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domingo, 30 de mayo de 2010
La caseta del transformador
Parece que fue hace mil años y realmente es del pasado más reciente la llegada de la electricidad a nuestros pueblos. “La luz”, como popularmente se la conoce por su capacidad de iluminar, comenzó a hacer esto, a iluminar, y además a habitaciones a pares. Aquello se conseguía haciendo una ventanita en el tabique divisorio y colocando la bombilla en medio. La ocurrencia humana para fomentar el ahorro puede llegar a estos extremos hoy ridículos, aunque realmente tampoco se necesita mucho más para ir a dormir, que de eso se trataba.
En los aleros de los tejados, las llamadas palomillas, con tornillos de acero y cristal, los aisladores, sujetaban alambres de cobre sin más aislante que el cardenillo. La tensión más usada era la de 125 V y durante las diarias subidas y bajadas a nadie se le ocurría llamar o denunciar a la empresa suministradora, como hoy en día. Siguiendo aquella maraña de hilos, se llegaba a una especie de torre, la llamada caseta del transformador, ruta obligada de los rapaces y obsesión de los mayores con ellos por el peligro de quedar “pegaos” en semejante edificio. Me gusta la de Carracedo, de la década de los 40, construida hasta la mitad en piedra autóctona, y en su otra mitad con adobes, rematando el obligado tejado de madera y teja árabe. Su conservación es increíble, a pesar del abandono. Para mí, quedaría mejor el transformador dentro y no colgado en un antiestético poste de hormigón, y de paso conservaríamos ésta obra que no ha hecho nada para merecer el derrumbe a la que está destinada. Creo que éste pequeño edificio bien merece ver “la luz”.
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