Para mi no hay nada tan
delicado y generoso como una fuente de agua. Es un verdadero regalo natural y
puro para nuestros sentidos. Ante nosotros el espectáculo, a poco que nos
esforcemos, está servido. Con nuestros ojos podremos admirar la especial transparencia,
el reflejo tintineante de la luz, la tersura y a la vez el movimiento ondulado
de la superficie del agua. El oído nos mandará contener la respiración para
disfrutar de su cantarino chapoteo, o su casi imperceptible caminar. Qué decir
del tacto… cómo explicar la sensación del juguetear entre nuestros dedos, de
refrescarnos la cara, del desear quedar a su lado. El olfato, con una honda
inspiración, nos indicará el grado de pureza, de humedad del entorno, de la
benignidad del lugar. Y el gusto nos mostrará la frescura, ese especial sabor
que no sabe a nada, y aplacará cualquier debilidad ocasionada por la sed,
aunque no hará falta sed para sucumbir a sus encantos. La vieja definición de
“agua”, como incolora, inodora e insípida no fue más que la forma de no saber
expresar nuestros sentimientos, aturdidos entre tanta perfección. La moderna
definición, en lugar de aclarar, como la propia agua, ignora la máxima “lo
bueno si breve…” y cede ante la complejidad. Un valorado divulgador científico,
John Emsley, reconoció que el agua es una de las sustancias químicas más
investigadas, pero que sigue siendo la menos entendida.
El mundo rural otorga
a las fuentes el grado de imprescindibles; no en vano en torno a ellas se
desarrolla gran actividad. El agua se necesita todos los días y así el camino a
la fuente, como actualmente el camino a la panadería, era obligación y
costumbre. En muchos pueblos, una costumbre no perdida; cerca de la hora de
comer todavía los botijos, las jarras, o los recipientes de plástico llevan a
las mesas a su inseparable compañera. Y no es obligación, pues otra hermana
brota de los grifos, y aunque no sea recogida de ríos o pantanos y purificada,
y mane espontánea de las entrañas de un pozo artesiano y sea conducida a la
red, todos sabemos que nunca será la misma.
Por tantos paseos a
la fuente, la inercia ha desarrollado un reconocido folklore literario y
musical, refranesco e incluso picarón. Por simplificar, quizás el más
representativo es el de los mozos y mozas tonteando con la escusa del agua: “Moza
que mucho va a la fuente, anda en bocas de la gente”. En éste lugar el
tradicional cántaro se convierte en una bella metáfora simbolizando la
virginidad femenina, “cántaro roto no tien remedio”, porque ya se sabe, “tanto
va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe”. La primera en enterarse podía
ser la madre:
- Ay, madre, que me
lo han roto.
- ¡Hija, no digas el
qué...!
- El cantarillo en la
fuente,
madre, ¿qué se creía
usted?
Y después del susto
inicial ya se quedaba más tranquila, solo era el recipiente de barro y todos
los años volvía el “cacharero”; porque el otro “cántaro” no tiene enmienda y el
miedo era a la deshonra, a la censura social y al “que dirán”:
- Ay de mí, que me lo
han roto,
el cantarito en la
fuente.
No siento yo el cantarito,
sino qué dirá la
gente.
Éste mito juvenil, irónicamente
recogido en un viejo cantar leonés:
En los caños d’ésta
fuente
hay un bicho
venenoso,
que echa las mozas
p’alante
y echa la culpa a los
mozos.
El refranero, como
forma de expresión social, recoge consejos y recomendaciones para el uso y
disfrute del agua que se encuentra de forma natural: “Agua corriente no mata a
la gente, agua detenida mala bebida”, ó “Agua estancada, agua envenenada”. El
mejor momento para recoger el abastecimiento diario es de madrugada, así se
conservará en óptimas condiciones: “Quien madruga, halla en la fuente agua
fresca y transparente”. Otros trucos, como el de observar si en la fuente nadan
salamandras, pueden parecer una aberración; y sin embargo es un perfecto marcador
de la pureza del agua. Importantes detalles éstos a conocer si en plena
naturaleza sentimos necesidad de saciar la sed, “El viajero que sed siente, se
agacha y besa la fuente”. Más refranes, para quienes no guarden el debido respeto
“Agua que no has de beber, déjala correr”, porque “Nunca digas de ésta agua no
beberé”, al fin y al cabo “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”.
Las fuentes, en su
mayor parte se han secado. Los pozos artesianos facilitan la salida de agua en
puntos más bajos; la ley de los vasos comunicantes, las salidas de la capa
freática, no perdonan. Y una fuente seca es un cadáver de la naturaleza. Si un
día bullía vida a su alrededor, al faltar el agua campa la desolación. Quienes
más lo notan y sienten son las gentes que necesitaron y cuidaron que el agua
fluyera en perfecto estado, porque era su necesario tesoro. Algunos, como Pedro
Paz de Villageriz de Vidriales, en su único y particular arrebato poético, se
emociona al contarnos aquellas historias de tiempos pasados, en torno a la
fuente que desde niño sació su sed, y que ahora, como un viejo cascarón,
permanece vacía, muerta, y para mayor desgracia, olvidada; exactamente como las
costumbres y vivencias rurales que florecieron a su alrededor.
El 22 de Marzo de
cada año fue declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como el
Día Mundial del Agua, para fomentar la conciencia pública sobre la conservación
y desarrollo de recursos hídricos. Este 22 de marzo, nuestro tributo al agua, y
a su madre la fuente, va de la mano de Pedro, que con gran cariño escribió
estos versos:
Homenaje a nuestra
fuente
En este pueblo,
señores,
había una fuente
hermosa,
que por los años
cuarenta
estaba como una rosa.
Porque por aquellos
tiempos
se cuidaba con
esmero,
y de allí se
abastecían
los vecinos de este
pueblo.
Los chicos de aquel
entonces
entre los deberes
contaban,
cuando salían de
escuela,
sin falta ir a buscar
agua.
Al llegar, nos
enseñaron,
a lavar bien los
botijos,
que al meterlos en la
fuente
debían estar bien
limpios.
En aquellos
alrededores,
en senderos y
caminos,
no había nada de
zarzas
ni brotes de
negrillos.
Cuando llegaban las
fiestas
se le hacía una
limpieza,
los encargados los
mozos,
con mucha delicadeza.
Antes de hacer la
limpieza
la voz de alerta se
daba,
para que toda la
gente
los recipientes
llenara.
El trabajo consistía
en sacarle toda el
agua,
frotando las paredes
hasta que casi
brillaran.
Así al día siguiente
luego muy de mañana
se veía bajar a la
gente
con cacharros a por
agua.
Allá por aquel
entonces
para nada se oía
hablar,
que había que echarle
cloro,
que lo manda la
autoridad.
Pero los tiempos
cambiaron,
y en el grifo hay que
tratarla,
por eso de ir con la
ley
y hacer lo que nos
mandan.
Los chavales, de
aquel entonces,
todos la fuente
añoramos,
ahora después de los
años
¡cómo nos acordamos!
Yo todos los días voy
hasta allí, dando un
paseo,
y todo me da mucha
pena,
está abandonado y
feo.
Así que tengo que
decirles
que echo de menos el
agua,
aquella que todos los
días
en nuestra fuente
brotaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario