Esta acepción de silo
ha invitado a una investigación sobre silos, graneros y paneras del valle
Vidriales y su capitalidad, Benavente. Y así partimos de los años 40, cuando se
produce una intervención estatal en política agraria frente a políticas
liberales, creándose la Red Nacional de Silos y Graneros, con más de 277
graneros y 672 silos creados entre 1940 y 1984 para la regulación del mercado,
el aseguramiento del abastecimiento al final de cada campaña, además de hacer
una selección para mejora del rendimiento; todo bajo el lema “Ni un español sin
pan”.
En Benavente había dos
silos, uno en la plaza de Santa Clara, ya destruido, con una capacidad de 2370
toneladas, levantado en 1955. Era del tipo B, destinado únicamente a recepción,
con la torre del elevador en una esquina y más alta que el resto del edificio.
Queda el otro en pie en Los Salados, edificado en 1971. Es del tipo E, con dos
elevadores. Tiene capacidad para 4700 toneladas, y ha sido subastado por cuarta
vez por el Ministerio de agricultura, Pesca y Alimentación, sin haber aparecido
comprador a día de hoy.
En Santibáñez de
Vidriales hay un antiguo silo, en forma de edificio con departamentos internos
para almacenaje de cereal. Se inauguró en 1957, y está catalogado como granero
para una capacidad de 400 toneladas. Es del tipo G, construido en piedra y
ladrillo con el tejado a dos aguas, destinado fundamentalmente a la recepción
de grano y en la actualidad a almacén municipal.
Anteriores a estos
silos y graneros ya se almacenaba sobre todo el trigo en los pósitos o paneras,
unos edificios-almacenes creados para “el surtimiento de pan cocido en tiempos
de escasez, el fomento de la agricultura por medio de auxilios oportunos a los
trabajadores, y la conservación y aumento de la población”. Esto anterior a
1584, año en el que se regularizó con la Ley Pragmática del 15 de mayo, firmada
por el entonces Rey Felipe II. El 30 de enero de 1608 Felipe III corroboró y
mejoró dicha Orden mandando que “provean lo necesario para que los pósitos del
Reyno se conserven y aumenten...”. Fernando VI, el 16 de marzo de 1751, crea la
figura del “Superintendente General de todos los Pósitos del Reyno”, que debido
a muchísimas irregularidades fue suspendida el 2 de mayo de 1790 por Felipe IV,
que une la gestión de los Pósitos a la de Correos, Caminos y Rentas de la Real
Hacienda bajo el mejor control de un sólo director. En 1792, el 2 de julio, se
hace de obligado cumplimiento un reglamento con 63 capítulos. A partir de
entonces, el pueblo administraría los pósitos por medio de una junta, compuesta
por el alcalde del ayuntamiento, un presidente electo y un mayordomo. Para la
seguridad del dinero, libros de contabilidad y demás documentos se guardarían
en un arca con tres llaves, quedando cada cargo con una y siendo necesarios los
tres para abrirla y hacer cambios. Las cuentas las llevaría un escribano que no
trabajara para el ayuntamiento, y en caso de no estar ninguno disponible se
nombraría un “Fiel de Fechos”, como un secretario actual. El cereal se
custodiaría en edificios destinados a dicho fin, con cerraduras de tres llaves,
también repartidas entre los tres cargos. El grano prestado debería ser
devuelto con “creces”, un tanto más por fanega, que de media en el año de
redacción del reglamento era de medio celemín. Los pósitos también podían
prestar dinero a los agricultores necesitados, que podían reintegrarlo o
devolver su valor en especie, al precio de cosecha.
En el Valle de
Vidriales hay al menos dos de estas paneras conocidas, una en Cunquilla y otra
en Carracedo; ambas han pasado a propiedad particular. Llama la atención que
son construcciones aisladas, por una sencilla razón: los ratones son difíciles
de erradicar en muros contiguos, pero la calle les resulta un obstáculo poco
menos que infranqueable; el bullicio humano y los perros y gatos, que deambulan
precisamente cuando sus amos dejan de hacerlo, son para ellos trampas mortales.
