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viernes, 8 de marzo de 2013

Mitos rurales


Aunque parezca mentira, es muy común la zoofobia, el miedo a los animales concretos, no por el daño físico que pueda causar el encuentro con ese animal, si no miedo a ese enfrentamiento, miedo al miedo. A casi todos nos dan miedo, o por lo menos repelús, las serpientes, o los sapos, las arañas, los ratones…, o algún otro animal, que aunque sabemos que no nos van a hacer daño nos cuesta mantenernos serenos compartiendo local, o cercanía.

En nuestra comarca, y casi en el resto del país, todos son prácticamente inofensivos y beneficiosos, para nosotros y para el ecosistema del que formamos parte, perfectamente autorregulado, en el que la carencia de alguno disparará las poblaciones de otros provocando plagas y descontrol de funciones que disminuirán la calidad del medio ambiente. Estas bondades son distintas en otras variedades y en otros países, hablaríamos de portadores de venenos extremadamente tóxicos, y mortales en la mayor parte de los casos. Por ejemplo, una “inocente” ranita (rana dardo) es el animal más venenoso, y en lo posible necesario de evitar, del mundo; por fortuna tampoco habita en nuestra península.

La sabiduría popular mitifica y exagera los efectos de los ataques de nuestros convecinos. He reunido algunos dichos, pareados para mejor recuerdo, oídos por estos pueblos; el primero dice así: “Si la víbora oyera, y el liso viera, no existiría el hombre sobre la tierra”. La víbora no suele causar graves problemas en personas sanas, si son atendidas correctamente, de todas formas es el peor caso en la lista y muy raramente llega a ser mortal. Su primera reacción es la huída, y sólo en el caso de verse acorralada atacará; el “liso” es un inofensivo eslizón, de la familia de los lagartos, que come orugas, grillos, babosas, saltamontes, arañas… carente de veneno y en peligro de extinción; se suelen ver por Prepalacio entre la hierba. Segundo dicho: “Si te pica un alacrán no vuelves a comer más pan”. Por alacrán se conocen dos animales distintos, el escorpión y el alacrán de agua. En la península ibérica existen 5 variedades de escorpiones; el más peligroso es el Buthus Occitanus, de picadura dolorosa pero no peligrosa, (yo conozco dos casos que no precisaron tratamiento), y los demás producen picaduras similares a abejas o inferiores. El alacrán de agua es una chinche acuática inofensiva, con patas anteriores prensiles y un sifón trasero que utiliza para respirar, de ahí su parecido al escorpión. Tercer dicho: “Si te pica una salamanquesa, coge el pico y la pala y vete pa la puerta de la iglesia”. La salamanquesa es de la familia de las lagartijas, un reptil con escamas, aunque creo que el dicho se refiere al tritón, anfibio, de la familia de las salamandras. Ni la salamanquesa ni el tritón “pican”, ni envenenan sus mordiscos, si pudieran darlos. Cuarto dicho: “Antaño me mordió el sapo, y hogaño se me hinchó el papo”. A los sapos se les sataniza, desprecia y mata aunque en cada jardín debiera haber unos cuantos para el control de los insectos. Su piel contiene toxinas, que darán un buen dolor de barriga a un posible predador. Por nuestra zona a ese “veneno” se le llama “cogío” y realmente son totalmente inofensivos y beneficiosos. Quinto dicho: “Si te pica una salamandra, a la puerta tienes las andas”. Las salamandras son, de la lista, mis preferidas; además de anfibios muy sensibles a la contaminación, así que si os la encontráis en una fuente indica que las aguas son de buena calidad. No “pican”, porque no tienen aguijón ni colmillos y tampoco veneno alguno. Su nombre, seguramente, es persa y compuesto por “sam” (fuego) y “andarūn” (dentro) y tiene que ver con otro mito, el de vivir entre el fuego y su poder de extinguirlo. En el Renacimiento se vendía un producto llamado “lana de salamandra”, con dos cualidades, ignífugo y extremadamente caro. Los comerciantes ocultaban su verdadera procedencia, el amianto, para elevar el precio por relacionarlo con la salamandra y su fantástica facultad. Aunque la verdadera y la más importante sea la misteriosa capacidad de regenerar los miembros amputados, es el único vertebrado con este don, y además sin cicatrices.

Todos estos inocentes animalillos viven en torno a nuestros pueblos, y los dichos exageran, pero también sirven, o sirvieron, para preveer y educar. Con ellos, de niños, aprendimos técnicas de prevención de posibles problemas. A nadie se le ocurría, por ejemplo, meter la mano debajo de una piedra que estuviera fuera del agua, o tentar a un animal sin haber repasado mentalmente la lista de mitos. Nos enseñaron que los animales no son juguetes para manosear, encerrar o torturar; son seres, hijos como nosotros de la naturaleza, que se deben de tratar con precaución y respeto. Recuerdo que de niño nos hacían meditar con aquella pregunta… “¿a ti te gustaría que te hicieran lo mismo?”. Claro que no, y sin más explicaciones conocimos el límite de la convivencia y el valor de la tolerancia.

Decía que las salamandras son indicadores de alta calidad medioambiental. ¿Sabéis? en Ayoó abundan. Esta la encontré a la puerta de casa, le hice unas fotos y la dirigí al lugar pedregoso de donde salió tras unos días borrascosos; en eso se parecen al arco iris, para poder gozar de su compañía, primero hay que soportar la lluvia.





1 comentario:

  1. Interesante, muy interesante, pero a mi esos animales me dan un asco y una repugnancia que no puedo superar, aunque sean beneficiosos en algunos casos. Un abrazo.

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