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domingo, 29 de abril de 2012

Nº 100 y me viene a cuento.



Ruraleando ruraleando, estoy escribiendo el artículo 100, el del examen, como los gobiernos; la verdad es que había perdido la cuenta hacía 99 y nunca creí llegar más allá del 50. Increíble. Y el tintero a rebosar. En primer lugar, si supiera como, haría llegar un mensaje de gratitud a Blogger, por permitirme usar este espacio para contar mis curiosidades. En segundo lugar estáis vosotros, mis queridos lectores, alentadores del contador de visitas, que sois los que permitís que esto siga adelante, gracias sinceras. Y por vuestros comentarios, correos electrónicos, o personalmente; como diría nuestro rey “me llena de orgullo y satisfacción” vuestro contacto y amistad. Un saludo especial a los lectores del otro lado del Atlántico, es agradable comprobar que nos une mucho más de lo que nos separa. También tengo que decir que campeonas en visitas son la cocina económica, la teja árabe, la tapia… prometo tutoriales para todas éstas cosas, y lo haremos como antaño. Y para celebrar que vamos a cien, os voy a contar un cuento, parte me relataron en clave de humor a la antigua usanza, es decir, al atardecer de un día de verano, sentados en la calle al fresco; otra parte, pequeña, le añadí yo. Os invito a volver por un instante a la niñez, para leerlo desde la inocencia y la ternura, que no hacen falta efectos especiales para disfrutar de los cuentos. No le voy a añadir fotos, como suelo hacer, que cada uno use su imaginación para situarlo en un lugar, y se lo dedico a todos los que conocen cierto pueblo…. Así, más o menos, me lo contaron:

LA BICHA DE LA CUEVA

Hace muchos, muchos años, aconteció esta extraordinaria historia en un pequeño pueblo de agricultores, por aquel entonces famoso por la tristeza de sus habitantes. Y es que vivían permanentemente acosados por un monstruo, sin embargo se negaban a abandonar lo que era toda su vida. La tierra era fértil, el agua mucha y buena, el monte proporcionaba caza y leña, y los prados engordaban sin trabajo sus ganados. Pero en los aledaños del pueblo, un pequeño monte esconde la boca de una cueva, y estaba habitada por una serpiente de unas dimensiones nunca vistas, tan grande que cuando bajaba de su guarida, en el momento de pasar el autobús de línea a la capital, éste se detenía por evitar chocar o volcar, y sus ocupantes se agazapaban bajo los asientos para esquivar la mirada de la serpiente, porque según decían, hechizaba petrificando a sus víctimas para después comérselas con calma. Aunque su plato preferido eran las vacas, cuando pastaban en una pradera cercana o rumiaban a la sombra de los robles en un sestiadero, menos mal que mientras las tuvo al alcance, nunca hizo daño a otras criaturas. Los pastores al verla llegar se escondían, y así la serpiente solo tenía que elegir la mejor presa, agarrarla con su enorme boca y volver a la cueva a terminar su festín, que repetiría al cabo de una semana. Para nada sirvió ponerle trampas o cebos envenenados, la longevidad le había concedido astucia, y sorteaba todos los peligros como si de antemano conociera el lugar exacto de las trampas. Los habitantes del pueblo, resignados, aprendieron a convivir con “la bicha”, como la llamaban, y todos los días al toque de la chifla, soltaban las vacas para conducirlas a pastar al mismo lugar, ya que si allí no encontraba comida, se acercaría al pueblo y provocaría el pánico entre los vecinos y mucho más perjuicio. Un año por agosto, llegó al pueblo un joven montado en un burro, vestía con sencillez e iba acompañado por un inquieto perro blanco con manchas negras o negro con manchas blancas, de eso nadie está seguro. Pidió posada, y aquella misma noche, bajo los arcos de la cocina mientras preparaban la cena, oyó esta misma historia ya que la serpiente se había llevado otra vaca, dejando a una humilde familia sin pareja para recoger sus cosechas. El joven preguntó porqué no atacaban directamente al monstruo, y le contestaron que lo habían intentado, pero que nadie tras ver sus ojos había podido mover un músculo, como si un embrujo diera protección a la maligna criatura. Entonces, se levantó, cogió el atizador y removió la lumbre, y dijo que en su deambular por el mundo había conocido un caso parecido, y para romper el maleficio solo se necesitaba valentía, confianza y una noche de luna llena. Como éste último requisito sucedería al día siguiente, y de lo demás estaban sobrados, al toque de campanas se reunió al pueblo en concejo a la puerta de la iglesia, para escuchar todos las palabras del visitante, que nadie sabía porqué pero infundían ánimo y valor. Para matar a “la bicha”, mandó a todas las personas vigorosas del pueblo armarse con escopetas y con armas arrojadizas, para las que servían las herramientas que usaban en sus trabajos, como tornaderas, viendas, guinchas y cualquier otra cosa que pudiera clavarse en la piel de la bestia. Saldrían poco antes de la media noche, en silencio, con ropas oscuras o negras, y hasta entonces pedía normalidad, para no inquietar o despertar extrañeza en el animal. Al día siguiente, llegado el momento acordado, sin hablar ni hacer ruido se pusieron en marcha, caminando bajo la plateada luz de la luna, alta ya en el cielo. El visitante llevaba de ramal su burro, sin alforjas, y el perro se adelantó unos metros a la comitiva para dar la alarma en caso necesario. El silencio ambiental era total, ni una sola brisa de aire que azotara las hojas, tampoco grillos o ranas con su habitual algarabía; quizás todo presagiara un incierto desenlace. Por fin llegaron a unos pasos de la boca de la cueva. A una señal, el burro se adelantó colocándose enfrente, a modo de cebo. Otra señal y el perro comenzó a ladrar con rabia de cara al agujero. El visitante se arrimó de espaldas a las rocas de la entrada y sacando de un lateral del morral un espejo observó el negro interior, y mandó a los armados valientes estar preparados. Entonces un siseo desagradable comenzó a oírse cada vez con más intensidad, hasta casi ocultar los ladridos del perro. El espejo mostró unos luminosos ojos que emergían con rapidez, y al grito de “¡Ahora!” el perro y el burro se apartaron, y arrojó el rojo contenido del morral, pimentón, sobre la cabeza que acababa de salir en el mismo momento que una descarga de pólvora y una nube de armas voladoras fueron a parar al cuello de la serpiente, que comenzó a retorcerse cegada y herida entre un insoportable sufrimiento. Sus verdugos, que habían descendido un buen trecho por seguridad, observaron cómo “la bicha” por fin quedaba inmóvil, muerta como había predicho el desconocido, pues tan enfrascados estaban en su afán que aún no le habían preguntado su nombre. Antes de volver al pueblo a festejar el acontecimiento, un grupo se acercó otra vez a la cueva a cerciorarse de que efectivamente la bestia había muerto. Encontraron la cabeza de una enorme serpiente postrada en el suelo, roja de pimentón, con el sangrante cuello lleno de agujeros y cosas clavadas, y como no había terminado de digerir su última comida, por los lados de su boca como si fueran colmillos salían los grandes cuernos de una vaca. Por tan horrenda visión, a alguien se le escapó decir: “-Esto no era una bicha, era un demonio”. A la vuelta al pueblo, pararon ante la iglesia y subiendo al campanario voltearon con fuerza las campanas para anunciar la nueva noticia. El pueblo entero se reunió, por fin alegre y feliz, y buscaron a la persona que había hecho aquel milagro, que los había liberado del dominio de la serpiente. Nadie lo encontró, inexplicablemente se había ido con la misma cautela que apareció. Desde  entonces aquel día de agosto se celebra fiesta, y ahora hay quien dice que en lo más alto del retablo de la iglesia recuerda su cara la de una imagen, que con el pié sigue aplastando el demonio de la serpiente. Y colorín colorado… 