Otros edificios similares, como pósitos y graneros (quizás todos sean lo mismo,
y no cambie más que el nombre) han sido modificados y resulta complicada su
identificación. En Carracedo, por ejemplo, lo que parece el edificio más
antiguo del pueblo es en realidad una pequeña nave reformada que cumple con las
características expuestas. De hecho, he consultado a algunos vecinos de mayor
edad y todavía oyeron hablar a sus padres de cierta cosecha de uvas que se
guardó allí, dato que confirma dos cosas; se utilizaba colectivamente y servía
de almacén. Por tanto, es más que probable que también sirviera de pósito,
además ancestral, mostrando signos de cómo era antes de la última reforma:
dónde estaba su tejado con la inclinación adecuada para una cubierta de urz.
Ayoó también tuvo su
pósito, como cuenta el diccionario estadístico de Sebastián de Milano y Bedoya
escrito en 1826. Describe nuestro pueblo en la provincia de León, con 269
habitantes en casas cubiertas de urces, y entre ellas un pósito. Aunque tenemos
una zona conocida como “la Lóndiga” (alhóndiga, sinónimo de pósito) es difícil
identificar actualmente ese edificio en dicho lugar, y en cualquier otro. Sin
embargo, las brillantes memorias de nuestras personas mayores todavía recuerdan
movimiento de sacos de sacos de cereal en lo que hoy es el bar, el bajo del
antiguo ayuntamiento. Un edificio “que sirve para la municipalidad”, según
reconoce Pascual Madoz en 1846, después de la reordenación del territorio por
el cual Ayoó pasa a pertenecer a la provincia de Zamora.
Y hablando de silos,
nos quedan por mencionar los metálicos imprescindibles que alimentan las
numerosas granjas del valle. Pero ninguno de estos silos, paneras o pósitos
tienen que ver con un agujero en el suelo. Una consulta a la Wikipedia nos saca
de dudas. Silo: (del griego σιρός - siros, "hoyo o agujero
para conservar grano"). Así pues, aquellos agujeros de Villageriz que
dieron nombre a su Plaza Mayor tenían el nombre correcto.
Conocía la existencia
de estos agujeros de oídas, aunque nunca había visto ninguno. Sabía de su uso,
de sus ventajas, de su historia, de su uso picaresco… o realmente necesario;
pero al quedar obsoletos casi todos fueron rellenados, desaparecidos.
Ha querido el destino
aclarar por completo cómo eran aquellos silos, pero no en Villageriz, sino en
su pueblo vecino, Fuente Encalada. Una reciente reforma en una planta baja
venía con sorpresa: al retirar la capa superficial de tierra para un nuevo
solado ha aparecido en el centro del local una forma circular en la que la
tierra seguía removida conforme aumentaba la profundidad, no como el resto, que
era de arcilla virgen. El dueño, Santiago “el perdido”, nada sabía de que allí
hubiera nada, aquel cuarto siempre lo conoció como el dormitorio de los
abuelos. Estudiado el caso, se hizo necesario excavar por descubrir qué se
esconde bajo el suelo, y si fuera necesario, tomar medidas para evitar posibles
repises. Terminada la tarea de retirar la tierra removida, se descubrió uno de
esos agujeros, un silo auténtico.
Por lo que parece es
de pequeño tamaño. Es cilíndrico, con la forma interior que tienen los barriles
o toneles de madera, con mayor capacidad a media altura. La profundidad es de
1,65 metros, con un metro de diámetro en su parte más ancha, y 0,70 metros en
la “boca”. A 0,90 metros de la base hay dos muescas opuestas; claramente para
encajar un palo que hacía las veces de peldaño para ayudarse en el descenso.
El hallazgo plantea
una incógnita: se debería rellenar con materiales más consistentes que la
tierra (canto rodado, hormigón de limpieza, grava…) para solar encima sin
riesgo de hundimiento… o quizás se debiera conservar como curiosidad y como una
parte más de la vieja casa. Mi buen cliente y mejor amigo tomó (para mí) la
decisión más correcta: habría que hacer lo posible para dejar el silo no sólo
intacto, sino también accesible y presentable.
El resultado no puede
ser más agradecido, incluso un punto de luz en su interior añade a la estancia,
dedicada a cuarto de estar, una iluminación indirecta, ideal para ver la tele.
Por supuesto que un cristal laminado protege de caídas a su interior. Y lo
mejor, se ha conservado un monumento a la escasez, a los años del hambre, pero
también a lo ecológico, económico y sostenible, tan de moda en nuestros días.
Cuando vuelva a pisar
la plaza Silos de Villageriz, la veré con otros ojos.
Referencias:
(1) https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=21771
https://www.fega.es/sites/default/files/Trigos_Espanoles_1956_c.mp4
No hay comentarios:
Publicar un comentario