orden. Pudiera ser que otras huellas templarias sean las abundantes representaciones de sus venerados Santos: San Bartolomé, María Magdalena, San Miguel Arcángel, San Blas, San Juan Bautista, San Bernardo…, pero por alguna extraña razón San Jorge quedó fuera de la imaginería… hasta éste hallazgo.

He limpiado la talla, le he administrado un tratamiento contra hongos y xilófagos, y lo he envuelto en plástico, para que dicho tratamiento sea más eficaz. En un futuro me gustaría reproducir la imagen, con su cabecita, que me imagino larguirucha, con su barba lacia, nariz recta, ojos bien definidos, y cabellera larga protegida con un casco tipo capacete. Daremos tiempo al tiempo.

Gracias, mi anónimo amigo.