domingo, 15 de abril de 2012

Entre el sol y la luna


En medio del retablo mayor de nuestra iglesia, y encima del sagrario, llama la atención un círculo celeste que recoge en su interior un triángulo equilátero amarillo, rodeado de rayos blancos y con un ojo pintado en su centro. Es la representación cristiana de Dios, en un icono usado ya en la antiguedad como el ojo que todo lo ve, como Horus, dios egipcio. La mitología griega lo asoció entre otros con la diosa Minerva, y en el reverso del billete de dólar, en su parte central coronando la cima de una pirámide, aparece por orden del presidente Franklin. Estas son, creo, sus más importantes muestras, solo queda una: con el vértice invertido, flanqueado por un sol y una luna, exactamente como lo vemos en nuestro retablo, y entonces es un símbolo de una agrupación a día de hoy polémica, la masonería, entre otras razones por su declarado anticlericalismo. Pero no siempre fue así. Los masones eran gremios de constructores, (albañiles, carpinteros, canteros…), que ya en la edad media levantaron catedrales u otros importantes edificios, y celosos de su trabajo idearon una serie de ritos, símbolos y palabras, para llevar con orden y disciplina tan insignes obras. Los masones se clasificaban en tres grados: aprendiz, compañero y maestro, todos creyentes en un ser superior, Dios como el creador y por lo tanto el primer y gran arquitecto del universo. Esta era la masonería operativa, la que poseía la teoría y la práctica, y su designación tenía como objetivo la construcción según las reglas tradicionales. Posteriormente comenzaron a admitir políticos, nobles y personas de otros gremios que pasaron a formar parte de la masonería especulativa y los tres grados se convirtieron en multitud, desvirtuando el noble trabajo de aquellas hermandades en las que se enseñaba y practicaba los secretos de la construcción. Existe debate sobre los orígenes de la masonería. Hay quienes defienden que descienden de los “collegia fabrorum”, corporaciones de artesanos romanos, y hay quienes van más allá, remontando a los egipcios, entre los que se consideraban privilegiados por poder ver a su faraón, que a su vez era el primer arquitecto. En realidad, no existen símbolos exclusivamente masónicos, si no que han sido comunes y trasmitidos a través del tiempo de otras corporaciones. Decíamos al principio que el triángulo con el ojo de nuestro retablo representa a Dios. Si esta figura es recta, apoyada sobre un lado, significa el principio, la omnipresencia, Él que lo ve todo; pero si aparece invertido sobre el vértice, entre el sol y la luna, es la Providencia, “la suprema sabiduría de Dios que rige el mundo y a los hombres y cuida de ellos”, es el Jesús omnipotente que todo lo puede mirando hacia abajo, a sus fieles cuando llenan los bancos de la iglesia. Quiero pensar que el retablo se construyó siguiendo los criterios tradicionales, por eso, cuando lo miro desde que conozco su secreto lo encuentro diferente, y claro está, aprecio de distinta forma mi oficio:
 la construcción.





viernes, 6 de abril de 2012

El monumento





Como cada año en nuestra iglesia, el Jueves Santo por la mañana se construye el monumento, el altar para la adoración del Cuerpo de Cristo. En la misa de la última cena, se traslada con solemnidad el Copón con las Hostias consagradas al nuevo sagrario, para su exposición y comunión del Viernes Santo. 

En algunos lugares se crean auténticas obras de arte, realizadas siempre por personas desinteresadas, como las que instalan nuestro monumento. También existió otra costumbre, la de construir un armazón el día de las ánimas a base de lienzos amarrados a bastidores, con pinturas de muerte y resurrección. Totalmente distintas a las sargas, que por el tamaño y peso eran izados con poleas, hasta cubrir por completo el pan de oro y las imágenes sagradas de los retablos. Parece ser que fue una costumbre cristianizada de otra pagana de la Grecia y Roma clásicas, cuando para determinados ritos y sacrificios se cubrían con telas pinturas y esculturas de sus dioses. 

