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miércoles, 18 de diciembre de 2019

El recalentamiento global


Qué difícil se me hace tomar alguna posición en el último e indudable problema mundial. Porque una de tres: o el “cambio climático” es catastrofismo, y es un problema; o es real, y es un problema; o me quedo inactivo, y el problema sigue cuando oigo lo que no puedo aceptar por correcto y también por lo que se calla y se debiera tener en cuenta. Yo sólo sé que no sé nada, y nada puedo aportar, aparte de mi memoria por lo que he vivido y sentido, apenas 50 años, y todo eso no deja de ser menos de medio suspiro en la larguísima vida de nuestro planeta. Me siento una inocente mariposa en sus 15 días de vida que quiere dejar su opinión en la historia del clima: pues muy cambiante, la verdad; pero no sé qué hubiese dicho en el caso de haber vivido esos “15 días” en otro lugar de la tierra o en otra época remota; quizás me debiera de corregir y decir que ahora tenemos un clima demasiado apacible o un escenario catastrófico, no lo sé. (El ejemplo sería aletear en la contaminada Madrid capital o hacerlo en Ayoó de Vidriales, en medio del monte: parecido clima, distinta situación). Necesito entender la cuestión, para luego poderme posicionar; por eso me gustaría que se contrastaran datos y noticias, y no caer bajo los efectos del sensacionalismo mediático, ese mantenedor de morbo que diariamente nos bombardea hasta en la sopa, y es literal. Sobre el clima hay muchas voces, y es necesario escucharlas a todas y valorar sus argumentos.

Pongámonos en antecedentes con una metáfora: He leído por ahí, que si la edad de la tierra (4600 millones de años) la compactáramos en un año terrestre (365 días), sería el 31 de diciembre, el último día de todo ése año, cuando los antepasados humanos se separaron genéticamente de sus hermanos primates; que el género Homo apareció a las 19,30 (7,30 de la tarde), y que hasta las 23,15 (11 y cuarto de la noche) no decoraría los muros de las cuevas con sus pinturas rupestres. Nuestra era, lo que llamamos “después de Cristo”, comprendería los 2,86 últimos minutos, y como curiosidad, Darwin publicó El Origen de las Especies en los 11 segundos anteriores a las campanadas de fin de año. Cuando se tensa el mecanismo del reloj para el primer martillazo resulta que comienza la revolución industrial, estudiamos el clima e incluso mandamos satélites para ver en realidad cómo es nuestra nave interestelar. ¿Hemos tenido tiempo y datos para sospechar que los humanos con nuestra actividad estamos provocando poco menos que el fin de la vida en el planeta?

La anterior parece una metáfora excelente: para reflexionar sobre nuestro efímero paso por el mundo. No todo ha sido siempre como lo vemos, y no se puede contabilizar nuestra memoria como el único tiempo a tener en cuenta; porque hubo un “antes” demasiado extenso como para ignorarlo, y no sólo el “ahora” es el único tiempo que importa. Algunas estadísticas, como las del clima (o una buena comparación es la economía), se deben de examinar desde muy atrás en el tiempo para tener una percepción clara de las tendencias. De lo contrario, el egocentrismo de nuestros genes nos hará ver girar el mundo alrededor cuando en realidad somos nosotros los que giramos la cabeza hacia dónde nos apetece. Una metáfora que complemento con otra del escritor Mark Twain: “Si la Torre Eiffel representara la edad del universo, la capa de pintura que tiene en la punta representaría la porción que le correspondería al hombre de ese tiempo, y cualquiera se daría cuenta de que la torre se construyó sólo para el lucimiento de esa delgada capa de la punta… ¿o no?”.

No quiero crear más polémica, ni entrar en estériles discusiones, bastante lío hay ya; sólo dejar mi humilde opinión. Y me parece que se está planteando el tema mal, cuando se mezclan dos conceptos bien distintos: “cambio climático” (natural, y contra ese poco o nada podemos hacer) y “calentamiento global” (antropogénico). Sabemos que cambios climáticos ha habido varios, y muy importantes antes de la revolución industrial, esa que se culpa del calentamiento global por la emisión humana de gases de invernadero. Por tanto, deberíamos diferenciar para tratar con propiedad el problema, que de haberlo sería el “calentamiento global”, o incluso otro distinto, yo sugiero (y nunca he oído el término) RECALENTAMIENTO GLOBAL por nuestra emisión de gases de efecto invernadero (lo de generar fuentes de energía, calentar y volver a calentar, o recalentar, es muy propio de los humanos). Sin embargo, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en su artículo 1, punto 2, ya se apropia del término “cambio climático” para acusar directamente a las emisiones humanas como responsables: “2. "Cambio climático" significa un cambio climático que se atribuye directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera global y que se suma a la variabilidad climática natural observada durante períodos de tiempo comparables”. Vamos, que no han dejado sitio para la duda.

