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domingo, 20 de marzo de 2011

La chica del puente


Si hay alguna actividad en contra del buen hacer de los albañiles, esa es la de los grafiteros. El esmero por las líneas rectas y los paramentos planos, se ve estropeado con alevosía, premeditación y a veces con nocturnidad por unos desocupados que amontonan pinturas y rayas, con formas y colores que para nada embellecen los edificios, si no que les dan un aspecto de suciedad, descuido y abandono. Y lo que es peor, que en las paredes de caravista o en los revestimientos monocapa eliminar la “gracia” es muy difícil, por no decir imposible, con el agravante de que una vez limpio ya hay otro grafitero preparado para superar la “hazaña” de su colega. Recuerdo una preciosa locomotora del año catapún, que salvaron del desguace mostrándola en una rotonda en Zamora, al lado de la estación. Todo un monumento al progreso que ha proporcionado el tren en el pasado siglo en nuestra provincia. Recuerdo abochornado su deprimente aspecto después del repaso de firmitas y pintadas de unos cuantos impresentables. La solución para mantener en aquel lugar la respetable máquina fue restaurarla, y encerrarla tras unas altas y gruesas rejas, como si el premio a su esfuerzo fuera la cárcel. Peor el remedio que la enfermedad. Pero para casi todo hay excepciones. Cuando una pintada sobrepasa lo bien hecho en el lugar adecuado, entonces se transforma en arte. Arte con mayúsculas, de exposición gratuita, sin cánones ni restricciones. Tristemente arte imposible de mantener, que el tiempo y la intemperie llevarán a la indefectible ruina. Una de estas maravillas se puede contemplar debajo del puente sobre el Tera en Camarzana. Como no me quedan palabras para tan grata visión, solo añadiré que es un ejemplo a seguir, y si algo así no se puede hacer o mejorar, lo mejor es dejar los sprays en la tienda y las ganas de hacer daño bajo la conciencia de cada uno. Lo malo de la conciencia es que es un bien escaso.


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