Nací y crecí en un
pueblo, y vivo en un pueblo, ambos pequeños e inmersos en plena naturaleza, en
los que es fácil identificar distintos ecosistemas y microclimas. Sobra decir
que esto, y mi carácter observador, me hace conocedor de muchas e importantes
cualidades de la flora y fauna con la que compartimos espacio. Y cuantas veces
me veo sorprendido gratamente de tanto derroche de sabiduría, de la perfección
de la vida en sí. Una de las últimas maravillas de las que he sido testigo tuvo
como protagonista una ranita de mediano tamaño. Ocurrió éste pasado invierno,
con las primeras heladas, en las que se alcanzaron los 7 grados bajo cero. En
un pequeño cobertizo que he construido en una parcela cercana al pueblo, en
donde gotea el tejado, puse un antiguo fregadero cerámico para recoger agua de
lluvia, o en su defecto rellenar para que diversas especies animales puedan
saciar la sed sin alejarse del lugar. Una mañana, tras varias heladas, al
llegar me di cuenta que la totalidad del agua del fregadero estaba congelada, y
eran varios centímetros de espesor. Pero, sorpresa, algo que flotaba quedó
amarrado al hielo. Era una rana. Solamente a varios cientos de metros hay un
canal en el que viven ranas, y me parece difícil que abandonen su hábitat para
dirigirse en dirección monte, o sea, mi cobertizo. Pero más difícil, de haber
esa probabilidad, que las heladas pillen desprevenida a tan esquiva visitante,
flotando a temperaturas crueles para la vida. Sentí una inmensa pena, y aunque
lo intenté, no la pude arrancar de su helado abrazo para, muerta como la creí,
devolverla a la cadena trófica depositándola en campo abierto, o lo que mejor
me pareció para enmendar su sufrimiento, enterarla en un hoyito en la tierra.
Arrastré el pesado fregadero hasta donde el sol, que comenzaba a calentar,
soltara el cuerpecito de la rana para proceder a su entierro, y seguí a mis
quehaceres. Poco después, efectivamente, lo pude despegar y
realmente parecía haber terminado de morir; su piel perfecta, las
articulaciones correctas… ¿Y si…? Corté un trozo del aislante que usamos en
construcción y coloqué sobre él con delicadeza el cuerpo de la ranita, para
aprovechar al máximo la radiación solar. Al cabo de otro rato y varias visitas…
el cuerpo de la ranita comenzó a sacudirse en espasmos musculares, ¡¡estaba
viva!! ¿Como explicar que un ser vivo extraído del hielo vuelva a la vida? Con
éste pensamiento recorrí el trayecto hasta el canal de donde la rana quizás
nunca debiera haber salido, y allí, entre unas hierbas de la orilla la deposité.
Varias heladas, y mucho más persistentes, sucedieron en los siguientes días.
Pero seguro que si consiguió esconderse, alguno de los cánticos del verano lo
interpretaré como señal de agradecimiento; no era más que una rana, pero como
afirma el dicho: “Las grandes cosas de la vida están hechas de pequeños
detalles”. Éste me ha dejado increíblemente satisfecho.
Observación y
meditación, ese es mi lema en cuanto a la naturaleza se refiere. Y si para
observación tuvimos una rana, invito a meditar con otra, ésta imaginaria, núcleo
de una alegoría propuesta por Marty Rubin en su libro publicado en 1987: The
boiled Frog Syndrome (El síndrome de la rana hervida). Supongamos que la ranita
“descongelada” la depositamos en un recipiente grande lleno de agua. Lo primero
que hará será inspeccionar las dimensiones y los rincones, y al no encontrar
nada extraño se tranquilizará y adaptará al nuevo hábitat. Supongamos que
comenzamos a calentar suavemente el recipiente. Al momento la rana detectará el
cambio, pero no hará nada, se acomodará a la nueva temperatura. Un tiempo más
tarde, al seguir incrementándose el calor, la rana incluso agradecerá el agua tibia,
propia del verano, e incluso se atreverá a cantar como si en tales fechas se
encontrara. Al rato el agua está caliente, demasiado para su gusto, pero
también le proporciona cansancio y somnolencia, e intenta aclimatarse a la
nueva situación. Postula el principio que la rana ya no tendrá fuerzas para
saltar del recipiente cuando el agua comience a hervir, y morirá sin oponer
resistencia. Terrible prueba y dramática moraleja aplicable a nuestra vida
diaria. Dice el autor, Marty Rubin: “Es un experimento rico en enseñanzas. Nos
demuestra que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de
las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía”. La rana hervida
explica nuestra total indiferencia ante el cambio climático, ante la corrupción
política, ante la degradación de la familia, de la salud, del tema laboral, del
amoroso, del respeto por lo propio y ajeno… Y así hasta incontables situaciones
que de presentársenos de repente, saltaríamos cual rana arrojada al recipiente
en el comienza a hervir el agua. Dicen que el camino más corto entre una
persona y una verdad es un cuento. Lo dicho, para meditar… apliquémonos el
cuento.
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