Siempre he sabido que
vivo en un lugar extraordinario, cautivo de una gran historia sin descubrir.
Esa ya fue, siendo niño, la primera valoración cultural que hiciera al saberme
nacido en un pueblo cruzado por una importante vía romana, Calzada de la Valdería.
Hoy, historia y tradiciones consumen mi poco tiempo de ocio disponible, lo que
por otra parte me ha permitido conocer a gente muy interesante con la que
aprender, compartir y debatir tan emocionantes temas.
El que vamos a tratar
ahora me parece apasionante, así que voy a presentarlo con el prólogo de lo que
me contaron como historia en Fuente Encalada, pero que posiblemente no pase de
cuento adaptado a la zona, porque parece repetirse en varios lugares. Era una
mora, esposa de uno de los gobernantes de la ciudad árabe de Sansueña, en
Rosinos de Vidriales, que dio a luz un hijo; pero sus pechos carecían de
alimento, así que mandó buscar en los pueblos vecinos una parturienta a su
gusto que hubiese perdido a la criatura en el parto, para así alimentar a la
suya. La mujer elegida era de Fuente Encalada, que buenamente cumplió a la
perfección el trabajo encomendado. Una vez concluido, cuando el niño ya se
valía por sí mismo, antes de volver a casa la mora le pagó y premió con una
barriguda bolsita de cuero. La vidrialesa salió de la ciudad, y ya en el camino
abrió curiosa la misteriosa bolsa, encontrando unas piedras ennegrecidas como
pago a meses cuidando el niño de Sansueña. ¡Carbones!, pensó desilusionada, y
las arrojó con rabia tan lejos como pudo. Al llegar a casa y contar llorando a
su familia lo sucedido, se dieron cuenta que aquello era oro, y del cambio que
hubiesen dado sus vidas de no haberlo derramado donde ya nunca fueron capaces
de recuperar.
He comenzado el
artículo con oro, por su especial relación con la comarca, y ese fue el tema
que hizo muy agradable la tarde del 27 de diciembre en Castrocontrigo. En el rebosante
local de la Junta Vecinal, disfrutamos con la presentación de vídeos, charlas y
del libro “La ruta romana del oro en la Valdería”. Un motivo, además, de
reencuentro entre curiosos y ávidos de historia, y nuevo tema de charla e
investigación futura, por su relación con zonas anejas. Un trabajo que comenzó
de la peor forma posible. Pero se suele decir que “no hay mal que por bien no venga”,
y en este caso ha sido fructuoso. La cruel mano de un odioso incendiario dejó
al descubierto lo que era conocido, pero difícil de catalogar: las minas de oro
en el lugar en que las tribus lugareñas desde tiempos inmemoriales adornaron su
indumentaria bateando las corrientes del Éria. Con la llegada de los romanos
las explotaciones se volvieron intensivas. A la fuerza y con nuevos sistemas la
tierra se separó de las piedras, y del oro, dejando una orografía de murias y
canales identificados gracias a un nuevo sistema, el LIDAR, un láser
aerotransportado.
Las nuevas
tecnologías son un apoyo imprescindible para la información, el conocimiento y
la investigación. Con ellas fácilmente encontramos temas y aspectos que hace
solo unos años podían disfrutar unos pocos privilegiados; un gran potencial en
abanico que incluso nos permite ver lo invisible, o alcanzar lo reservado.
Bien por el equipo
formado por Antonia Marina Justel Cadierno en la documentación y redacción del
libro, Javier Fernández Lozano en la parte técnica y Miguel Ángel Fernández
Morán en el trabajo de campo. Bien también por Saúl Cenador y su aporte, y todos
los que han colaborado de una forma u otra. Solo he repasado lo que promete ser
un interesante estudio, extrapolable a otras zonas, por dar a conocer de forma
sencilla e ilustrativa el “modus operandi” en la obtención del oro.
Por ejemplo, Madoz,
en su tomo 13 del diccionario, refiriéndose del pueblo de Rosinos de Vidriales,
nos habla de la cueva de “los moros” del Castro, y del canal que traía agua desde
Castrocontrigo. No creo atrevido afirmar que el canal fuese mucho anterior,
contemporáneo de los que recoge el libro y mandado labrar por los mismos
ingenieros romanos para abastecer los campamentos de Petavonium y su entorno. Y
por el camino… ¡quién sabe!, si hurgaron en la tierra vidrialesa buscando su
“brillante amanecer”.
Ya sé que no es
posible, lo he consultado a un experto; pero como romántico que soy, y tras la
estupenda tarde en Castrocontrigo, se me antoja ver mi querida Valdería de una
forma diferente. Es el Valdeaureo, el valle dorado que me vio nacer, ese que me
huele a dulce… hogar. Y quizás algún día remueva las arenas del río emulando lo
vivido por nuestros ancestros, en busca de una sola mota dorada que se escapara
de sus arrugadas manos y de la mirada de un serio capataz. Ese, junto con la
experiencia, sería mi añorado tesoro.
Entrevista en Radio León, Cadena Ser, a Javier Fernández Lozano, por María García y Ricardo Chao en el programa Hoy por hoy del miércoles 7 de enero de 2015. Muy interesante.
Buen trabajo, Joaquín.
ResponderEliminarUna crónica muy detallada de la presentación. Te agradecemos el esfuerzo y contribución.
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