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jueves, 6 de mayo de 2021

El silo.

Plaza Silos, Villageriz de Vidriales.

La Plaza Mayor de Villageriz es conocida también como Plaza Silos, como reza el correspondiente cartel en la fachada del edificio del Ayuntamiento, sito en dicho lugar. Por curiosidad, he preguntado por el origen de la palabra “silos”, y me han contado que viene de la cantidad de silos que habría en el barrio, “unos agujeros en el suelo para esconder cosas”. En ese momento pensé en que quizás se estuviese llamando al “agujero” con el nombre equivocado; al fin y al cabo, un agujero no es precisamente el concepto general que tenía de un silo, un lugar seco donde se guarda grano, pienso compuesto o forraje.

 

Esta acepción de silo ha invitado a una investigación sobre silos, graneros y paneras del valle Vidriales y su capitalidad, Benavente. Y así partimos de los años 40, cuando se produce una intervención estatal en política agraria frente a políticas liberales, creándose la Red Nacional de Silos y Graneros, con más de 277 graneros y 672 silos creados entre 1940 y 1984 para la regulación del mercado, el aseguramiento del abastecimiento al final de cada campaña, además de hacer una selección para mejora del rendimiento; todo bajo el lema “Ni un español sin pan”.

 

En Benavente había dos silos, uno en la plaza de Santa Clara, ya destruido, con una capacidad de 2370 toneladas, levantado en 1955. Era del tipo B, destinado únicamente a recepción, con la torre del elevador en una esquina y más alta que el resto del edificio. Queda el otro en pie en Los Salados, edificado en 1971. Es del tipo E, con dos elevadores. Tiene capacidad para 4700 toneladas, y ha sido subastado por cuarta vez por el Ministerio de agricultura, Pesca y Alimentación, sin haber aparecido comprador a día de hoy.

Silo de la plaza Santa Clara , Benavente (1)

Silo en Los Salados, Benavente.

En Santibáñez de Vidriales hay un antiguo silo, en forma de edificio con departamentos internos para almacenaje de cereal. Se inauguró en 1957, y está catalogado como granero para una capacidad de 400 toneladas. Es del tipo G, construido en piedra y ladrillo con el tejado a dos aguas, destinado fundamentalmente a la recepción de grano y en la actualidad a almacén municipal.


Granero de Santibáñez de Vidriales.

Anteriores a estos silos y graneros ya se almacenaba sobre todo el trigo en los pósitos o paneras, unos edificios-almacenes creados para “el surtimiento de pan cocido en tiempos de escasez, el fomento de la agricultura por medio de auxilios oportunos a los trabajadores, y la conservación y aumento de la población”. Esto anterior a 1584, año en el que se regularizó con la Ley Pragmática del 15 de mayo, firmada por el entonces Rey Felipe II. El 30 de enero de 1608 Felipe III corroboró y mejoró dicha Orden mandando que “provean lo necesario para que los pósitos del Reyno se conserven y aumenten...”. Fernando VI, el 16 de marzo de 1751, crea la figura del “Superintendente General de todos los Pósitos del Reyno”, que debido a muchísimas irregularidades fue suspendida el 2 de mayo de 1790 por Felipe IV, que une la gestión de los Pósitos a la de Correos, Caminos y Rentas de la Real Hacienda bajo el mejor control de un sólo director. En 1792, el 2 de julio, se hace de obligado cumplimiento un reglamento con 63 capítulos. A partir de entonces, el pueblo administraría los pósitos por medio de una junta, compuesta por el alcalde del ayuntamiento, un presidente electo y un mayordomo. Para la seguridad del dinero, libros de contabilidad y demás documentos se guardarían en un arca con tres llaves, quedando cada cargo con una y siendo necesarios los tres para abrirla y hacer cambios. Las cuentas las llevaría un escribano que no trabajara para el ayuntamiento, y en caso de no estar ninguno disponible se nombraría un “Fiel de Fechos”, como un secretario actual. El cereal se custodiaría en edificios destinados a dicho fin, con cerraduras de tres llaves, también repartidas entre los tres cargos. El grano prestado debería ser devuelto con “creces”, un tanto más por fanega, que de media en el año de redacción del reglamento era de medio celemín. Los pósitos también podían prestar dinero a los agricultores necesitados, que podían reintegrarlo o devolver su valor en especie, al precio de cosecha.

