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jueves, 18 de agosto de 2011

La agavanzal






Creo que la llaman escaramujo. Por éstas nuestras tierras le damos el más bonito nombre de agavanzal. Es un rosal silvestre que nos ofrece sus delicadas flores a finales de la primavera, dando en su conjunto el aspecto de un hermoso y enorme ramo. Hermana de la zarza, (o del zarzal), la agavanzal también nos obsequia con sus frutos, menos apetecibles que las moras pero con muchas más benignas propiedades. Sus pequeñas y rojas bayas, son ricas en vitamina C, y gozan de aprecio popular, entre otras bondades, como astringente, antidiarreico y estimulante, y sus flores como laxante y tónico en general. Su nombre científico, Rosa Canina, puede ser por la antigua costumbre de desparasitar los perros haciéndoles tragar sus bayas. También la forma de sus púas, similares a los colmillos de perro, para desprecio ante los rosales, y que además se usó para curar la rabia, pueden ser otras acepciones. En sus tallos algunas veces se pueden ver como pelotas de musgo, de colores verdes, amarillos o rojizos, parece ser que las produce la picadura de un insecto para desarrollar allí sus larvas. Su nombre es bedegar, aunque por nuestra zona (cosa rara) no es nombrado. La agavanzal tampoco viene recogida en el diccionario. Y eso que en el vecino pueblo de Olleros de Tera veneran a la Virgen en su advocación de la Agavanzal, y en los municipios de Calzadilla y Vega de Tera desde 1994 lleva construida una presa con el mismo nombre. Los de “taitantos” para atrás, siendo rapaces, llamábamos picapica a las bolitas de agavanzal y las llevábamos en los bolsillos, para metérselas desmenuzadas en la espalda a algún despistado. ¿Os acordáis? Aquellas pepitas urticantes, como tantas otras cosas exentas de pilas y botones, aseguraban diversión y compañía, cuando todavía no se había inventado el aburrimiento.

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