Uno de los ejercicios
más sanos y sencillos de realizar es el paseo. Se puede realizar en solitario o
en número indeterminado, en buena charla o en silencio, siempre que cumpla la
condición de hacerlo en paz y relajación. Por supuesto que en una ruta alejada
de lo mundano, del ruido, y del peligro. Por esto que no entiendo a quienes
pasean por las carreteras, con la de caminos y sendas preciosas que rodean
nuestros pueblos. Además, con el aliciente de encontrar algún vecino de cuatro
a muchas más patas, grande o pequeñito, asustadizo o campechano. Es el milagro
de la naturaleza, una riqueza increíble que no solemos valorar ni como la mitad
de lo que merece, y que por otra parte, de la que estamos rodeados en los
pueblos.
Los domingos, a
primera hora, suelo dar ese tipo de paseos. Paseo contemplativo, le digo.
Además, tenemos la inmensa suerte de vivir en una zona de constante cambio en
la vegetación o en los cultivos, y por tanto del color, para dar la sensación
de que cada paseo es por un sitio distinto, con la cadencia de un año. Me
parece tontería decir que me encanta nuestro entorno, ver crecer algunas
especies vivas, en otras es necesario muchos años para darse cuenta de ello. Otra
cosa es el “soporte” de tanta vida, el terreno, que parece impasible y que
muestra detalles en la tierra o rocas a las que nunca prestamos, quizás, demasiada atención.
Hoy toca uno de esos
detalles, descubierto en el paseo contemplativo de un reciente domingo. En una
cuneta de un camino, bastante erosionada por la escorrentía, aparecieron unas
bolas más o menos redondeadas que me llamaron la atención. No eran piedras
comunes, como se podía apreciar a simple vista, y porque además estaban unidas
entre sí por una especie de conducto. El soporte es barro, lo que hacía
destacar mucho más dichas bolas, ya que suele ser un material homogéneo.
Recogí unas cuantas y
volví a casa encantado; ya tenía algo que me pareció poco común para
investigar. Para alguno de esos ratos perdidos que no tengo, pensé.
Hoy tocó. En el
primer análisis superficial aparecen formas redondeadas sobre la principal, como
si un fluido que sale del subsuelo a presión forma una bola donde el terreno se
lo permite, y rompe luego su superficie para expandirse en otras bolas más
pequeñas. Se observa también que en algún punto de la bola principal se abre un
tubo o conducto por donde asciende el mineral a través del barro para crear
otra bola o conjunto de bolas. Algo realmente curioso.
Rompí una bola para
ver su interior, y se compone de varias capas concéntricas (como las
cebollas) de un óxido, envueltas en barro, o algo que se le parece de color ocre. No tiene
humedad, es un material seco y quebradizo, aunque claramente algún día fue como
poco pastoso.
El siguiente paso,
inevitable, era preguntarle al todopoderoso buscador de internet. Y parece que
encontré la respuesta: se trata de Limonita. Limonita que no viene de limón, o
limones, sino de “limo”, nombre con el que todavía en la zona se le llama
también al lodo, fango o sedimentos pegajosos, que a su vez deriva del latín
“limus”.
La Limonita en un
mineral compuesto, también llamado Goethita. En la antigüedad se utilizaba como
tinte, después de molida, para las tonalidades del ocre. En algunas pinturas
rupestres se ha encontrado como pigmento. También como fuente de hierro, ya que
se desprende con facilidad y resulta fácil de moler para tiempos pasados
exentos de maquinaria. Pero quizá lo más relevante es que suelen ser marcadores
de menas o filones de hierro. Algo que parece haber pasado desapercibido en la antigüedad,
ya que mientras en la comarca hay topónimos o nombres de pueblos relacionados
con la extracción y proceso del hierro, en Ayoó no conozco ninguno, o algo que
se parezca a una mina de ese mineral.
El microscopio
muestra una composición muy variada de colores y formas, parece ser que es
fruto de millones de años de arrastre de otros minerales además del hierro que
pueda contener.
A la Goethita también
se le atribuye propiedades poco menos que milagrosas, dentro del discutible
mundillo de la geoterapia. Desde desarrollar la creatividad, conectar con la tierra,
a curar diversas dolencias del oído, nariz y garganta. La verdad es que desde
que la descubrí padezco algo de catarro, así que no sé yo.
Dejaremos a las cosas en su sitio y volvamos al camino. Por cierto, más de tres décadas viviendo en este pueblo y aún quedan secretos tan chulos por descubrir. A por ellos:
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