No me gustan los
temas que deriven en catastrofismo; más bien soy todo lo contrario, de los del
vaso medio lleno, de los que en las contrariedades busca soluciones antes que
consecuencias, y de no haberlas, aconseja resignación antes del derrumbe o la
desolación. Pero hay cosas que denunciar, aunque sea por desconocerlas y para
encontrarle sentido; yo digo que es mejor parecer tonto un momento que serlo
toda la vida. Este artículo servirá para exponer mi última preocupación
medioambiental, me gustaría subsanar una duda que me preocupa desde hace
tiempo, y aportaré un sencillo experimento que invito a repetir, lo mismo que
admitiré a debate una explicación convincente, comprensible y tranquilizadora.
Todos tenemos algo de observadores, un sentido que pocos desarrollan y muchos convivimos con él,
atrofiado. Seguramente un contacto directo con la naturaleza en estado puro
sirva de estímulo para este don propio de genios, no de intelectuales. La
intuición frente al raciocinio, y la unión en busca de la perfección humana.
Al tema:
Como buen ecologista
me gusta almacenar y reciclar agua de lluvia, así tengo instalados dos simples
aljibes en sendas bajadas de canalón que sirven para riego o limpieza. En otro
artículo ya conté también el caso de una pila cerámica bajo un tejado para
abrevadero de cuantos animales deseen. Fue precisamente una limpieza de este
recipiente imprescindible de las cocinas, esmaltado de blanco, cuando observé
en el fondo una costra rojiza. La retiré, porque era lo que quería hacer,
limpieza. El caso es que la costra se ha repetido, lo mismo que en otros
recipientes colocados para acaparar la lluvia. El último, en casa, por tener
mayor cuidado de que nada extraño se deposite, es una fuente de cristal. El
fondo, con las últimas aguas caídas ya tiene posos de algo rojo oscuro.
No me extrañaría que
el agua se tiñera negruzca, algo que sucede en la descomposición de los
elementos del agua detenida; aceptaría el color marrón como el polvo
atmosférico disuelto por un chaparrón; me gusta ver el verde, las algas
haciendo de las suyas… pero… ¿Rojo?. Tengo que añadir que el agua se mantiene
limpia, sin ninguno de estos tres modelos que todos conocemos, solamente el
fondo o el nivel hace estas marcas. Y tengo que recalcar que vivo en plena
naturaleza rural, a muchos kilómetros de cualquier industria contaminante,
digamos La Robla. De la pequeña azucarera de La Bañeza es muy raro que nos
llegue nada, por la dirección de los vientos, lo mismo que de lo poco que
contamina Benavente. Y del sur al oeste tenemos las comarcas de Tábara, Aliste,
o Sanabria y la Carballeda, carentes de emisión de contaminantes que nos
pudieran afectar.
Hace un tiempo, en
agosto del año pasado, leí un artículo
en La opinión de Zamora, periódico local, que denunciaba el agua de
abastecimiento para el consumo zamorano por su elevada densidad de minerales y
contaminantes. Una buena conclusión, dice, “es el único territorio, junto con
Soria, donde no ha habido un solo análisis que detecte que hay riesgo para la
salud”. Muy bien, y nos alegramos, pero… ¿qué está pasando con el agua de
lluvia?
Los registros de la
historia nos traen a la memoria episodios relacionados con lluvias rojas, entre
otros elijo éstos: En dos papiros egipcios, que guardan similitud con las
plagas que Moisés y Aarón amenazaron al faraón, se describe un Nilo teñido de
rojo y dañino para la población. El polvo del desierto, como sucediera en 1926
en Italia, o la concentración de hierro y gases de 1984-86 en Camerún pueden
enrojecer el agua, se ha estudiado y demostrado. Pero el caso más curioso es la
lluvia roja de julio del 2001 en Kerala, India, que ha sido tema de intenso
debate al contener material biológico sin ADN, como las células rojas de
nuestra sangre; se ha apuntado a un posible origen extraterrestre revalidando
la controvertida teoría de la panspermia.
Pero quizás solo haya
que levantar la vista al cielo para distinguir nubes de agua naturales de las
rayadas nubes contaminantes provocadas por las ingentes toneladas de
combustible quemado por los cientos de vuelos que diariamente surcan nuestro
cielo. Suave, sin ruido, una niebla amarga se puede estar disolviendo sobre
nuestras cabezas. Y ya vendrá quien nos culpe de irresponsables porque el
pequeño motor de explosión de nuestro vehículo supere no sé que tasa de
emisiones. Es el repetido refrán de la paja en ojo ajeno, solo que aquí lo que
está en riesgo puede ser nuestra salud, algo, por supuesto, innegociable. Busco
explicaciones, mejor que sean satisfactorias.
FOTOS:
Agua almacenada
Detalles
Silla de terraza
Recipiente de cristal y detalles
Depósito grande de agua
Un día cualquiera, por decenas
Home, creo que sean arenas férricas de esas que tanto abundan por la zona (tierra roja). Dicen que al evaporarse el agua que cae sobre ellas, luego vuelve a caer como lluvia, y que incluso puede parecer que llueve sangre.
ResponderEliminarHola Joaquín, el famoso y siempre enigmático tema de las lluvias rojas.
ResponderEliminarÉchale agua oxigenada, si, recalco el si condicional, SI reacciona en alguna medida, es hierro (el problema es que está oxidado y muy disperso y no reaccionaría mucho, pero alguna burbujita debería haber). Viene de las partículas de polvo que hay en la atmósfera y que sólo desaparecen porque la lluvia se las lleva.
Al contrario de lo que muchos creen el agua de lluvia no es agua limpia y pura, tiene hidrocarburos naturales, dependiendo de con qué óxidos se combine genera ácidos y por supuesto, polvo, bacterias, etc. (y eso sin tener en cuenta nuestros contaminantes)
El porqué sólo en el fondo y en la interfase aire-líquido, te lo explico tomando unas cañas, por aquí sería demasiado largo.