El 16 de abril el
santoral nos recuerda a San Fructuoso, el que naciera en el Bierzo y terminara
sus días como Obispo de Braga. Entre lo uno y lo otro es conocido como el padre
del monacato español, con reglas monásticas propias. Una persona que si bien buscaba
soledad y silencio para encontrarse a si mismo a través de la oración y la
meditación, eran otras personas quienes le seguían en busca de consejo, amparo
u orientación. Llegó a ser una multitud quien lo arrancara de su humilde cueva
una vez tras otra; y él, lejos de molestarse, los organizó en monasterios
diseminados por gran parte de la península ibérica. Muchos documentados, varios
desconocidos, como posiblemente también lo fuera nuestro monasterio Ageo, del
que no queda constancia de su fundación ni situación en el actual Ayoó de
Vidriales.
El eminente e ilustre, fallecido ya, Don Augusto Quintana Prieto, investigador, escritor y supremo conocedor de todo lo concerniente a los archivos diocesanos del Obispado de Astorga y de la historia de la Iglesia en general, analiza esta posibilidad, concluyendo que no puede ser por razonados motivos. El primero por el nombre: cita un documento del año 1057 en el que la infanta doña Elvira hace la donación del pueblo de Granucillo al completo, “con todo cuanto tiene dentro y fuera” a “la casa de San Fructuoso”, siendo ésta la primera vez que en algún escrito figura así el monasterio de Ageo. Dice don Augusto que no es posible imaginar que un hombre, por santo que sea, se dedique a si mismo una fundación suya. Eso podría ser cierto, pero este no es el planteamiento como tampoco lo fue en San Salvador de Montelios, en la zona de Braga, otro de sus monasterios donde recibió el santo sepultura, y que posteriormente se llamara y fuera conocido como San Fructuoso de Montelios. No fue él, si no sus seguidores quienes cambiaran el nombre al monasterio por el de su fundador, seguramente por un sentimiento de admiración y agradecimiento.
Un segundo motivo para don Augusto es la documentada invasión agarena que comenzó en Algeciras en la primavera del año 711, y que durante un siglo mantuvo despobladas nuestras tierras. Para éste da el primer punto como válido y vemos que es fácil que esté errado, por lo que el monasterio pudo ser destruido por las hordas y reconstruido para el tercer dato en la persona de un personaje histórico: San Arandiselo. Atribuye a su persona la fundación, estudiando muy bien las fechas, y la verdad que no se podría debatir a no ser por el tratamiento que le da San Genadio, que no es leve, pero que no pasa de “Padre y Abad”. Pudo ser reconstructor, e incluso darle el nombre del Santo Ageo, profeta menor y promotor de la reconstrucción del Templo de Jerusalén; pero de haber sido el fundador, San Genadio seguramente se hubiese dirigido a él con otro tratamiento, más digno, en otro nivel y reconocerlo en sus escritos. Por otra parte, el abad dio la bendición a San Genadio y sus compañeros al partir para restaurar San Pedro de Montes, otro monasterio fructosiano, lo que indica un importante vínculo entre ambas casas. Quién soy yo, simple lector y contador de historias relacionadas con nuestro entorno, para contradecir al sabio don Augusto; pero permitidme al menos solicitar para este caso el beneficio de la duda, la misma que tuvieron otros sabios historiadores de la importancia del Padre Alonso Andrés, o el padre Yepes.
El eminente e ilustre, fallecido ya, Don Augusto Quintana Prieto, investigador, escritor y supremo conocedor de todo lo concerniente a los archivos diocesanos del Obispado de Astorga y de la historia de la Iglesia en general, analiza esta posibilidad, concluyendo que no puede ser por razonados motivos. El primero por el nombre: cita un documento del año 1057 en el que la infanta doña Elvira hace la donación del pueblo de Granucillo al completo, “con todo cuanto tiene dentro y fuera” a “la casa de San Fructuoso”, siendo ésta la primera vez que en algún escrito figura así el monasterio de Ageo. Dice don Augusto que no es posible imaginar que un hombre, por santo que sea, se dedique a si mismo una fundación suya. Eso podría ser cierto, pero este no es el planteamiento como tampoco lo fue en San Salvador de Montelios, en la zona de Braga, otro de sus monasterios donde recibió el santo sepultura, y que posteriormente se llamara y fuera conocido como San Fructuoso de Montelios. No fue él, si no sus seguidores quienes cambiaran el nombre al monasterio por el de su fundador, seguramente por un sentimiento de admiración y agradecimiento.
