De los primeros, y más tiernos recuerdos que
pululan en mi atascada cabeza, está el imborrable de mi madre dándome una moneda y
aupándome para que la metiera en una hucha de madera con tres puertecitas.
Igualmente tenía que “tirarle” un beso a la “virgencita” que se escondía tras el
cristal, antes de cerrar la caja, para después cogerme al cuello rodeado del clásico
negro mantón, y cruzar la calle con la hucha para dejarla en casa de la vecina.
Era siempre al anochecer, en uno de esos momentos mágicos que siempre encuentran
las mujeres para hacer con delicadeza esas pequeñas cosas que son tan
especiales. Tantos años más tarde, me gusta evocar estos maravillosos recuerdos
de la niñez cuando vuelvo a encontrarme frente a otra de estas cajitas, que
comúnmente se llaman altares, capillas u hornacinas domiciliarias, portátiles,
itinerantes, etc., o simplemente por el nombre de lo que representan, la
Virgen, la Sagrada Familia, etc. Me ha encantado la puesta en marcha de una
capilla en Ayoó, con una Virgen Milagrosa; este artículo nace en el momento del
regreso a nuestra casa, para volver a presidir por unas horas nuestro rincón
favorito. Es seguramente una de las tradiciones religiosas con más raigambre en
las zonas rurales, posiblemente por el hecho de disfrutar y compartir en el
propio hogar símbolos e imágenes que mueven a devoción. Recordemos un poco de
historia: las capillas domiciliarias tienen su origen en el siglo XV, y fueron
precursores los frailes Franciscanos. Las primeras llevaban las imágenes de la
Virgen del Carmen, de San Antonio de Padua, o de San Francisco de Asís. El
ritual apenas ha cambiado: rotan al anochecer, en el más elemental orden de “la
vela”, es decir, de vecino a vecino siempre en la misma dirección; no se
deberían retener más de un día; para cada capilla suele haber un grupo de 30
hogares, en los que se coloca en un lugar preferente donde quede patente la compañía;
algunas veces inscritas en la caja lleva emotivas oraciones de llegada y de
despedida, esta última se realiza con una pequeña limosna; y se le enciende una
luz como enseña de la fe, y de la devoción profesada, antaño lamparillas de
aceite, ahora velas o bombillas. En el caso de muchos más de 30 hogares que
soliciten la capilla, comenzaría a rotar una segunda, para que se cumplan dos
importantes condiciones, que aproximadamente regrese una vez al mes y nadie se
vea excluido de las visitas. Capillas cercanas a la de Ayoó tenemos dos en Cubo
de Benavente, una Sagrada Familia y una Virgen Milagrosa; una en Congosta de
Vidriales, con la Virgen Auxiliadora; otra en San Pedro de la Viña, con una
Sagrada Familia; y cuatro en Santibáñez de Vidriales, dos Sagradas Familias,
una Virgen de Fátima y otra Milagrosa. En algunos sitios al entregar la capilla
se dicen unas palabras, suelen ser: “Ave María Purísima”, y quien la recibe:
“sin pecado concebida”. En Santibáñez se dice: “la Sagrada Familia”,
“bienvenida sea”. Es una pena que las envejecidas poblaciones pierdan tan
arraigadas e incondicionales tradiciones, desapercibidas y a la vez queridas
como las que más, porque… ¿a quien no se le alegra el corazón cuando a su hogar
llega una grata visita? Pues nunca mejor dicho:
bienvenida sea.
Quisiera que me regalaran una capilla domiciliaria, conocen Vdes. alguien que dese desprenderse de ella...Yo la deseo. hidrocar4@gmail.com
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