Casi nunca los
caminos han sido como los conocemos, largas y lisas lenguas de asfalto,
señalizadas y seguras. Los caminos eran, y siguen siendo, la forma de
comunicación más simple entre pueblos o lugares; simples roderas, tediosos
firmes de polvo o charcos, dependiendo de la estación. Eran y son atajos en su
mayor parte, en los que muchas veces se intenta mal pasar antes que rodear;
sendas robadas a la naturaleza, que siempre reclama lo que es suyo. Y los
vehículos con motor tienen tanta edad casi como el asfalto, no nos engañemos; carros,
caballerías, o los pies andando, apenas protegidos por chanclos o albarcas
movieron este mundo hasta hace poco más de medio siglo.
Salir de casa era más
necesidad que placer por viajar. Enfrentarse a los caminos, a las inclemencias,
a la noche… se convertía en verdaderos retos por los muchos impredecibles incidentes.
La soledad y la angustia siempre fueron inseparables compañeros de viaje de nuestros
antepasados. Y una vez aislados, envueltos en incertidumbres y miedos, cómo no
recurrir (quien pueda) a la ayuda espiritual, a esos dichos, oraciones o
intercesiones que tantas y tantas veces inexplicablemente han surtido efecto.
De esta historia hace
tanto que mi informante cuenta más de 100 años, y era una jovencita. La señora
Martina nació el 7 de agosto de 1914 en Ayoó de Vidriales, y es poseedora de
una gran memoria. Incontables veces ha relatado el suceso vivido por su madre,
Teresa Álvarez, sus tíos D. Valeriano Álvarez, y D. David Álvarez, párrocos en
aquellos años de Soto de la Vega y Grisuela del Páramo respectivamente. Serían
unos 15 kilómetros a lomos de caballerías de ida y otros tantos de vuelta para
Teresa y Valeriano; con aquel viaje pretendían visitar a su hermano David. El
día elegido se presentaba veraniego; cuando el sol iluminó a la pareja ya
llevaban rato caminando. Un día agradable para unos hermanos que pocas veces se
reunían sin mayor motivo que el de estar juntos, y cuando acordaron volver, la
noche comenzaba a hacerse presente.
Al poco de salir de
Grisuela se dieron cuenta que la sombra nocturna escondía negros nubarrones de
tormenta. Pronto se comenzaron a desgranar inquietantes relámpagos y truenos.
Tarde para regresar y también para seguir avanzando; el deseo de verse en casa
fue más fuerte, decidieron continuar. Un violento chaparrón se añadió a la
escena; el camino se volvió intransitable y peligroso, y además difícil de
reconocer. Muy lentamente, y casi por el sentido de orientación de sus monturas
llegaron al río Órbigo, que bajaba turbio y algo crecido. La tormenta estaba en
todo su apogeo y no se atrevieron a cruzar. Era necesario buscar otro paso.
Caminaron bordeando la ribera en medio de la noche hasta reconocerse perdidos y
desorientados. Los dos hermanos elevaron sus plegarias al cielo que tan mal
los estaba tratando. Nada más acertaron a hacer.
Desde Grisuela del
Páramo, David temió por sus hermanos, a tenor de la tormenta que estaba
convirtiendo la noche en un infierno. Conversador de San Antonio de Padua como
se confesaba, le confió la salud de los viajeros con su socorrido responso.
Ellos a su vez, en medio del caos, hicieron el mismo rezo buscando también
amparo en la súplica y la oración. Perdidos, empapados, sobresaltados a cada
trueno, sujetando las nerviosas caballerías… cuál no sería su sorpresa al ver
aparecer de entre las sombras a un pequeño perro blanco que les ladraba y
desafiaba a seguirlo. Los perros son muy sensibles a los sonidos fuertes y destellos, como era aquel caso; suelen esconderse asustados. Pero también deberían estar donde hay gente, pensaron, y caminaron
detrás del perrito que ladraba y se volvía para animarlos, y que no dudó en
arrojarse al río y nadar mostrando el camino a seguir. Los hermanos subieron a
las monturas y comprobaron como aunque el torrente era considerable, fue
sencillo cruzar. Al otro lado el blanco guía trotó contento hasta un camino que
ya les era conocido, en frente quedaba Soto de la Vega, y una vez allí, el
descanso en su casa. Había terminado la pesadilla.
La señora Martina ha
vuelto a recordar aquella noche. Era tarde, estaba ya en su cama, y pese al
temporal oyó llegar a su madre y a su tío; un final feliz de lo que bien pudo
ser una verdadera desgracia. Ni que decir que nunca volvieron a ver el perrito
salvador, y que ningún vecino albergaba en su casa semejante portento animal.
Ni que decir que de no hablar de milagro se debería hablar de un caso más sin
explicación. Bueno… algunos si la tenemos…, por eso todavía tantos necesitados
invocan aquello de:
“Si buscas milagros,
mira…”
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