Nuevamente se me hace
muy difícil encabezar este escrito. Porque no va de lo que pienso, que ya tiene
su miga; va de un nuevo atropello a lo que, nos guste o no, está protegido por
ley. Además, una que se ha votado entre todos:
El artículo 46 de nuestra constitución dice textualmente: “Los poderes públicos garantizarán la conservación y promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad. La ley penal sancionará los atentados contra este patrimonio” (1).
La Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español amplía el artículo anterior, comenzando así: "Son objeto de la presente ley la protección, acrecentamiento y transmisión a las generaciones futuras del Patrimonio Histórico Español". Protección y acrecentamiento; dicho de otro modo, incluir en la extensa lista los nuevos descubrimientos y garantizar su custodia.
Claro, que antes del primer artículo de cada ley parece estar un artículo no escrito, el 0.5; el de la discordia, el que dice que las leyes están para saltarlas, o algo parecido.
El pasado mes de marzo, en el vecino
ayuntamiento de Castrocalbón, en uno de sus pueblos que los fundadores en
tiempos inmemoriales llamaron Calzada por erigirse sobre una calzada, se
cometió uno de los mayores e innecesarios atropellos contra el patrimonio
histórico. La bi-milenaria vía romana, trazada algunos años antes de nuestra
era como calzada de conquista, sucumbió a la cuchilla de una motoniveladora
para construir el camino a ningún sitio. La excusa fue que la tal calzada
estaba sin catalogar, a pesar de intervenciones arqueológicas, carteles
informativos, y memoria popular que certificaban aquel patrimonio histórico. Infinidad
de medios se hicieron eco, algunos incluso extranjeros. Todos con el mismo
mensaje de condena.
Ayoó de Vidriales, a mediados de junio del
2022, sufrió en sus montes un devastador incendio claramente provocado (3).
Después de una docena de intentos, alguien repugnante consiguió teñir de negro
y desolación un entorno de prácticamente nulo daño económico, pero de
extraordinario valor ecológico. Recurriendo al viejo refrán del “no hay mal que
por bien no venga”, me puse en contacto con las administraciones para de una
vez por todas analizar e inventariar el tesoro histórico que tenemos
exactamente entre Carracedo y Ayoó, un dolmen y un castro prerromano. Fueron
varias las llamadas, ofrecimientos, sugerencias…, con el mismo resultado: caso
omiso por respuesta. Con la llegada de las máquinas para cortar lo quemado se
personó SEPRONA, que parece que hay que llegar a esos extremos para que las instituciones
atiendan con sus obligaciones. Repito: con sus obligaciones. El jueves 6 de
julio, reunidas en las inmediaciones las tres partes (Ayuntamiento, Medio
Ambiente y Patrimonio) y un servidor, les leí el párrafo del documento de 1154
en el que habla de este lugar como hito divisorio del coto del Monasterio de
Ageo. Les hice saber que el actual cortafuegos se trazó por esa línea, por
tanto, divide el castro prerromano en dos, la mitad en terreno de Ayoó y la
otra mitad en Carracedo. Se acordó documentar fotográficamente la zona para
enviarla a Patrimonio. Eso se haría el sábado, con la inestimable ayuda de un
dron.
No esperaron al sábado. El viernes las máquinas
pisotearon como elefante en cacharrería milenios de historia, la parte que
corresponde a Carracedo. Hay hectáreas de pinos que cortar, pero se ve que los
que menos estorbaban eran los primeros y más necesarios de retirar. Como cuando
le prohíbes a un niño hacer algo, y en cuanto te vuelves...
En todo este embrollo, tengo que decir que la
única institución pública que ha cumplido con su trabajo ha sido el Servicio de
Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil. Mil gracias. Los demás
suspenso y deberes. No hay nivel, y así nos pasa lo que estamos viendo.
La absurda pega que han puesto las
administraciones es que el posible castro está sin estudiar, catalogar e
inventariar. Como si todo el patrimonio histórico alguna vez no hubiese estado en
la misma situación. Parece que el encargado hubiera cerrado el registro con
llave, se la tragó, y por tanto ya no se pueden añadir nuevos descubrimientos.
Como si la culpa fuera estar escondido entre maleza y peñas durante miles de
años, hasta que Isidoro, de Castrocalbón, rescatara del olvido el dolmen el
1988 y un servidor el castro en 2011. Porque todo estaba ahí. Desde tiempos
inmemoriales.
Me parece especialmente sangrante que estando
tan reciente el vergonzoso destrozo en Calzada de la Valdería de su calzada, a
tan pocos kilómetros le haya tocado la china a un castro prerromano que aparece
documentado como “lugar sagrado” (farum) en un remoto 1154. Todo por un puñado
de pinos muertos, quemados; todo a cambio de unas monedas. Una profanación en
toda regla.
Sufrí con el daño a la calzada, y sufro con el
del castro, porque al contrario que veo en los representantes de algunas
administraciones, a muchos sí que nos importa la historia y sus rescoldos. No
somos más altos ni más guapos arrasando el pasado; al contrario: en su día les
llamaban bárbaros. Porque si hoy estamos aquí es porque nuestros antepasados vivieron
a su manera, y porque su legado es algo que no brota y florece para el año que
viene. Una vez se destruye… solo queda un triste vacío, irrecuperable.
Pero no pasa nada; de cara a la galería
seguiremos llenando la boca con nuestra “historia”, con el patrimonio tan
“valioso”. Eso sí, por detrás puñaladas traperas.
Por mí, podéis ir al mismo sitio que habéis
mandado al castro.
Y a la calzada.
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