Con permiso, si me
escuchan,
a esta historia he puesto versos;
la moraleja es muy
chula,
atentos, que al punto
empiezo.
En Congosta había una
industria
en la que era
carpintero,
molinero, y otras
muchas
más cosas el ti Silverio;
hombre de mucha
cordura,
un trabajador, honesto,
los vivos así lo
juzgan,
no porque el hombre
esté muerto.
Un tal día tuvo pura
necesidad de
repuesto:
a La Bañeza y sin
duda
pensó ir temprano por
ello,
antes que la gente
bulla,
y así volver pronto
al pueblo.
Cuando todo se
arrebuja
bobada es poner
talento,
y a Silverio la
aventura
truncó el sueño
mañanero:
despertó e hizo
alguna jura,
y acordó salir
corriendo,
- “hoy menda no
desayuna,
lo haré dos veces
comiendo”.
Salió de la
Congostura,
quería clarear el cielo,
se ajustó las
vestiduras,
y presto enfiló el
sendero,
alternando con soltura
las dos marchas de su
cuerpo:
caminando deprisa,
una,
y en la otra andaba
ligero.
Relevó a tiempo a la
luna
el sol, como un
caballero,
alumbrando la bajura
donde el pontón del
Palero,
cuando vio entre la
espesura
una cartera en el
suelo,
sin nombre que
hiciese suya,
y con bastante
dinero.
Solo estaba, qué ricura,
comprobó girando el
cuello;
la chaqueta con
mesura
entreabrió e hizo
adentro
del bolsillo su fortuna,
y aflojó el paso
contento.
Y por arte de una musa
le vino este
pensamiento:
-“Quien madruga Dios
le ayuda,
pero Dios por lo que
veo
le ayuda al que no
madruga
bastante más que al
primero”.
Si alguien de mentir
me culpa,
esto fácil le sugiero:
diríjase al “Hotel
Rural
el Molino”, de sus
nietos,
y si quiere allí
pregunta,
y toma algo, por
supuesto.
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Impresionante amigo Joaquin. Un diez. Un abrazo Paulina
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