En una de las paredes
de la Iglesia Parroquial de Calzada de la Valdería, desde ésta semana se puede
admirar una extraña y carcomida cruz en su parte trasera izquierda. No es una
obra de arte, ni siquiera su madera fue elegida para perdurar; la labraron sin
mimo, a azuela, con dos palos torcidos de humero, el más humilde de los árboles
autóctonos, robados a las orillas del río Éria. Esta cruz nunca fue delicada o
valiosa talla, jamás portó vivos dorados del pan de oro, ni si quiera
purpurinas; solo conoció el azul al agua de un resto de bote que el artesano
constructor aplicó para corregir los fallos de su azuela. No era la idea hacer
algo bello, si no un útil para señalar a quien, por estricto orden de “la vela”
correspondía, acompañado de la llave del campanario, tañer la campana “grande”
de Santa Bárbara en caso de fuerte tormenta, y así solicitar del cielo
protección contra las inclemencias atmosféricas. Pero pese a ser un símbolo
cristiano, y la campana pender de la torre de la Iglesia, seguramente nunca se
respetó como objeto religioso, si no como amuleto, como un testigo y como
escudo de los nefastos pedriscos, o los temibles rayos. Su madera conoció,
pues, el miedo a perder las cosechas, los ganados o los bienes, transmitido de
generación a generación, de casa a casa, de padres a hijos, hasta el día que
acabó en el desamparo y en el olvido.
Era menester
devolverla a la vida, darle una merecida jubilación. Para ello fue necesaria
una pequeña como delicada restauración consistente en la retirada de puntas,
alambres, cuerdas y maderas de unión, limpieza de manchas, un tratamiento
insecticida para la carcoma, la unión de sus cuatro partes con espigas de
madera, el relleno del hueco central con pasta reversible, se le añadió un
clavo central perdido, y por último un tratamiento consolidante para darle
consistencia y dureza en sus partes carcomidas.
Para sujetarla a la pared se
eligieron unas manos de forja, como signo de ofrenda, y porque algo tan querido
por los vecinos de Calzada no se puede sostener con más delicadeza que con las
manos. Debajo, un símil de pergamino enrollado en sus extremos lleva grabado en
letras doradas el nombre del Cacho la Truena y entre signos de interrogación un
1952.
La incógnita es
porque en uno de los laterales del mástil de la cruz lleva grabado con un
objeto cortante un número de cuatro cifras, que yo, y cualquiera que lo vea, ha
de interpretar como una fecha. Una fecha no libre de polémica; porque si la
tradición permanece varios siglos, seguramente desde los albores del pueblo, y
las gentes de más edad dicen haber conocido el Cacho la Truena así desde la
niñez, este dato, 1952, es objeto de misterio y controversia. Yo encuentro dos
posibles explicaciones: La primera es una broma de pésimo gusto; grabar sobre
un objeto existente una fecha ulterior conduce a la duda sobre su valor
auténtico. Quien mancillara la madera de esta forma ha condenado y recortado el
valor real de una verdadera reliquia. La otra explicación es que este Cacho
sustituyera en el 1952 a otro Cacho, que se encontraba en lamentable estado y
fuera inadecuado para seguir “la vela”. La apariencia antigua, centenaria, de
nuestra cruz de delicado humero es el resultado de cerca de 50 años pasando de
mano en mano, de casa en casa y nunca en las mejores estancias. Su lugar fue el
portal, en el suelo, en algún agujero o bajo el tejado entre la ripia, siempre
cerca de los aperos agrícolas que debía, y eficazmente cumplió, proteger. Tanto
tiempo en bien entendido maltrato no ha pasado en balde.
Otra curiosidad es su
nombre: Cacho. Cacho es según la RAE un pedazo o trozo de algo. Cacho es
también algo destartalado, de poco valor. Y Cacho es uno de los tres útiles de
panadería en la Valdería: para meter y sacar el pan se usaba la pala, para
barrer la base del horno con una escoba (la mondilla) el organero, y para
juntar las brasas en una orilla se usaba una especie de rastro sin dientes, una
herramienta con forma de cruz, el Cacho del horno. De aquí ha podido tomar el
nombre, aunque en San Pedro de la Viña, pueblo zamorano muy cercano a Calzada,
un trozo de madera, una tabla de aproximadamente 3 centímetros de gruesa por
medio metro de larga, con una ligera vuelta central, también iba de casa en
casa por “la vela” para señalar a quien correspondía tocar a medio día la
campana de la torre. Era el toque del Ángelus, señal de que se acercaba la hora
de comer, y aquel trozo de madera se la conocía como “el Cacho la Oración”. Dos
objetos distintos, en pueblos separados, que comparten un mismo nombre, Cacho.
Curioso.
El sábado 1 de Marzo
Don Jorge, el párroco de Calzada, le dio la bienvenida a la Iglesia como Dios
manda, esto es, con la oración y bendición adecuadas. Después de muchas
vueltas, el Cacho la Truena detuvo su caminar y encontró residencia donde se
puede contemplar para contar su hermosa historia e interesante tradición.
Situado al lado del campanario, nada lo separará ya de su compañera campana de
Santa Bárbara, para ofrecer juntos, a los cada vez menos agricultores y
ganaderos como siempre fue y para siempre continuará, protección y confianza; que
ya decía San Agustín: “En el Cielo dicen Aleluya, porque en la Tierra han dicho
Amén”.
P.D - Explicación de las fotografías: 1 y 2, Calzada de la Valdería, a los pies del Teleno. 3 - Cacho la Truena, restaurado y expuesto en la Iglesia. Debajo, fecha y detalle del Cacho; últimas - pala y cacho del horno y detalle.
Eres un crack. Felicidades hermano por tu trabajo.
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