Un segundo motivo para don Augusto es la documentada invasión agarena que comenzó en Algeciras en la primavera del año 711, y que durante un siglo mantuvo despobladas nuestras tierras. Para éste da el primer punto como válido y vemos que es fácil que esté errado, por lo que el monasterio pudo ser destruido por las hordas y reconstruido para el tercer dato en la persona de un personaje histórico: San Arandiselo. Atribuye a su persona la fundación, estudiando muy bien las fechas, y la verdad que no se podría debatir a no ser por el tratamiento que le da San Genadio, que no es leve, pero que no pasa de “Padre y Abad”. Pudo ser reconstructor, e incluso darle el nombre del Santo Ageo, profeta menor y promotor de la reconstrucción del Templo de Jerusalén; pero de haber sido el fundador, San Genadio seguramente se hubiese dirigido a él con otro tratamiento, más digno, en otro nivel y reconocerlo en sus escritos. Por otra parte, el abad dio la bendición a San Genadio y sus compañeros al partir para restaurar San Pedro de Montes, otro monasterio fructosiano, lo que indica un importante vínculo entre ambas casas. Quién soy yo, simple lector y contador de historias relacionadas con nuestro entorno, para contradecir al sabio don Augusto; pero permitidme al menos solicitar para este caso el beneficio de la duda, la misma que tuvieron otros sabios historiadores de la importancia del Padre Alonso Andrés, o el padre Yepes.
Lo indudable es la
estrecha relación de Ayoó de Vidriales con San Fructuoso. Todavía hoy, una figura
de bulto redondo de éste santo ocupa lugar en un pequeño retablo de nuestra
Iglesia. Antaño lo hiciera en una ermita en la calle Palomares, de la que apenas
queda un trozo de pared, demasiado elevada para ser de huerto. Del retablo es
de destacar su pequeño tamaño, al que se le añadió al llegar a la Iglesia la
parte superior, seguramente traída de otra ermita; también las inscripciones de
su predela: de izquierda a derecha y de arriba a bajo se puede leer:
“Esta obra se hiço
siendo cura el I Dº Don Pedro Alonso de Cifuentes, i maiordomo Juan Teston i
Juan Freile ano de 16 6”
“Esta obra se hizo
siendo cura el ¿…?¿ilustre…?¿reverendo? Don Pedro Alonso de Cifuentes y
mayordomo(s) Juan Teston y Juan Freile
Año de ¿1676?, o por elisión del cero ¿1606?. Entre estas escrituras una
artesana cerradura protegía el sagrario, interiormente adornado con figuras estelares
sobre fondo azul, ensalzado con una inscripción latina en el exterior. Gracias
a la traducción de nuestro Párroco Don Miguel podemos conocer su mensaje: “Porque esto es mi cuerpo, este es el cáliz
de mi sangre, de la nueva y eterna alianza, el misterio de la fe, que será
derramada por nosotros y por muchos para remisión de los pecados”. Era, en
su día, la parte central de la liturgia eucarística.
Pero un pequeñísimo
detalle se ha escapado a los ojos de cuantos han contemplado la talla del San
Fructuoso. Una bien definida lágrima resbala desde la comisura lateral del ojo
izquierdo hacia su mejilla. Parece un defecto del artista al pintar el rostro, algo
totalmente descartado por la perfección de las formas y la calidad de la
estatua policromada. Es un atributo, un rasgo que alguien dejó o mandó dejar
por conocer algún hecho trascendental en la vida de San Fructuoso. He leído y
releído cuanto ha llegado a mis manos sobre su biografía, que relata, algunas
veces de forma infantil, una personalidad excepcional, una vida apacible y como
no podría ser de otro modo, en constante conexión con la naturaleza y sus
criaturas. Solo al final de sus días algo pudo merecer no una lágrima, sino
toda la aflicción en el corazón del santo. Siendo anciano ya, decidió junto con
algunos discípulos peregrinar a Tierra Santa, pero enterado el rey Recesvinto
lo mandó detener y custodiar para evitar el viaje. También, en contra de su
voluntad, le hizo abad y obispo de Dumio, y más tarde de Braga. Es renombrado el
desapego de San fructuoso con las cuestiones mundanas. Encarcelado bajo las
vestiduras de obispo, bien le mereció al artista una inadvertida lágrima en un
rostro inexpresivo; un artista que también conocía la bienaventuranza
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”, y el refrán “Lo
que se siembra con lágrimas, se recoge con gozo”. Si estas no fueran la solución
del enigma… ¿por qué llora San Fructuoso?
Hola... precioso artículo sobre san Fructuoso (por cierto, tengo un vecino que así se llama!!!!). Cuando yo estuve identificando los santos del pueblo, con ayuda de un par de expertos de webs de ese tema, me señalaron que quizás el obispo que está en el retablo de la izquierda, donde el Cristo y la rueda de Santa Catalina, podría ser también San Fructuoso. Aquí te dejo el post.: http://elblogdeayoo.blogspot.com.es/2011/04/la-iglesia-por-dentro-san-fructuoso.html ¿Qué opinas?
ResponderEliminarHola. Es muy difícil afirmar que obispo es, puesto que no tiene nombre ni ningún detalle que lo justifique. Yo me decanto por San Genadio; la mitra a los pies significa abandono del cargo, lo que hizo Genadio, porque San Fructuoso murió obispo. Recordemos también la gran influencia de San Genadio en la diócesis de Astorga... ¿cómo no iba a tener representación en el pueblo en el que se formó?
Eliminarhttp://eltijoaquin.blogspot.com.es/2013/11/la-docena-de-san-genadio.html
Como me encantan los detalles te voy a contar uno: en el cuadro, la cruz que pende del pecho tiene pintadas doce crucecitas... ¿casualidad?... Yo creo que no.