Pero también deberíamos decir que los gases de efecto invernadero son absolutamente necesarios para la vida, si desaparecieran la temperatura media del planeta descendería hasta los 18 grados bajo cero, dejaría de llover o nevar, y paradójicamente el sol nos freiría con su radiación ultravioleta. ¿Cuáles son los niveles adecuados? Los estudiosos no se ponen de acuerdo, los sensacionalistas agitan las calles, y los políticos parecen “engordar” con la mezcla. (Véase nuestro presidente llamar “fanáticos” a quienes anteponen la duda al “dogma” consensuado sólo por una parte de los opinantes).

Pero… ¿qué es lo “normal” en el clima? Para hacernos una idea de los bandazos climáticos solamente en los primeros 1900 años de nuestra era, sin ninguna emisión humana de gases de invernadero, podemos consultar un viejo artículo de Gabriel Puig y Larraz titulado “Sequías pertinaces”. Hay que decir que no necesariamente la sequía es producto del calentamiento, más bien la ausencia de lluvias; aunque un excesivo calentamiento lógicamente evapora, reseca y desertiza. Y también cuando se menciona el “hambre” puede que no sea causa directa de la sequía, lo puede ser del frío, y los que vivimos en el campo lo sabemos muy bien cuando vemos que en nuestros huertos no desarrolla ni madura el fruto simplemente si las noches son demasiado frías. Pero como uno de los síntomas aparentes del clima actual “cambiado” son las pocas lluvias y nevadas, y por el contrario, desproporcionadas en puntos concretos de la geografía, hagamos un repaso de años, datos y fuentes históricas que menciona Puig y Larraz respecto a esos episodios extremadamente intensos y duros en España que afectaron directamente a nuestra provincia de Zamora:
-El Cronicón de Idacio registra una sequía con tintes apocalípticos hacia el año 410.
-Un fenómeno que volvió a suceder hacia el 680.
-Del 707 al 709 hubo otra, “en tan grandes proporciones y tan continuada” que originó hambre y peste, muriendo la mitad de la población.
-Don José Antonio Conde recoge en su libro “Historia de la dominación de los árabes en España” varias sequías, como la del año 846 que no hubo trigo ni cebada, se secaron viñas y frutales y murieron los ganados.
-Otra, muy prolongada, del 867 al 877 secándose las fuentes.
-En el 901, en el cerco de Zamora por Abul Cassin, hubo tal sequía que se vadeaba el Duero por varios sitios.
-En el año 982 por la sequía no se pudo arar y sembrar.
-En el 1172 otra gran sequía, por la que murieron personas y ganados.
-En 1213, el arzobispo D. Rodrigo cuenta que hubo tal sequía y hambruna que se produjeron casos de canibalismo.
-A principios del siglo XIV, según D. Pedro Barrantes en el “Memorial Histórico Español” por la sequía “moríanse las gentes por las calles de hambre, e comía la gente pan de grama, e murió la cuarta parte de la gente”.
(Los últimos 3 puntos coinciden con el Período Cálido Medieval)
-En el mismo siglo XIV hubo otras dos, aunque de menor intensidad.
-El 1506 se dio en llamar “el año del hambre”, porque no hubo apenas cosecha de trigo, importándose de Sicilia.
-En los años 1539, 1545, 1546 y 1550 se repitió la sequía.
-Del 1596 a 1598 los campesinos tuvieron que comer salvados y hierba por falta de cosechas.
-Puig y Larraz también menciona sequías en los siglos XVII y XVIII, apuntando el 1868 por no haber llovido nada desde enero a julio, faltando la cosecha y volviendo el hambre.
(Este período es conocido como Pequeña Edad del Hielo)
En éste mismo blog ya comenté otro “año del hambre”, el 1942, por la “pertinaz sequía” del 1942 a 1945, todavía en la memoria de nuestros abuelos por no segar el cereal de bajo que estaba y tenerlo que arrancar manualmente. El 29 de julio de 1942 se produjeron las más altas temperaturas desde que se llevan registros en León. Otro dato: las menores precipitaciones en la Confederación Hidrográfica del Duero también son de esos años, 1944 y 1945, con 377 mm.

Con estos y otros datos queda claro que nuestro reciente pasado no ha tenido siempre un clima estable y predecible, más bien nunca lo ha tenido. Ahora bien, ¿en el cambio actual tenemos los humanos tanta culpa como se dice, o no? Creo que son los expertos quienes se deben de dejar de ideologías, de intereses y de inclinaciones diversas para trabajar en el progreso y la verdad, abriendo un auténtico y sincero debate, que es lo que debe de hacer la ciencia. Los demás poco podemos hacer, aparte de economizar energía en todas sus vertientes, reciclar para mantener el entorno más limpio y natural, y algo de lo que nunca se habla, que es el aprovechar al máximo nuestros bienes y servicios para luchar contra un consumismo que sólo genera basuras y gasta energía innecesariamente (para crear lo nuevo y reciclar lo viejo), o sea, los dos puntos anteriores juntos. Creo que aplicando el sentido común dejaremos una posibilidad de supervivencia a las generaciones futuras.

