La luz de la lumbre, de las velas, de las estrellas o la luna, la luz de la aurora… para mi, nada comparable a la luz de las luciérnagas. Si nos encontramos a este extraño escarabajo,(si, si, escarabajo), y quedamos embelesados con su luz, en realidad estamos siendo los “sujetavelas” de un cortejo amoroso. El bicho iluminador es la hembra que como un auténtico faro comunica su posición al macho, este si, con forma de escarabajo y dotado con alas, sobrevuela la vegetación en su búsqueda. Si se sintiera incomodada, interrumpiría su luz amarillo-verdosa, una de las más eficientes conocidas, pues menos de un 2% de la energía se convierte en calor. (Una bombilla corriente supera el 95%). El método del apareamiento es simple, vuelve su abdomen iluminado hacia el cielo y a esperar que su novio la encuentre para fecundar la friolera de entre 50 y 150 huevos. La alimentación es increíblemente a base de caracoles y babosas; se les suben encima, los paralizan con un mordisco y succionan su alimento. Pero las plácidas noches de verano se están quedando sin luciérnagas. Todos estamos de acuerdo que tristemente su población cada año es menor. Los insecticidas, pesticidas y otras porquerías seguramente algo tendrán que ver, como también la contaminación lumínica, que trasforma su hábitat y sus costumbres confundiendo al macho y llevándolo a las cada día más abundantes luminarias urbanas, desatendiendo lógicamente sus obligaciones de pareja. Y no es que tengamos que dejar todo a oscuras por culpa de un bichito, simplemente deberíamos iluminar mejor, más eficientemente y al suelo, que es lo que se necesita. Por ejemplo, una farola tipo globo de 100 W de potencia está enviando al cielo la mitad de la luz, 50 W, otro 10 % es el palo, que tampoco ilumina, y solamente un 40 % se dirige por debajo de la horizontal hacia el suelo. En resumidas cuentas, una lámpara de 40 W correctamente apantallada iluminaría lo mismo y el ahorro sería de más de la mitad. Eso multiplicado por los millones de luminarias que mal-iluminan nuestras calles, edificios, carreteras o parques asciende a la cantidad estimada de 200 millones de euros al año, según estudios realizados. Aparte del daño económico, que es muy elevado, está el daño medioambiental, como el de luciérnagas y otros animales, que ante ésta situación de crepúsculo permanente acaban alterando sus hábitos, y el daño cultural, pues hay muchas personas que desconocen la belleza del cielo estrellado y los astrónomos ven su trabajo estropeado por las burbujas luminosas en que se han convertido las urbes. Distintos movimientos y asociaciones trabajan para volver a disfrutar del hermoso cielo oscuro, salpicado de estrellas. Grave debe de ser ya el problema cuando la UNESCO ha declarado formalmente: “Las personas de las generaciones futuras tienen derecho a una Tierra indemne y no contaminada, incluyendo el derecho a un cielo puro”. Vaya, entre otras cosas, por las luciérnagas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario