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lunes, 25 de julio de 2011

San Antonio de Padua



Preguntar por San Antonio de Padua a la gente mayor de nuestros pueblos, por su devoción o por los milagrosos encuentros de cosas extraviadas, es encontrar una sonrisa de aprobación y agradecida fe. El Papa León XIII ya lo describió como “el santo de todo el mundo”, por la cercanía en su intercesión y la confianza en sus resultados. Hoy, siglos después de su muerte, allá por el año 1231, sobre todo entre la gente humilde, San Antonio, (o San Antonico, como se le dice con cariño), sigue presente, recordado y solicitado en esos momentos de desconcierto ante una desaparición o pérdida más o menos importante. Puede que no sepamos como hacerlo, pero es fácil encontrar quien le rece su famoso “responso” (responsorio), y aliviar por un momento nuestro pesar. Según dicen, debe de ser recitado en soledad, con silencio ambiental, recogimiento y fe. Innumerables ocasiones aparece lo perdido, muchas de forma milagrosa e inexplicable. Bueno, sus devotos sabemos que no necesita explicación lo que es obvio, que para que después de tantos siglos siga vigente su intercesión, es que algo más que una leyenda tiene que haber. Como curiosidades, San Antonio no se llamaba así. Sus padres, jóvenes nobles portugueses, le bautizaron con el nombre de Fernando, y era el año 1195. Tampoco era de Padua, ciudad del norte de Italia, nació en Lisboa; allí solo pasó sus últimos años de vida y recibió sepultura. En 1221 ingresó en la orden de los frailes Franciscanos, enfermizo y un poco rechoncho, cuentan que poseía una personalidad extraordinaria, y que llegó a ser necesaria su protección por un grupo de personas porque la gente le seguía para escuchar sus sermones, todos le querían tocar e incluso llevarse un pedacito de su hábito. Murió el 12 de Junio, no como se dice el 13, ese día fue el entierro y posiblemente al ser martes, diera pié a la conocida superstición del fatídico día. En 1263, en la exhumación del cuerpo de San Antonio se encontró su lengua incorrupta, y hoy permanece expuesta en un relicario en Padua. Es representado, por lo general, con un hábito marrón, con el niño Jesús arropado en sus brazos o sobre la biblia que lleva en una mano, y en la otra, como símbolo de pureza una pequeña rama de lirio, o también dando pan a un pobre, de los que es patrono, por su desmedida caridad llegando a vaciar las despensas del convento para repartir entre los necesitados los alimentos. Se atribuye su responsorio a San Buenaventura, aunque posiblemente lo escribiera en 1234 fray Julián de Espira, y la explicación más satisfactoria de la invocación para encontrar lo perdido, sea un suceso relatado entre sus milagros. Un novicio huyó del convento tras robarle un apreciado salterio al santo, quien al notar su falta rezó con fervor por su devolución. Asustado por unas extrañas apariciones, el ladrón, arrepentido, restauró lo robado. Y una de las historias más extraordinarias relacionadas con una desaparición y posterior rezo del responsorio que he oído, se desarrolló en Tardemézar de Vidriales en el primer cuarto del siglo pasado. Allí vivía el niño Pedro Torres, protagonista del extraño suceso, y tenía a la sazón 3 ó 4 añitos. Una tarde que sus tíos iban al campo a escardar el trigo, labor de arrancar manualmente los cardos para cosechar mejor el cereal, se empeñaron en llevarlo porque hacía bueno y no pensaban retrasar la vuelta. Sentaron el niño en el camino, donde comenzaba la parcela, le proporcionaron como improvisado juguete un nido recogido de algún árbol cercano y se pusieron a la tarea. En un descuido, la criatura echó a andar y se alejó, notando su falta los tíos demasiado tarde, ignorando la dirección que había tomado, por lo que tras una intensa búsqueda volvieron al pueblo, y tocando las campanas como era costumbre en las mayores adversidades, alarmaron a los familiares y pueblo en general, que solidario partió sin demora al encuentro del niño. Pero la noche no entiende de desdichas y acudió puntual como siempre, imposibilitando por la carencia de medios seguir su rastro. Además, como las desgracias nunca vienen solas, se puso frío y comenzó a llover. No quiero imaginar el sentimiento de angustia de aquellos padres, familiares, amigos…, el monte no es sitio de niños, mucho menos de noche y en una época en la que numerosos lobos campaban por la espesura. Como era costumbre en las pérdidas de cosas o ganado, en cada casa, seguramente, una vela y un responso a San Antonio, o uno tras otro hasta que el sueño y el cansancio se apoderara, si pudiera, de las atormentadas mentes de los humildes habitantes de Tardemézar. Una oración común por un bien común: la vida de un niño. Por la mañana, con las primeras luces del alba, todo el pueblo reanudó la búsqueda con el corazón encogido ante el destino incierto de la criatura. Bastante lejos de allí, en Brime de Sog, dos hermanas que desconocían la tragedia, se acercaban también al monte, con el carro y las vacas a recoger leña. Cuál sería su sorpresa al descubrir un niño tan pequeño caminar derecho a ellas tranquilo, sonriente… y solitario. Rápidamente volvieron al pueblo, dando cuenta a la guardia civil y avisando a la gente de Tardemezar, concluyendo felizmente aquel espantoso episodio. Vuelta la normalidad, cuando le preguntaban a Pedro si tuvo miedo de noche, si pasó frío, tuvo hambre, sed…, siempre contaba que un señor con una capa marrón estuvo con él, lo alimentó, abrigó y defendió con su cacha de un “perro grande” que se les quería acercar. Contó que estuvo tranquilo, contento y protegido del frío y de la lluvia, hasta que por la mañana le indicó un camino por el que se veía venir un carro de vacas y dos personas. Mil veces y la misma historia, de niño, adulto o anciano, salió de su boca, sin titubeos. El hombre de la capa marrón jamás nadie lo volvió a ver, ni por allí ni en otros pueblos cercanos, por los que se difundió rápidamente la noticia, con la esperanza de agradecerle personalmente su maravilloso detalle de recoger aquella desamparada criatura en la noche y conducirla al día siguiente hacia las personas más cercanas. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, yo ya tengo mi propia conclusión.



RESPONSORIO DE SAN ANTONIO

Si buscas milagros, mira,
muerte y error desterrados,
miseria y demonio huidos,
leprosos y enfermos sanos.

El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos
.
El peligro se retira,
los pobres van remediados,
cuéntenlo los socorridos,
díganlo los paduanos.

El mar sosiega su ira, etc.

Gloria al padre, gloria al hijo,
gloria al espíritu santo.

El mar sosiega su ira, etc.

Ruega por nosotros,
Antonio glorioso y santo,
para que dignos así
de sus promesas seamos.
Amen.



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