Yo he querido dar un paso más, y ofrecer mi casa, mi conexión a internet y mis cuidados futuros al estudio del clima, instalando una estación meteorológica y poniéndola a disposición de la Asociación Meteorológica del Noroeste Peninsular (NOROMET). A partir del 15/12/19, el alto Vidriales (desde Carracedo valle arriba) como paraje con características propias, muy distintas al resto del valle, cuenta con una estación meteorológica que se puede consultar desde cualquier parte y hora. El enlace es:

Una estación, la número 74 de la asociación, instalada y calibrada por un experto local en meteorología, Santi (Santi Bedunia)(Santiago Parrado), socio fundador de NOROMET, con estaciones propias en Camarzana de Tera y La Bañeza, y colaborador en el programa “La Bañeza y Astorga en la Onda” de radio Onda Cero La Bañeza y Astorga, dando las previsiones meteorológicas para la comarca.

Conclusión final: qué fácil es, y qué recurrente hablar del tiempo atmosférico; y qué fácil veo que soporta todas las culpas: cualquier racha que destaque, para calor o frío, aunque sea natural y cíclica, como la gota fría en el Mediterráneo, ahora será causa del cambio climático. Ya lo dice un antiquísimo refrán: ¿de qué te quejas, labrador “honrao”? Unas veces por seco, y otras por “mojao”. Cambiemos labrador por cualquier colectivo y tendremos el refrán actualizado, solo que ya tenemos a qué culpar:
al "recalentamiento global".






Lugares de interés:
Estación NOROMET Ayoó de Vidriales:
Artículo:
Científicos alertando del cambio climático:
Científicos en contra:
Catastrofismo climático:

Predicciones catastróficas:
Desmontando mitos:

Conferencia en la Universidad de Vigo, año 2006; Luis Pomar, Catedrático, Universidad de las Islas Baleares:

Conferencia en la Universidad de Vigo, año 2006; José Ramón Gómez Gesteira, Profesor. Área de Física de la Tierra. Facultad de Ciencias del Campus de Ourense, Universidad de Vigo



domingo, 10 de noviembre de 2019

Mi primer juguete.




Hoy he encontrado una cosa
que me ha atrapado la atención;
una caja de cerillas,
entre los trastos de un rincón.
Se me agolpan los recuerdos
de ese tiempo que ya pasó;
medio siglo, y yo era niño,
y alguna alguien me regaló.
Sin duda el primer juguete,
principio de una colección,
que guardaba en otra caja,
bajo la cama, en un cajón.
Todos los días volcaba
mis cajitas en un montón;
no me faltaba de nada:
tenía bloques de hormigón
para hacer casas y puentes,
y cada poco una ampliación.
Rellenaba aquel paisaje
con maquinaria de cartón:
uniéndolas con hilo, un tren,
una, entreabierta, era un camión,
en dos, un tractor y un carro…
al guardar, blanco de un cañón.
Y así pasaba los días,
horas y horas de quita y pon:
tenía lo que no tuve,
nada que viera me faltó;
todo estaba en mis cajillas…
me sobraba imaginación.

-----ETJ-----

sábado, 9 de noviembre de 2019

Las tejas del tejar de Ayoó.


De forma natural y espontánea todos los seres vivos construyen sus viviendas o guaridas con los materiales de su entorno más próximo. Todos menos últimamente los humanos, que por medio del transporte es capaz de construir con materiales traídos de la otra parte del mundo, con un resultado no siempre lógico o satisfactorio.

Algunos animales procesan la materia prima para hacer mejores sus construcciones. Como ejemplo cercano y conocido podríamos hablar de las avispas comunes, que mastican madera para sus nidos de auténtico papel;  las avispas alfareras, las termitas y las golondrinas, que amasan y construyen con barro; o unos gusanos que habitan en nuestros ríos y regatos, que algunos llamamos “carros”, los tricópteros, que hacen su casa móvil encolando madera y piedrecillas. Los humanos, algunas veces tan animales, modificamos por completo lo que sea, para adaptarlo a nuestras necesidades, y así hemos inventado o descubierto decenas de materiales nuevos que seguimos perfeccionando hasta límites insospechados.

En la construcción usamos muchos de estos nuevos materiales, haciendo nuestros edificios más resistentes, ligeros y eficientes. Hoy toca hablar de uno, muy antiguo, que apenas ha sufrido cambios, y que protege la mayoría de nuestras modernas casas de las inclemencias atmosféricas: las tejas cerámicas.

Parece ser que las primeras tejas, como piezas independientes e intercambiables colocadas en una cubierta para canalizar el agua de lluvia, eran de bambú y las usaban los chinos. Fueron los romanos los primeros en copiar y fabricar estas tejas moldeándolas en barro y luego aplicándole un proceso de cocción, primero con canales planas (tégula) unidas con curvas (imbrix), y luego todas curvas. Pero los que verdaderamente popularizaron y extendieron esta técnica constructiva fueron los árabes, y de ahí que se quedara con el nombre de “teja árabe”.

La teja árabe tardó mucho tiempo en llegar a Ayoó de Vidriales, por el simple hecho de que existía otro material en abundancia muy cerca y de relativamente fácil colocación y reemplazo: la urz.

Sebastián de Miñano y Bedoya, en su Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, volumen I, nos corrobora este hecho con dos curiosidades, tilda el nombre de Ayoó en la primera “o” (Ayóo), y nos añade a la provincia de León. Es el año 1826 y dice textualmente que “las casas están cubiertas de urces que cogen en los montes inmediatos…” Unos años más tarde (1850), Pascual Madoz pone cifra a esas casas, “62 casas muy reducidas y de pocas comodidades”. No es extraño que en el famoso incendio que saltó a los noticieros nacionales de la época del 25 de Marzo de 1878 se quemaran 44 casas; tanta madera, un poco de viento, sin medios… menos mal a la ayuda de San Bartolo, si no se quema el pueblo entero (broma). Es fácil imaginarse la catástrofe, sólo hay que ver fotos de pallozas, pegadas unas a otras.

El caso es que llegamos casi al año 1900 y seguramente muy pocas casas de Ayoó tuvieran teja curva cerámica cubriendo sus tejados, si acaso la iglesia, o algún edificio singular. La explicación la dejé arriba, la cercanía y facilidad de construir con otro sistema igual de eficaz. Del mismo modo en la cercana Cabrera se cubrían con pizarras autóctonas, o donde hay piedra se usa en muros, y donde no la hay se construye con tapia y adobe. Pero se comprobó que la teja curva era excelente para los nuevos tejados (tejado viene de teja), tendrían mucha menos pendiente y el mantenimiento era mucho más rápido y fácil, comparado con el de urz. La solución a la demanda del nuevo material estuvo en hacer tejas cerca.

Hace unos días, repasando y limpiando un tejado de Villageriz, encontré una teja con una inscripción bastante débil. La bajé a lugar seguro, y continué la tarea. Pasaron dos o tres días y me acordé de la teja. Directamente al sol no es legible, en cambio de soslayo y jugando con las sombras el mensaje es claro… y precioso.
Fran (más “co” en superíndice: Francisco) Casado hizo esta teja en Ayoo
Y luego añadió luego cinco oes, supongo que para hacer la gracia, y lo subrayó.

En mis trabajos en los tejados he encontrado muchas tejas con algún detalle: paisajes, plantas, nombres, mensajes… Conservo una que dice “Bobo el que lo lea y tonto”. Pero ésta teja me ha parecido especial; una teja que bien merecía algo de investigación, así que aquí está:

La parte que viene ahora es la que más me gusta, hablar y preguntar a cuantos pudieran aportar memoria a mis letras. Teniendo en cuenta que los hechos ocurrieron entre finales del siglo XIX y principios del XX me he encontrado algunas imprecisiones; perdón si no lo escribo, o no lo entendí bien. Parece ser que el primer tejar en el alto Vidriales lo fundaron el “ti” Juan Casado, natural de Ayoó y el “ti” Aquilino Gutiérrez, de Congosta, en el lugar que luego se llamaría “los tejares de Congosta”, en Ayoó Pequeñino. Un nefasto día, Juan sufrió un accidente laboral, al desplomársele encima un pequeño alud cuando extraía la materia prima. El caso es que murió, dejando a su viuda, Josefa, con una hija pequeñita, Lucinda. Por aquel entonces un hermano de Juan, Francisco, había emigrado a Buenos Aires y al conocer la triste noticia volvió para el pueblo. Como hermoso detalle, para que su cuñada y su sobrina no se quedaran solas y desamparadas, adoptó como hija propia a Lucinda y se casó con Josefa. Sin duda fue una acertada relación que pronto se convirtió en verdadera familia, ya que luego tuvieron otros hijos, y Francisco y Aquilino continuaron los trabajos en el tejar unos cuantos años más.

Parece ser que el horno de este tejar era como uno de hacer pan, pero gigante. Una cúpula de adobes en la que se ordenaban las tejas; y una gran hornilla que le proporcionaría el calor necesario para la cocción. Nada que ver con el horno del tejar de Ayoó, como luego veremos.

Unos dicen que por edad avanzada de los socios, otros que porque se acabó la veta del buen barro, el caso es que el tejar de Congosta dejó de funcionar, y al poco tiempo un hijo de Aquilino, Antonio Gutiérrez, se asoció con José Menéndez y Julián Tostón y juntos fundaron un tejar en Ayoó, activo casi 15 años, en el paraje “la Madre”, cerca del lugar conocido como “la Noria”.

Todavía hoy, tras la concentración parcelaria, el paso de maquinaria para igualar y las labores agrícolas, se aprecia claramente el desmonte por la extracción de la materia prima. A dicho talud había que añadir una zona lisa, el tendal, y otra zona para depositar la gran cantidad de leña necesaria; todo en torno al edificio principal: el horno. Éste tenía un tamaño aproximado de 3 por 3 metros de base, y posiblemente 5 de altura, con un tejado elevado un metro sobre las paredes que evitaba inundarse en días de lluvia. En la parte baja estaba la hornilla, con forma de túnel con varias troneras en toda su longitud por donde saldría el calor hacia el interior. En un lateral estaba el acceso, una entrada para rellenar de tejas, bien colocadas verticalmente, que se cerraba con adobes y barro para empezar a cocer. Es un tipo de horno que no tiene cámara como el de Congosta, es como cocer dentro de una enorme chimenea, con sobregasto de leña.

