Seguramente el gran
invento de la rueda no hubiera sido tal, si alguien no hubiera tenido la
genialidad de unirla a otra mediante un eje, sujetar encima un tablero y
adiestrar animales de tiro para tan sencillo vehículo: había nacido el carro, y
durante varios milenios movería la humanidad. El elemento más usado en su
construcción es la madera, por su ligereza, disponibilidad y facilidad de
reparación. Solamente las partes con mucha fricción, como ejes y llantas, y
sistemas de sujeción como abrazaderas y tornillos se usaría el acero. Para
fabricar un carro, herreros y carpinteros sincronizaban sus conocimientos para,
como veremos, lograr la perfección dentro de la humildad.
Es reciente la
desaparición de los carros de nuestras calles, y me refiero, naturalmente, a
las de nuestros pueblos y sus típicos carros de vacas. Es casi a finales del
pasado siglo cuando los tractores relegaron a las nobles vacas de tiro a meras
productoras de carne o leche, y sus robustos carros terminaron aparcados en los
arrabales porque grandes carros o remolques metálicos con llantas de goma
impusieron su ley del más fuerte, aunque todavía se puede ver algún híbrido de
antiguo carro y modernas ruedas corretear tras algún tractor para llevar
pequeñas cargas. Hoy me gustaría publicar, para la memoria colectiva, una
detallada descripción de ese carro que tantas veces usé o vi usar en tan
variadas situaciones, vestido o desnudo para adaptarlo a la tarea a realizar.
En primer lugar decir
que, y sigo refiriéndome a nuestra comarca, los carros no se construyeron en
fábricas, con sus cadenas de montajes y personal especializado; fueron generalmente
jóvenes artesanos que heredaron conocimiento y práctica de forma verbal de
otros viejos artesanos los que a su vez recibieron los secretos de sus mayores.
El resultado fueron vehículos únicos y personalizados, pequeñas obras maestras
con enormes resultados: sin prisa, pero sin pausa, acarrear fue preocupación y
necesidad de varias generaciones y culturas.
Para describir sus
partes, nada como comenzar por su proceso de construcción, el que me contara
uno de los últimos artesanos, mi propio padre.
El carro se comienza
a fabricar por su centro, con el corazón de un árbol en serio peligro de
extinción: el negrillo, llamado también olmo o álamo negro. No fue el carro la
causa de su desaparición; es un escarabajo, el que inocentemente infecta los
árboles con las esporas de un hongo, el verdadero Talón de Aquiles de este
frondoso árbol; en pocos años ha sucumbido en casi toda su totalidad ante
nuestra inexplicable indiferencia. Esta madera es dura, flexible y correosa, y configurará
la carrocería: la caja del carro, el soporte del eje, y el timón que irá
amarrado al yugo de las vacas, de nombre “ bracera”, y con ella comienzo por
las partes del carro según se llamaron en nuestra comarca, aunque seguramente no
sea como en otras. Con una sierra de cinta, generalmente manual, se divide en
dos el madero de negrillo hasta algo más de un tercio de su longitud. Allí se
ajustará una abrazadera de hierro para evitar que se abra más y luego a agua y
fuego, y sudor, una cuña golpeada con la maza separará las dos mitades y se
dará forma hasta el tamaño estimado para la “caja”, limitada en largura por dos
piezas también de negrillo con agujeros en sus extremos. Son los “borbijones”, y
el espacio cuadrangular que forman será cubierto con un grueso tablero fijo, el
“tablao”, y en los agujeros irán introducidas las “costanas”, tableros
laterales desmontables que facilitan el transporte de distintas cargas. La
“bracera” va apoyada en el suelo en una pieza transversal, el “peón” o “pión”, y
acaba en el primer “borbijón” con un hueco triangular, la “traguadera”, muy
útil para llevar encajada una “talega” con la merienda o con cosas delicadas. El
“peón” tiene además la misión de hacer tope sobre el yugo, al que va unido con
una gruesa correa de cuero terminada en lazo: es el “sobeo”. Para evitar que se
derrame por delante y por detrás la carga, las “costanas” tienen unos agujeros
por los que se atraviesa un palo redondo, y se cierra con unas piezas flexibles
compuestas por multitud de finas varillas unidas, o mejor trenzadas con
cuerdas, los “cañizos”. También hay “cañizos” rígidos, de varias tablas unidas,
en el delantero se solía pintar un paisaje como adorno. En medio de la caja del
carro, por debajo, un grueso eje de hierro se sujetaba con abrazaderas y largos
tornillos, y en él, con arandela y pasador o “cabija”, irán las que para mi son
las piezas estrella, las ruedas. Desde dentro hacia afuera, la rueda comienza
en una gruesa pieza cónica de hierro que gira sobre el eje, el “buje”. Éste va
ajustado en una pieza de madera torneada de la que parten los “radios”: la
“calabaza”. Los “radios” terminan en varias piezas con la forma circular, las
“pinazas” y perfectamente ajustado sobre ellas el “aro”, también de hierro. Pudiera
parecer fácil, y sin embargo las distintas piezas de la rueda van encajadas sin
tornillería, simplemente a presión. Para ello se mezclan distintas técnicas,
