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jueves, 6 de marzo de 2014

El Cacho la Truena




En una de las paredes de la Iglesia Parroquial de Calzada de la Valdería, desde ésta semana se puede admirar una extraña y carcomida cruz en su parte trasera izquierda. No es una obra de arte, ni siquiera su madera fue elegida para perdurar; la labraron sin mimo, a azuela, con dos palos torcidos de humero, el más humilde de los árboles autóctonos, robados a las orillas del río Éria. Esta cruz nunca fue delicada o valiosa talla, jamás portó vivos dorados del pan de oro, ni si quiera purpurinas; solo conoció el azul al agua de un resto de bote que el artesano constructor aplicó para corregir los fallos de su azuela. No era la idea hacer algo bello, si no un útil para señalar a quien, por estricto orden de “la vela” correspondía, acompañado de la llave del campanario, tañer la campana “grande” de Santa Bárbara en caso de fuerte tormenta, y así solicitar del cielo protección contra las inclemencias atmosféricas. Pero pese a ser un símbolo cristiano, y la campana pender de la torre de la Iglesia, seguramente nunca se respetó como objeto religioso, si no como amuleto, como un testigo y como escudo de los nefastos pedriscos, o los temibles rayos. Su madera conoció, pues, el miedo a perder las cosechas, los ganados o los bienes, transmitido de generación a generación, de casa a casa, de padres a hijos, hasta el día que acabó en el desamparo y en el olvido.

Era menester devolverla a la vida, darle una merecida jubilación. Para ello fue necesaria una pequeña como delicada restauración consistente en la retirada de puntas, alambres, cuerdas y maderas de unión, limpieza de manchas, un tratamiento insecticida para la carcoma, la unión de sus cuatro partes con espigas de madera, el relleno del hueco central con pasta reversible, se le añadió un clavo central perdido, y por último un tratamiento consolidante para darle consistencia y dureza en sus partes carcomidas. 

Para sujetarla a la pared se eligieron unas manos de forja, como signo de ofrenda, y porque algo tan querido por los vecinos de Calzada no se puede sostener con más delicadeza que con las manos. Debajo, un símil de pergamino enrollado en sus extremos lleva grabado en letras doradas el nombre del Cacho la Truena y entre signos de interrogación un 1952.


La incógnita es porque en uno de los laterales del mástil de la cruz lleva grabado con un objeto cortante un número de cuatro cifras, que yo, y cualquiera que lo vea, ha de interpretar como una fecha. Una fecha no libre de polémica; porque si la tradición permanece varios siglos, seguramente desde los albores del pueblo, y las gentes de más edad dicen haber conocido el Cacho la Truena así desde la niñez, este dato, 1952, es objeto de misterio y controversia. Yo encuentro dos posibles explicaciones: La primera es una broma de pésimo gusto; grabar sobre un objeto existente una fecha ulterior conduce a la duda sobre su valor auténtico. Quien mancillara la madera de esta forma ha condenado y recortado el valor real de una verdadera reliquia. La otra explicación es que este Cacho sustituyera en el 1952 a otro Cacho, que se encontraba en lamentable estado y fuera inadecuado para seguir “la vela”. La apariencia antigua, centenaria, de nuestra cruz de delicado humero es el resultado de cerca de 50 años pasando de mano en mano, de casa en casa y nunca en las mejores estancias. Su lugar fue el portal, en el suelo, en algún agujero o bajo el tejado entre la ripia, siempre cerca de los aperos agrícolas que debía, y eficazmente cumplió, proteger. Tanto tiempo en bien entendido maltrato no ha pasado en balde.


Otra curiosidad es su nombre: Cacho. Cacho es según la RAE un pedazo o trozo de algo. Cacho es también algo destartalado, de poco valor. Y Cacho es uno de los tres útiles de panadería en la Valdería: para meter y sacar el pan se usaba la pala, para barrer la base del horno con una escoba (la mondilla) el organero, y para juntar las brasas en una orilla se usaba una especie de rastro sin dientes, una herramienta con forma de cruz, el Cacho del horno. De aquí ha podido tomar el nombre, aunque en San Pedro de la Viña, pueblo zamorano muy cercano a Calzada, un trozo de madera, una tabla de aproximadamente 3 centímetros de gruesa por medio metro de larga, con una ligera vuelta central, también iba de casa en casa por “la vela” para señalar a quien correspondía tocar a medio día la campana de la torre. Era el toque del Ángelus, señal de que se acercaba la hora de comer, y aquel trozo de madera se la conocía como “el Cacho la Oración”. Dos objetos distintos, en pueblos separados, que comparten un mismo nombre, Cacho. Curioso.


El sábado 1 de Marzo Don Jorge, el párroco de Calzada, le dio la bienvenida a la Iglesia como Dios manda, esto es, con la oración y bendición adecuadas. Después de muchas vueltas, el Cacho la Truena detuvo su caminar y encontró residencia donde se puede contemplar para contar su hermosa historia e interesante tradición. Situado al lado del campanario, nada lo separará ya de su compañera campana de Santa Bárbara, para ofrecer juntos, a los cada vez menos agricultores y ganaderos como siempre fue y para siempre continuará, protección y confianza; que ya decía San Agustín: “En el Cielo dicen Aleluya, porque en la Tierra han dicho Amén”.

P.D - Explicación de las fotografías: 1 y 2, Calzada de la Valdería, a los pies del Teleno. 3 - Cacho la Truena, restaurado y expuesto en la Iglesia. Debajo, fecha y detalle del Cacho; últimas - pala y cacho del horno y detalle.

  




1 comentario:

  1. Eres un crack. Felicidades hermano por tu trabajo.

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