Otra pieza clave en esta industria es un simple hoyo en el suelo al que se le llena por la mitad de agua; el barro extraído se muele muy bien y se añade en capas al hoyo hasta que desaparece el agua. Se le deja reposar algunas horas, y luego con los pies desnudos los obreros amasan enérgicamente la mezcla; un trabajo muy pesado tras el cual se vuelve a dejar reposar. El siguiente paso es hacer una “pilada”: meterse de nuevo al hoyo, extraer con las manos el barro y amontonarlo en la orilla golpeándolo con fuerza. Y luego otra vuelta con la misma energía, y cuantas más mejor, para sacar el aire y dejar un material dócil y maleable.

Bajo un tendejón de ramas estaba el propio alfar, una mesa sobre la que se espolvorea ceniza o cualquier polvo para poner la matriz de la teja encima, aplastar con las manos el barro necesario y pasarle una madera presionando atrás y adelante para quitar el sobrante. La matriz solía ser de hierro, una pieza trapezoidal con el espesor de la teja, que es la que da el tamaño. Luego con habilidad se levanta la matriz y se mete debajo una pala de madera, con forma troncocónica que es la que da la forma y sirve para transportarla al tendal, la zona de secado de unos 100 metros cuadrados. Las tejas se depositan con el lomo hacia arriba, y a unas se le aplasta suavemente y a otras cuando la paleta está por la mitad se realza, para conseguir los dos tipos de tejas, llamadas popularmente “camas” y “caballetes”.

También se fabricaban en otro formato, muy pocas, pero mucho más grandes: son las llamadas tejones, limas, o limahoyas. Se colocaban en los encuentros de pendientes, para canalizar mucha más agua y además facilitar las futuras labores de limpieza. En una de las muchas conversaciones con los informantes, Paulino Gutiérrez me dijo que en su casa, al modificar una lima, encontró uno de estos tejones con una inscripción detrás, y amablemente se ofreció a enseñármelo por si podía aportar más datos a la investigación. En letra grande, elegante, y bien marcada se puede leer: “Sixto Castaño Delgado Natural de Congosta”. Es de suponer que ésta teja es del tejar de Congosta, en el que Sixto no trabajó; si acaso iría a hacer un encargo, o simplemente pasara por allí y le permitieron dejar su nombre y pueblo para la posteridad.

El proceso de fabricación de tejas continúa del secado al horno, y mucho calor, ininterrumpido durante un día y medio. Los alfareros también hacían noche atentos de que la llama fuese constante, para una cocción óptima. La teja está bien cocida si su sonido es metálico, y si una persona de corpulencia normal se puede subir sobre una teja vuelta apoyada en el suelo, con un pie en cada ala, y se puede mecer sin romperse.

Por mi experiencia en este tipo de teja, tengo que decir con sinceridad, que son de las mejores que he encontrado: grandes, uniformes, derechas, sin caliches, muy bien cocidas… dando por excelente el tejar de Ayoó, al menos en la remesa que podemos certificar como suya gracias al mensaje de Francisco.

Y un apunte curioso: las tejas nuevas, en la primera colocación, no son cien por cien impermeables. De igual forma que los botijos, permiten una leve sudoración. El tiempo y la intemperie se unen en un fenómeno bien conocido, la colmatación, por la cual los poros de las tejas se cierran para terminar siendo aislantes perfectas de la humedad. Y del mismo modo que la piedra recién sacada de la cantera es relativamente blanda, y ya los antiguos romanos las dejaban a la intemperie dos años para que con el sol, la lluvia y los hielos adquirieran dureza, a las tejas les ocurre lo mismo, con los años el tejado madura y mejora de forma natural. De ahí viene el refrán: “no compres cosa vieja que no sea vino, jamón o TEJA”

Terminados los informantes del alto Vidriales, tuve el acierto de acordarme de un buen amigo colaborador en algunos artículos de este blog: Dori, de Castrocalbón. Le pregunté acerca de los hornos antiguos alfareros de Jimenez de Jamuz, por hacerme una idea más concreta del horno del tejar de Ayoó, y después de su ilustración me llevó al Museo de Castrocalbón, lugar donde él depositó hace varios años unos objetos encontrados en la escombrera de Congosta, seguramente propiedad de los alfareros Juan y Aquilino: una matriz de teja que coincide bastante bien con la lima de Paulino, y una paleta con la horma, para tejas más pequeñas que la que apareció en Villageriz, que alguien no supo darle el adecuado valor. Viéndolas es fácil entender parte del proceso ancestral de elaboración manual de las tejas, esas que junto con sus moldes hoy acaban desechadas por inútiles.