 

En el Valle de Vidriales hay al menos dos de estas paneras conocidas, una en Cunquilla y otra en Carracedo; ambas han pasado a propiedad particular. Llama la atención que son construcciones aisladas, por una sencilla razón: los ratones son difíciles de erradicar en muros contiguos, pero la calle les resulta un obstáculo poco menos que infranqueable; el bullicio humano y los perros y gatos, que deambulan precisamente cuando sus amos dejan de hacerlo, son para ellos trampas mortales. Otros edificios similares, como pósitos y graneros (quizás todos sean lo mismo, y no cambie más que el nombre) han sido modificados y resulta complicada su identificación. En Carracedo, por ejemplo, lo que parece el edificio más antiguo del pueblo es en realidad una pequeña nave reformada que cumple con las características expuestas. De hecho, he consultado a algunos vecinos de mayor edad y todavía oyeron hablar a sus padres de cierta cosecha de uvas que se guardó allí, dato que confirma dos cosas; se utilizaba colectivamente y servía de almacén. Por tanto, es más que probable que también sirviera de pósito, además ancestral, mostrando signos de cómo era antes de la última reforma: dónde estaba su tejado con la inclinación adecuada para una cubierta de urz.


Panera Cunquilla de Vidriales.

Panera Carracedo de Vidriales.

Ayoó también tuvo su pósito, como cuenta el diccionario estadístico de Sebastián de Milano y Bedoya escrito en 1826. Describe nuestro pueblo en la provincia de León, con 269 habitantes en casas cubiertas de urces, y entre ellas un pósito. Aunque tenemos una zona conocida como “la Lóndiga” (alhóndiga, sinónimo de pósito) es difícil identificar actualmente ese edificio en dicho lugar, y en cualquier otro. Sin embargo, las brillantes memorias de nuestras personas mayores todavía recuerdan movimiento de sacos de sacos de cereal en lo que hoy es el bar, el bajo del antiguo ayuntamiento. Un edificio “que sirve para la municipalidad”, según reconoce Pascual Madoz en 1846, después de la reordenación del territorio por el cual Ayoó pasa a pertenecer a la provincia de Zamora.



 

Y hablando de silos, nos quedan por mencionar los metálicos imprescindibles que alimentan las numerosas granjas del valle. Pero ninguno de estos silos, paneras o pósitos tienen que ver con un agujero en el suelo. Una consulta a la Wikipedia nos saca de dudas. Silo: (del griego σιρός - siros, "hoyo o agujero para conservar grano"). Así pues, aquellos agujeros de Villageriz que dieron nombre a su Plaza Mayor tenían el nombre correcto.

 

Conocía la existencia de estos agujeros de oídas, aunque nunca había visto ninguno. Sabía de su uso, de sus ventajas, de su historia, de su uso picaresco… o realmente necesario; pero al quedar obsoletos casi todos fueron rellenados, desaparecidos.

 

Ha querido el destino aclarar por completo cómo eran aquellos silos, pero no en Villageriz, sino en su pueblo vecino, Fuente Encalada. Una reciente reforma en una planta baja venía con sorpresa: al retirar la capa superficial de tierra para un nuevo solado ha aparecido en el centro del local una forma circular en la que la tierra seguía removida conforme aumentaba la profundidad, no como el resto, que era de arcilla virgen. El dueño, Santiago “el perdido”, nada sabía de que allí hubiera nada, aquel cuarto siempre lo conoció como el dormitorio de los abuelos. Estudiado el caso, se hizo necesario excavar por descubrir qué se esconde bajo el suelo, y si fuera necesario, tomar medidas para evitar posibles repises. Terminada la tarea de retirar la tierra removida, se descubrió uno de esos agujeros, un silo auténtico.



Por lo que parece es de pequeño tamaño. Es cilíndrico, con la forma interior que tienen los barriles o toneles de madera, con mayor capacidad a media altura. La profundidad es de 1,65 metros, con un metro de diámetro en su parte más ancha, y 0,70 metros en la “boca”. A 0,90 metros de la base hay dos muescas opuestas; claramente para encajar un palo que hacía las veces de peldaño para ayudarse en el descenso.

 

El hallazgo plantea una incógnita: se debería rellenar con materiales más consistentes que la tierra (canto rodado, hormigón de limpieza, grava…) para solar encima sin riesgo de hundimiento… o quizás se debiera conservar como curiosidad y como una parte más de la vieja casa. Mi buen cliente y mejor amigo tomó (para mí) la decisión más correcta: habría que hacer lo posible para dejar el silo no sólo intacto, sino también accesible y presentable.

 

El resultado no puede ser más agradecido, incluso un punto de luz en su interior añade a la estancia, dedicada a cuarto de estar, una iluminación indirecta, ideal para ver la tele. Por supuesto que un cristal laminado protege de caídas a su interior. Y lo mejor, se ha conservado un monumento a la escasez, a los años del hambre, pero también a lo ecológico, económico y sostenible, tan de moda en nuestros días.

 





Cuando vuelva a pisar la plaza Silos de Villageriz, la veré con otros ojos.


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