aparte de la extrema precisión en la carpintería. La “calabaza” se hierve en
agua, y en los “radios” y en los huecos donde irán encajados se labra algo
parecido a las puntas de arpón o agallas. Finalmente se hace una hoguera
circular para calentar el “aro” al rojo e introducirlo dilatado y ajustado en
su sitio, y después enfriarlo rápidamente con agua. Al final, la presión y el
secado de la madera garantizan la rueda en condiciones extremas: vibración,
frío o calor, humedad o sequía, barro, etc. Debajo de la “bracera”, un palo cilíndrico
de la misma altura que el eje, articulado con hembrillas, permite mantener
horizontal el carro sin las vacas, o también aliviarle el peso; es el
“tentemozo”, y algunos artesanos colocaban otro similar en la parte trasera
para evitar que se “empique”, o bascule. Otro accesorio muy útil es el “gato”,
aparato simple de dos piezas para elevar el carro de su parte trasera y “untar”
las ruedas, o sea, engrasarlas con aceite “quemada”, o mejor, con finas lonchas
de tocino. “Chapas de rodaje”, “matrículas”,
o tablas con el nombre del pueblo eran formas ineludibles de recaudación de
impuestos, que circular casi nunca ha sido gratuito.
Como la oruga que
despliega sus alas de mariposa, en el carro se sustituyen las pequeñas
“costanas” por las grandes “pernillas”, unos bastidores terminados en afiladas
puntas: ha llegado el verano y hay que “acarriar”. Los manojos se colocan
estratégicamente enlazados para transportar gran volumen, que no peso, hasta
las “eras”. Cuando los brazos de los cargadores queden cortos, se elevarán con
el “forcón”, largo palo terminado en dos pinchos de hierro. Y al terminar de
“trillar” y amontonar la paja, sobre las “pernillas” se sujetará unas redes
llamadas “armaduras”, con una pequeña bolsa delantera y otra enorme trasera que
cuando se llena de paja parece que el carro está embarazado. El destino es el
pajar, y el aprovisionamiento para todo un largo año. El ir y venir de los
carros siempre se me antojó como un gran hormiguero que hoy miro con nostalgia
y aprobación.
El carro del
reportaje lo encontré en Fuente Encalada, recogido en un antiguo portal.
Amablemente el dueño me lo cedió para limpiarlo y hacerle fotos, y el lugar
elegido fue ante otra joya rural: la casa vieja de Aureliano y Adelina. Una
casa centenaria, vidrialesa tradicional, en la que llevan viviendo más de 50
años. Trepando a su corredor, ofrece sus deliciosas uvas blancas una enorme
parra, de variedad “Arbillo”, que maduran entre “Santiago y Nuestra Señora” (25
de julio – 15 agosto). Incalculable es la edad de esta planta, examinando su
deformado tronco; me dice Aureliano que siempre la vio así, “cocosa como está”.
Él compró la casa, que algún día fue del cura párroco, Don Manuel, venido del
Bierzo leonés como muchos ascendentes vidrialeses; ya he mencionado este hecho
en otros artículos: de ahí pueblos con nombre Bercianos, Carracedo, o la
historia del monasterio de Ageo de Ayoó. Don Manuel Rodríguez tomó posesión de
la parroquia en 1829, y con él vino un hermano que luego se casó con una
vidrialesa y tuvo una amplia familia. Carro, casa y parra forman un conjunto
maravilloso, atemporal… y fotogénico.
Una vez alguien dijo:
“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” (Arquímedes, s. II a.c.). Yo diría:
“Dadme un carro y también moveré el mundo”. No hay más que ver los millones de
toneladas de tierra, piedras, maderas o prefabricados acarreados que han sido necesarios
en la construcción de nuestros edificios, o caminos y puentes que los unen
hasta la llegada del recién nacido camión. Puede que me haya excedido en el tamaño del
artículo pero es que no he podido parar. Y queda tanto por contar…, como la
práctica de “a coyunta” en los años ruinosos que hubo que vender una vaca de la
pareja y compartir la otra con un vecino en la misma situación, como la clásica
broma juvenil de “correr el carro” por las calles con el consiguiente cabreo
del propietario, como los viajes tan lejanos como eternos a La Bañeza o
Benavente con productos al mercado o a comprar lo necesario…. el tiempo siempre
fue más lento con el carro, de eso no hay duda. Y como olvidar en nuestros pueblos las “carreterías” o
“carrunias”, espontáneas asociaciones de carreteros que daban el primer empujón al ilusionado vecino que quería levantar
su casa. Eran tiempos del “uno para todos y todos para uno”, verdadero derroche
de amistad, desinterés, y por supuesto esfuerzo en torno al sencillo carro. Un
vehículo que forma parte de la historia de la humanidad, ya los antiguos
astrónomos lo elevaron a los cielos en la forma del famoso asterismo de la Osa
Mayor, visible todo el año en nuestras latitudes; esa fue su forma de perpetuar
su hermandad con el hombre. Manuel, el propietario del carro de las fotos, le
decía con cariño: “¡Hay carrico, cuanto rodas y cuanto te gastas”. La moraleja
está en que el bueno de Manuel se fue hace muchos años, y el carro quedó
prácticamente nuevo; yo desearía que, en honor de ambos, para toda la eternidad.