Y como conclusión final, no sabemos cómo ni por qué Francisco Casado firmó la teja en el tejar de Ayoó porque no trabajó allí, pero nos lo podemos imaginar. En alguna visita a sus colegas, quiso dejar constancia de su saber hacer, moldeando una nueva teja. Un trabajo que, como las obras importantes, también dejó firmado para la posteridad. La teja viajó a Villageriz, como lo pudo haber hecho a otro lugar, y terminó en mis manos como pudo haberlo hecho en otras; la suerte es que mi teja es parte de una historia y así la conservaré, y las demás tejas, por desgracia, serán parte de la escombrera.


En el centro del mapa, situación del tejar de Ayoó.


Desnivel, por la extracción de barro.


Teja de Francisco Casado




 Detalle.


Situación del tejar de Congosta.



Teja de Paulino Gutiérrez, del tejar de Congosta.




Útiles del tejar de Congosta. Museo de Castrocalbón.



Tejas con decoraciones.

lunes, 19 de agosto de 2019

San Jorge, en Vidriales.


Ya no es la primera vez (y espero que no sea la última) que en el ir y venir por los pueblos vidrialeses alguien me manda parar para enseñarme alguna cosa, sabiendo de mi blog y de mi gusto por la investigación, sea del tema que sea. En éste caso, una persona que me pidió encarecidamente permanecer en el anonimato, me regaló un “palo que tiene algo tallao, “pa” que estudies un poco…”

En primer lugar, me gusta conocer su procedencia, y resultó ser mero relleno en el hueco de una ventana de un viejo edificio en el que ya se habían hecho otras reformas. La ampliación, para la colocación de una ventana nueva sacó a la luz un “madero, que parecía que tenía formas”, aún envuelto en el barro. Es de agradecer que no acabara en la lumbre, por la gran cantidad de carcoma que lo corroe.

Es madera maciza y liviana, de 20 cm de grosor máximo, y de 52 cm de largo. Es cierto lo de la talla, que aparece en cuanto se elimina el polvo y el barro de los rincones, y resulta ser una escultura de bulto redondo aunque sin terminar por detrás. Con mayor limpieza aparecen los primeros restos de pinturas y estucos, y sorprendentemente, aunque débiles, también dorados.

A primera vista le falta la cabeza, y creo que estaba muy detallada a juzgar por lo bien labrada que está la parte superior del cuello y el principio del vestido. El brazo derecho forma un ángulo recto y se cierra sobre el pecho, terminando en puño cerrado. El brazo izquierdo está totalmente destruido por la carcoma, pero debería mantener la misma posición para terminar en el claro escudo medieval, triangulado, que le protege el corazón. Los pies están bien definidos, aunque a distinto nivel. El derecho es el inferior e indica que la figura está apoyada en un pedestal. Del puño derecho desciende lo que parece la vara de una lanza, puesto que en esa línea se intuye una figura mitológica, un dragón con la boca abierta. El pie izquierdo sujeta al animal, que abre sus fauces hacia el caballero armado.

La talla es muy pobre, y se realizó en un tronco con corteza. Atravesando el escudo, el dragón y el pedestal se aprecia la capa oscura que media entre corteza y madera (me atrevo a decir) de un conocido árbol autóctono: el “humero” (aliso). En origen, la corteza formaba parte de la talla, y por delicada, fue la primera en carcomerse y soltarse. El resto también es golosa para los insectos xilófagos, sólo el humo la preserva, y de ahí le viene el nombre “humero”, porque es muy utilizado en las cocinas “de humo”, o de “curar la matanza”, las más antiguas, en las que se hacía el fuego en medio, en el suelo, y el humo inundaba todos los rincones. Es una madera muy fácil de tallar, usada para las galochas o madreñas, porque su viruta y serrín son suaves.

La iconografía no deja lugar a dudas: es San Jorge, en la versión de una leyenda que es a su vez el prototipo de todas las leyendas de caballeros que rescatan a princesas. Parece ser, según versiones, que en algún lejano lugar un peligroso dragón hizo de guarida las inmediaciones de la única fuente que abastecía de agua potable una ciudad. Para apartarlo en el momento de buscar el agua para el día, los lugareños dejaban animales en un lugar apartado para que el dragón saliese a comer. Pero hubo un momento en que se agotaron los animales y no tuvieron más remedio que ofrecerle doncellas, si querían sobrevivir.
Largo tiempo duró el sacrificio de jóvenes, hasta que le tocó el turno a la bella hija del rey. Cuando esperaba aterrada su triste final, apareció un valiente caballero a lomos de su montura y de certeros golpes acabó con la vida del dragón y con aquella pesadilla, liberando al pueblo para siempre.

He consultado a uno de los que más saben de iconografía en Vidriales, el párroco de casi todos sus pueblos, Don Miguel Hernández, para saber si hay algún San Jorge en los retablos de sus iglesias, y el resultado es negativo. Ni pintura ni escultura, a pesar de la riqueza y variedad de imágenes. Me parece extraño, sabida la presencia en el valle de templarios, fieles devotos de San Jorge. Una historia curiosa, la de la polémica estancia de la orden militar de caballería, que me parece interesante recordar.