En el Santuario de Rosinos, los lienzos de lino del monumento se separaron de sus bastidores, seguramente deteriorados, y se guardan para una posible futura exposición. La pintura es al temple y aparecen distintas figuras, como enfermos o fallecidos, ángeles y demonios, religiosos y civiles; representaciones de distintas tentaciones, como la lujuria, la avaricia, la burla, el mal; también de algunas virtudes, como justicia, fe, esperanza… y otros temas como la resurrección de Jesucristo y las ánimas del purgatorio, junto con algunos textos llamativos. 

Los monumentos se desmontan para el Domingo de Resurrección, día final de la cuaresma e inicio de un nuevo período, más solemne y festivo. 

La Semana Santa es un acontecimiento móvil, para que coincida su celebración con una condición clave, Jesús murió durante la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. Por eso siempre se celebra entre el 22 de marzo y el 25 de abril (menos el cristianismo oriental, que al seguir utilizando el calendario juliano puede caer entre el 4 de abril y el 8 de mayo). 

Desde niño me ha llamado la atención la coincidencia, y durante estas noches no puedo menos que levantar la vista y recrearme en el cielo. Un refrán, ya en cierto modo desfigurado, me da la razón: Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol; Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. 

















domingo, 1 de abril de 2012

La reina de Trapeñacabras




Desde el Couso, las Murias o las parcelas del camino La Bañeza, los segadores se acercaron incontables veces a la fuente de Trapeñacabras, barrila en mano, a saciar su sed y la de sus compañeros volviendo con el recipiente lleno de su agua fresca y reparadora. Era un pequeño pozo de poco más de medio metro de diámetro, con un manantial constante que también abastecía los dos o tres alberques necesarios para regar sus respectivos huertos. El caudal siempre fue pequeño, pero la constancia y el almacenamiento permitió frutos de temporada en terreno destinado a secano. Un pequeño vergel entre los campos de centeno. Creo recordar que por los años noventa, se limpió la fuente, por cierto invadida por una colonia de cangrejos rojos, y se cubrió para preservar el agua de suciedad y animales, para hacerla un poco más potable. A su lado se construyó un bebedero de hormigón para el ganado, aprovechando además un minúsculo segundo manantial que a día de hoy lo mantiene rebosante y útil. Para recoger el manantial principal se usó un tubo de hormigón, y se forró con piedras del abundante cuarzo de nuestras minas, dándole un aspecto diferente de la forma tradicional de las fuentes locales. Un año la fuente dejó de echar agua, y una máquina destrozó aquella especie de huevo hincado en el suelo. No quiero buscar culpables de ambas cosas, allá la conciencia de cada uno, pero la verdad es me entristecía, como a muchos, aquel abandono, el saber que allí perdido estaba uno de los muchos que caracterizan y dan renombre a Ayoó de Vidriales: Tierra de manantiales. Hace un mes, unas labores de limpieza plantearon recuperar la fuente, y ayer, un monumento de piedra coronado con cuarzo consiguió realzar el característico chorro, la pequeña cascada que permite recoger en un recipiente el agua, o simplemente, escuchar su relajante sonido. Hasta analizarla no conoceremos su potabilidad, y aun así, será natural y sin tratamientos, siendo responsabilidad del sediento su consumo. Así nos ponen las cosas, ni siquiera agua, auténtica y pura agua podemos beber; lo que no me explico como algunos de aquellos segadores barrila en mano hoy pasan de los noventa… y para seguir contando.
P.D. Por cierto, pequeño trabajo, gran satisfacción.




Bienvenida, tu que traes
el frescor de las montañas,
nos aliviará la sed
donde acaba Peñacabras.
Bien nacida, fuente hermosa,
te teníamos olvidada,
que no calle la sequía
tu voz cantarina y clara.
Bien hallada entre Ayoínos
los que miman tus hermanas,
que a los campos dieron verde
y atestaron sus tinajas.
Y ese roble que te asombra
te salude en las mañanas,
si yo te canto estos versos,
muy pronto lo harán las ranas.
-------------------ETJ