La definición más aceptable del árbol chopa que he
encontrado en la web es de Don Miguel Delibes: “En los pueblos castellanos suele distinguirse entre árboles masculinos
y femeninos más que por su género por su tamaño. Un chopo, especialmente
corpulento y de formas redondas, será una chopa”.
Digo aceptable y no
acertada, porque creo que la cuestión es más sencilla y nada tiene que ver con
el tamaño, si no con la función que desarrolla el árbol. Veamos. Una
característica, por desgracia cada día más en desuso, de la influencia del
leonés en nuestro vocabulario es el sexo de los árboles frutales autóctonos de
donde así se hablaba. Mientras en castellano son masculinos, (las excepciones,
como la higuera, confirman la regla), en el antiguo leonés eran femeninos, como
la manzanal o la cerezal. ¿Por qué? Sencillamente porque al igual que las
mujeres, o las hembras de sus animales domésticos, producían fruto.
Probablemente no se supiera de botánica o de gramática, tampoco hacía falta,
pues se valoraba el provecho y la utilidad, y aquellos árboles que tenían que
plantar, podar, regar, abonar, o sea, cuidar, salvo en movilidad en poco se
distinguían de sus ovejas o vacas, a las que igualmente las tenían que procurar
residencia, apareamiento, limpieza, comida, etc. Tenían sus ciclos exactamente
como los embarazos, y recogían la cosecha como una camada más, por lo que el
árbol se comportaba como una madre, y como madre, en femenino, los llamaban. (Y
en muchos sitios lo seguimos haciendo).
El leonés, para formar el nombre del
árbol, se toma el de su fruto y se le añade el sufijo – l. Ejemplos: la castaña
– la castañal, la avellana – la avellanal. Del higo no se dice higal, como el
mismo árbol también produce brevas, se llama breval, y también da higos. Del
melocotón, sería la melocotonal, y el más complicado, de la ciruela, la
cirolal. El mismo adjetivo frutal, era nombre femenino, y se usaba, y se usa,
para llamar el trozo de parcela o de huerto donde se cultivan éstos árboles,
las frutales.
Pero volvamos a la chopa, que no es frutal y es femenino. ¿Por
qué? Decía Miguel Delibes que era un chopo corpulento y de formas redondas, sin
embargo la diferencia es clara y no admite duda. Y es que sólo la mano del
hombre, o una casualidad, convierte al chopo en chopa. En épocas de escasez de
madera, se cortaba la copa de los chopos a aproximadamente tres metros de
altura, para aprovechar las nuevas ramas secundarias que se desarrollan con
fuerza, y el tronco, que aumenta su diámetro espectacularmente hasta medir incluso metros de circunferencia. El femenino lo adquiría en el momento en que los nuevos brotes, (hijos), salían del cercenado tronco, (madre y productora
de madera). Al final de su vida, si no cortaban antes la chopa, su tronco se
pudría y ahuecaba, dando juego a los niños en otros tiempos. También un rayo o
la caída de otro árbol podían partir la copa del chopo, y entonces la chopa era
natural.
En Ayoó, hacia el año 1991 desapareció la última chopa. Estaba tras la
iglesia, seca, y se arrancó cuando pavimentaron esa zona, hasta donde empieza
Prepalacio. En Santibañez se puede contemplar un hermoso y joven ejemplo de
chopa, está en el parque de la calle que lleva a la residencia de ancianos, al
lado del antiguo depósito de agua, corpulenta y con formas redondas, como cualquier otra que pudo ver Miguel Delibes, porque como todas, sus ramas esconden el secreto de su
transexualidad.
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