Uno de los documentos más antiguos que nombran el monasterio de Ageo, está fechado en enero del 1154, por el cual se regala (algo muy extraño según los historiadores) por parte del rey de León Alfonso VII al abad Don Suero el monasterio para su restauración y reforma. Sólo unos años más tarde, Don Suero dejaría su propiedad para ser elegido como obispo de Coria (Cáceres), en manos de Pedro Pérez, monje y diácono, en las mismas condiciones que lo recibió. Era el año de 1156. Don Suero falleció en 1169 dejando de nuevo a Pedro Pérez como su sucesor en el cargo de obispo de Coria, abandonando la dirección del monasterio Vidrialés. En 1182 llegan los templarios a la cabecera del valle y “per ptentiam secularem”, esto es, por fuerza militar, desalojaron a los monjes cistercienses y se quedaron con Ageo. Éstos, refugiados en San Martín de Castañeda, recurren al Papa Lucio III para que les devolviesen el monasterio. La sentencia papal fue favorable a los monjes, sin embargo los templarios , según palabras del padre Alonso, historiador, “se quedaron con ello”. Con todo y contra todo, los templarios dirigieron Ageo hasta 1310, año en el que la orden queda disuelta, sus miembros aniquilados, y la casa monástica pasó a ser comunidad parroquial administrada desde Alcañices.

128 largos años, conocido su “modus operandi”, los templarios controlaron Vidriales y seguramente su contorna. Parece ser que en la ermita de Castrocalbón quedan restos de su arquitectura, quizás en Villageriz, y posiblemente también en Uña de Quintana, y el torreón de Ayoó fuera una tardía construcción para resistir lo inevitable, la extinción de la orden. Pudiera ser que otras huellas templarias sean las abundantes representaciones de sus venerados Santos: San Bartolomé, María Magdalena, San Miguel Arcángel, San Blas, San Juan Bautista, San Bernardo…, pero por alguna extraña razón San Jorge quedó fuera de la imaginería… hasta éste hallazgo.

He limpiado la talla, le he administrado un tratamiento contra hongos y xilófagos, y lo he envuelto en plástico, para que dicho tratamiento sea más eficaz. En un futuro me gustaría reproducir la imagen, con su cabecita, que me imagino larguirucha, con su barba lacia, nariz recta, ojos bien definidos, y cabellera larga protegida con un casco tipo capacete. Daremos tiempo al tiempo.

Gracias, mi anónimo amigo.







martes, 18 de junio de 2019

Pendoneros de León.


En mi casa tengo un cinto,
en mi pueblo un Pendón,
en mi tierra romerías,
y salir es tradición.

El porqué no lo sé fijo,
no preguntes la razón;
es legado, te diría,
de un reino sin parangón.

Llevamos varas con mimo,
remos que hacen de timón,
de Damasco seda fina,
y una cruz con bendición.

Con cualquier viento salimos,
haga sol o nubarrón;
“pa” frenar la comitiva
hace falta alta tensión.

A pueblo grande o canijo,
vamos de concentración:
por toda la geografía…
¡Pendoneros de León!







domingo, 28 de abril de 2019

Cándiro, el arillero vidrialés.








El nieto Jacinto:


Se dice que “la necesidad agudiza el ingenio”. La falta de recursos muchas veces no impide alcanzar un propósito brillante si se dispone de tiempo, maña, inteligencia… e ilusión. Cuando todo esto se mezcla, nace la ingeniería y sus hijos ingenieros, un concepto mal entendido porque quizás lo relacionemos con estudios superiores, que también, pero es que demasiadas cosas se han hecho sin saber leer ni escribir, simplemente observando, analizando y mejorando. Puro ingenio, y… demasiada necesidad.

Cándido Ballesteros Delgado nació a finales del siglo XIX, en Carracedo de Vidriales. Seguramente, lo que hoy conocemos por miseria fuera todo un lujo para aquellas pobres gentes que únicamente tenían “la calle pa correr”. Una calle embarrada, claro está, y unas casas sin la más elemental comodidad; la electricidad, el gas, los motores, los medios de comunicación, la conservación de los alimentos… eran parte de un futuro imaginario, inalcanzable. Unas gentes que vivían de una agricultura, una ganadería, y un comercio ancestrales. Viñas, linares, semilleros… cabras, ovejas, vacas, caballos, mulas, burros… y mercadería relacionada con éstas actividades era todo el sustento que cada familia tenía para pasar el año, y para dejar pasar la vida.

Cándido padeció esta miseria y no se resignó a sufrirla, al contrario, su ingenio innato se lo impedía y además con un increíble sentido del humor. Incapaz de estar quieto, recorría cercanos y no tan cercanos mercados en busca de un extra con el que agasajar a su prole, que llegó a ser de 5 hijos de dos esposas. La muerte de su primera mujer lo dejó solo al poco de nacer su primogénita, allá por el año 1906. Por cierto, Elvira, que así se llamaba la niña, (“la ti Elvira”) falleció en Cubo de Benavente a los 104 años de edad.