Hoy después de leer tu oda "al carro de vacas" me he sentido lleno de tu amor y cariño a lo antiguo y no por lo antiguo sino por lo que representa: esfuerzo, camaradería, conocimiento a través de la transmisión oral, el todos a una, y la unión entre esas gentes (nuestros antepasados) y de las que venimos. Cómo me gustaría que hoy fuéramos como ellos nos enseñaron a ser y que no supimos aprender. Tú si, Ti Joaquín, ya que en tu blog al que sigo con total admiración, veo como en cada artículo que publicas está todo ese respeto, por nuestros antepasados y por su sapiencia.
ResponderEliminarGracias amigo, por hacerme sentir más apegado que nunca a mis antepasados, sabes que he sufrido recientemente dos perdidas infinitas, pero tú, como siempre con tus palabras, me has hecho sentir más cerca que nunca de ellos.
Gracias una vez más, por este homenaje al carro y a los hombres y mujeres que supieron servirse de ellos, junto con sus vacas.
Gracias en nombre del Ti Manuel (mi abuelo materno), gracias en nombre de mis padres que ya están con él, gracias en nombre de mis hermanos, gracias en el mío propio y gracias y en el nombre de toda mi familia.
Hoy más que nunca, mi objetivo es parecerme más a mis queridos y amados antepasados y por supuesto a mi querido y admirado Ti Joaquín.
Con todo mi respeto y admiración.
Javier
QUE GRAN ARTICULO. ES BUENO A VECES HECHAR LA VISTA ATRAS Y NO OLVIDARSE NUNCA DE DONDE SOMOS Y DE QUIEN VENIMOS. DURO TRABAJO EL DE AQUELLA GENTE , QUE A NOSOTROS NOS TOCO YA EN LA RECTA FINAL , JUSTO AL COMIENZO DE LA REVOLUCION DE LAS MAQUINAS .
ResponderEliminarYO RECUERDO EN CASA QUE NUESTRO PADRE TODO LO HACIA DE MADERA , INCLUIDO EL CARRO , EL ARADO , Y HASTA UNA MULLIDORA PARA UN BURRO QUE TENIAMOS , PORQUE NO PODIAMOS IR A ARICAR CON UNA DE HIERRO . DEMASIADO PESADA PARA EL ANIMAL.
BONITO CARRO. UN ABRAZO, HERMANO.
Muy interesante cada parte del carro, el proceso de fabricación y las fotos en su totalidad. Me parece preciosa la comparación que haces del "ir y venir de los carros" con el hormiguero.
ResponderEliminarSabes, en Castrocontrigo también había fabricantes de carros.
Un saludo enorme y que tu labor de autodidacta te siga permitiendo continuar manteniendo este blog.
Me dejas sin palabras. A mí me tocó manejar el carro: nací con él; en él viajé: qué incómodo, pero antes que ir andando.... además de para acarrear, también en Valdevimbre, se usaba para la vendimia y para ir a recoger los gabanzos, los titos,...... Era nuestro columpio. nos servíamos de la vara y de dos barras curvas de hierro que partían de los tableros y se juntaban en la vara. Otro comentario que me apetece hacerte: cuando sólo se disponía de una vaca o caballo se andaba "a yeras" con otro que se hallaba en la misma situación.
ResponderEliminarGracias por estos bonitos recuerdos; creo que tengo alguna chapa tanto de carro, como de bicicleta: la verdad que me gusta mucho todo lo antiguo, aunque carezca de valor: hijuelas, testamentos, recibos de la contribución, recordatorios...... cuántos datos nos aportan. Saludos muy muy cordiales:
Elvira García Arenal
Maravillosa la forma que tienes de dar a conocer este apero tan necesario en el campo para nuestros antepasados y hasta no hace mucho aun estuvo vigente. FELICIDADES.
ResponderEliminar(Perdona por entrometerme en tus dominios, vi el blog y la tentación me superó)