Hay que
tener cuidado con quien te manda hacer un recado. (Me ha salido un pareado sin
haberlo deseado). Un ayoíno, hace de esto ya bastantes años, madrugó para
asistir al tradicional mercado del sábado en La Bañeza. Mientras aparejaba el
caballo en la calle, una vecina se acercó y le pidió que al pasar, de vuelta,
por Jimenez de Jamuz, famoso por sus cacharros de barro, le trajera un botijo.
Pues lo que se suele decir en éstos casos, que sí, cómo no, y emprendió el
viaje. El hombre hizo sus cosas, y cuando volvía, cruzando Castrocalbón a lomos
de su caballo se le acordó el recado de su vecina. Cansado como venía, no le
apetecía dar la vuelta a Jimenez a comprar el dichoso botijo, así que trató de
encontrar una solución aceptable a aquel problema, pues tampoco quería quedar mal,
que nunca se sabe. Mientras cruzaba el puente de hierro sobre el Éria, miró
abajo y una pícara sonrisa iluminó su rostro. ¡Ya sabía qué decirle a la
vecina!. Más tranquilo continuó hasta casa, y apenas había desmontado, apareció
la del encargo, como si hubiera estado con la oreja tras la puerta. El hombre
puso cara de afligido, y comenzó a relatar:
- Te
traía el botijo, lo había atado aquí a las alforjas, - señaló-, pero al llegar
al río de Castro, el caballo vendría con sed y se abalanzó al agua. Total, que
pegaría en alguna rama de los humeros de la orilla y se rompió.
- ¡Pues
menos mal que no te lo pagué!, - ironizó la vecina-.
- ¡Ah,
tia zoorraaa, pues menos mal que no te lo traje!
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