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sábado, 6 de octubre de 2012

Capillas callejeras


De los primeros, y más tiernos recuerdos que pululan en mi atascada cabeza, está el imborrable de mi madre dándome una moneda y aupándome para que la metiera en una hucha de madera con tres puertecitas. Igualmente tenía que “tirarle” un beso a la “virgencita” que se escondía tras el cristal, antes de cerrar la caja, para después cogerme al cuello rodeado del clásico negro mantón, y cruzar la calle con la hucha para dejarla en casa de la vecina. Era siempre al anochecer, en uno de esos momentos mágicos que siempre encuentran las mujeres para hacer con delicadeza esas pequeñas cosas que son tan especiales. Tantos años más tarde, me gusta evocar estos maravillosos recuerdos de la niñez cuando vuelvo a encontrarme frente a otra de estas cajitas, que comúnmente se llaman altares, capillas u hornacinas domiciliarias, portátiles, itinerantes, etc., o simplemente por el nombre de lo que representan, la Virgen, la Sagrada Familia, etc. Me ha encantado la puesta en marcha de una capilla en Ayoó, con una Virgen Milagrosa; este artículo nace en el momento del regreso a nuestra casa, para volver a presidir por unas horas nuestro rincón favorito. Es seguramente una de las tradiciones religiosas con más raigambre en las zonas rurales, posiblemente por el hecho de disfrutar y compartir en el propio hogar símbolos e imágenes que mueven a devoción. Recordemos un poco de historia: las capillas domiciliarias tienen su origen en el siglo XV, y fueron precursores los frailes Franciscanos. Las primeras llevaban las imágenes de la Virgen del Carmen, de San Antonio de Padua, o de San Francisco de Asís. El ritual apenas ha cambiado: rotan al anochecer, en el más elemental orden de “la vela”, es decir, de vecino a vecino siempre en la misma dirección; no se deberían retener más de un día; para cada capilla suele haber un grupo de 30 hogares, en los que se coloca en un lugar preferente donde quede patente la compañía; algunas veces inscritas en la caja lleva emotivas oraciones de llegada y de despedida, esta última se realiza con una pequeña limosna; y se le enciende una luz como enseña de la fe, y de la devoción profesada, antaño lamparillas de aceite, ahora velas o bombillas. En el caso de muchos más de 30 hogares que soliciten la capilla, comenzaría a rotar una segunda, para que se cumplan dos importantes condiciones, que aproximadamente regrese una vez al mes y nadie se vea excluido de las visitas. Capillas cercanas a la de Ayoó tenemos dos en Cubo de Benavente, una Sagrada Familia y una Virgen Milagrosa; una en Congosta de Vidriales, con la Virgen Auxiliadora; otra en San Pedro de la Viña, con una Sagrada Familia; y cuatro en Santibáñez de Vidriales, dos Sagradas Familias, una Virgen de Fátima y otra Milagrosa. En algunos sitios al entregar la capilla se dicen unas palabras, suelen ser: “Ave María Purísima”, y quien la recibe: “sin pecado concebida”. En Santibáñez se dice: “la Sagrada Familia”, “bienvenida sea”. Es una pena que las envejecidas poblaciones pierdan tan arraigadas e incondicionales tradiciones, desapercibidas y a la vez queridas como las que más, porque… ¿a quien no se le alegra el corazón cuando a su hogar llega una grata visita? Pues nunca mejor dicho: 
bienvenida sea.











1 comentario:

  1. Quisiera que me regalaran una capilla domiciliaria, conocen Vdes. alguien que dese desprenderse de ella...Yo la deseo. hidrocar4@gmail.com

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