Cándido mercaba en las ferias de Santibáñez y Rosinos de Vidriales, la Bañeza, la Carballeda, el Puente de Sanabria, o Villar del Monte, entre otras, era asiduo por el tiempo de los ajos, con los que pregonaba (con cántico incluido) que eran buenos para “la reuma, el mal de asma, la disipela, el dolor de muelas, amortajar suegras… y hasta pa enamorar…” (no sería por el aliento durante los besos).

Quizás en alguno de éstos viajes conociera quien le enseñó el arte de la fundición de metales. Y a la par de los ajos comenzó a comercializar otro producto mucho más rentable: la plata, lo que le valió de mote de “el arillero”. Fabricaba y vendía anillos (también llamados arillos), cruces, pendientes y medallas para fiestas o diario, y complementos de trajes regionales, como botonaduras, amuletos, patenas, relicarios, bollagras, alconciles, dijes … También soldaba gafas, reparaba candiles y faroles, cualquier máquina, y hacía coronas para imágenes marianas. Y por si fuera poco les hacía a las niñas los agujeros en las orejas, una costumbre poco menos que obligatoria en aquel tiempo, a la par de venderle los pendientes.

Un negocio rentable que no pasó desapercibido para los amigos de lo ajeno. Y así un día en “el raso” de Castrocalbón unos ladrones le salieron al paso y le robaron entre material y dinero 85 duros de plata. La ruina, y vuelta a empezar. Solo que comenzó a viajar y a enseñarle el oficio a su sobrino José María, a la vez de su espíritu divertido, fundamental para cerrar ventas con eficacia y rapidez. En cierta ocasión se pusieron ambos a vociferar en el mercado que vendían a “la madre y a los hijos”. Algún escandalizado comprador avisó a la pareja de la guardia civil, que se personó a la carrera para detener aquella barbaridad. Cual no sería la sorpresa cuando efectivamente vendían una madre y sus hijos: una coneja y su camada, metidos en una caja y tapados con una manta para terminar de hacer la gracia.

La picaresca, siempre presente en el mundillo del mercado, tenía como expertos a éste par de vidrialeses; cuentan por el pueblo aquella vez que se dedicaron a probar escabeche por los puestos, según ellos para comprar gran cantidad, cuando lo único que hacían era quitar el hambre sin gastar un céntimo. Pero no todo eran buenos ratos; una vez José María, al hacerle los agujeros en las orejas de una niña sentada en su regazo, víctima de los nervios y el dolor, se le cagó encima. El lío comenzó cuando llamó a la criatura “hija de moza”. Aquello acabó en desbandada.

En casa de su nieto Jacinto Álvarez Ballesteros, bajo la ripia de un vetusto tejado y esparcidos sin orden ni compostura se encuentran todavía muchas de las herramientas del mañoso Cándido. Algunas incomprensibles, como para estirar metal, otras más conocidas, como estampas, prensas, fuelles… Dejó el antiguo taller en la plaza de Carracedo, se mudó a esta casa, y con él vinieron sus bártulos, hoy herrumbrosos y polvorientos. Entre todo también está el sello de su negocio, “la patente”, como dice Jacinto. Perfectamente legible y adornado dice: “PLATERIA METALURGICA DE CANDIDO BALLESTERO EL VIDRIALES (CARRACEDO”

Las aventuras de Cándido “el arillero” y su sobrino José María bien merecen algo más en éste pequeño artículo; pero el espacio apremia y debo dejar sitio para otro de sus muchísimos ingenios. Jacinto ha querido darme algo de la herencia de su abuelo, una máquina, con mi firme promesa de cuidarla y preservarla de su destrozo. Un aparato de madera y metal totalmente fabricado por él, sin duda porque su ritmo de vida estaba por encima de la espera por el viento. Las semillas que cosechaba (lino, alfalfa, nabos, etc), para su venta o almacenamiento debían limpiarse de pajas e impurezas. Tradicionalmente se aventaban sobre una manta, un día de viento moderado. Él tenía demasiadas cosas en la cabeza como para esperar el día indicado, así que aprovechando varias cajas de pescado, algunas piezas de madera y de hierro, construyó su propia aventadora. Simplemente es una maravilla.

Mide aproximadamente 1 metro de alta, por 0,57 m. de larga, por 0,52 m. de ancha. La tolva es desmontable, para acceder al interior en caso de atasco, avería o limpieza. La criba se puede sustituir, para distintos diámetros de semillas, aunque de haber otras están desaparecidas. Una manivela acciona las aspas del ventilador, también de madera, y la excéntrica del soporte de la criba. Y pese al liviano peso del conjunto, el perfeccionista de Cándido también le puso ruedas para el transporte. Por cierto, unas ruedas que están gastadas, lo que indica el mucho uso que hizo de su máquina. Y sabiendo que esto iba a ser así, también dejó una rueda de repuesto, para solo perder tiempo en sustituirla en caso de rotura.

La máquina está relativamente bien de salud, apenas he tenido que cambiar parte de un eje, tratar contra los xilófagos… y guardar como oro en paño. Gracias, Cándido, por tu historia; gracias Jacinto, por tu regalo. Forma ya parte de una futura exposición.















Vídeo de funcionamiento: