Sábado 17 de enero, son
las 11 de la soleada mañana. En Ayoó toque de campanas a misa, es la llamada
para la fiesta en honor a San Antonio Abad, “diecisiete de enero, San Antonico
verdadero”, como nos recuerda el dicho popular. Padre, (abad), y primer anacoreta,
tutor de los animales por interpretación errónea; por ese cerdito a los pies
como atributo se le ha encomendado popularmente la protección de los animales.
Por otra parte nada ajeno a su forma de vida, él vivió solo, alejado de las urbes,
integrado en la naturaleza y sus criaturas. Cuentan las crónicas que solo se
alimentaba de pan y agua, y en constante meditación. Totalmente eximido de
causar dolor a ningún ser; candidato perfecto, pues, para tan afectuoso cargo.
Temprano, llegó
nuestro párroco Don Miguel; gustoso, como siempre que puede, de charlar al sol
con sus feligreses. Esta vez acudimos más de medio centenar para continuar el
rito de pedir intercesión y amparo para quienes comparten nuestro humano techo.
En representación de todos, llevamos alguno para solicitar bendición al término
de la misa, como es tradicional. Mayoritariamente perros, inseparables
compañeros, guardianes y delegados del orden en el mundo rural animal. Pero
también un cabritillo… y una cierva que defendió con valentía y confianza el
derecho de protección para sus compañeros y vecinos allende los muros. Nuestra
religión los incluye: “todos somos hijos de Dios” (Colosenses, 1:16).
El agua bendita
estuvo abundante, lo mismo que la alegría en la ceremonia con los animales. Hoy
todo estaba permitido, ladridos de impaciencia o de autoridad, berridos
interrogadores y comentarios sobre el comportamiento del corro formado. Siempre
es de agradecer la atención de Don Miguel con nuestro pueblo, y de
proporcionarnos estos ratos de armonía.
Una de las anécdotas
más curiosas que se pueden leer sobre los santos, tiene por protagonista a San
Antonio Abad, en el pueblo de Trigueros, Huelva. Durante el movimiento
antirreligioso de la Segunda República, el alcalde, socialista, y muchos
triguereños temieron por la imagen de su Señor y Patrón San Antonio, por lo que
decidieron afiliarlo al sindicato UGT. Parece ser que entre 1932 y 1936 se
procesionó el santo con un carnet colgando de la muñeca que decía: “Nombre
– Antonio Abad. Edad – 105 años. Profesión – Santo. Vecino de – Trigueros.
Actividad en el sindicato - Varias”. La procesión religiosa se convirtió
entonces en manifestación legal y autorizada; el respeto a la “militancia” lo
salvó del fuego. Una historia real que demuestra que la fe y la ideología no
tienen por qué estar reñidas
Algún observador se
habrá fijado que no uso el vocablo “mascota”, ese que nos llega del francés
para definir lo que no me parece fácil de concentrar en una palabra. Es curioso
que en nuestros pueblos, donde más se vive rodeado de animales, no se use ese
término ni ningún otro para designarlos. Será que no sabemos expresar nuestros
sentimientos con quienes comparten nuestras enormes casas, no un par de
habitaciones de un pequeño piso, y esa sea la diferencia. Porque nuestros
animales, a los que muchas veces paradójicamente damos muerte por ley de vida,
son mucho más que un juguete o amuleto encerrado, un animal urbanizado; aquella
pequeña vivienda-granja-escuela rural que fue nuestro hogar nos enseñó a
compartir espacio y trabajo con animales de todo tipo. Desde niños aprendimos
el equilibrio entre el respeto y su verdadera función en la casa, y desde luego,
la ausencia de uno solo siempre hizo hueco en nuestro agujereado corazón.
Precioso relato. ¿Pero de dónde salio la cierva'
ResponderEliminarHombre, pues del monte, es donde están las ciervas, ¿no?
ResponderEliminar