Una treintena de
figurantes y el patio de un castillo de finales del medievo: interesante
mezcla, bien sazonada con tradición ancestral, para disfrute de cuantos se
acercan cada año a Alija del Infantado el sábado previo al Martes de Carnaval.
Acontecimiento declarado Fiesta de Interés Turístico; merecidamente, esa es la
sensación general del público, tras ser arte y parte en el desarrollo de una
representación arcaica. A mi modo de ver, se debe de entender y valorar, desde
algunas fases claras, la evolución de este un rito milenario.
Así tenemos un
ejemplo de sincretismo y otro de adaptación para espectáculo. El primero sería
la convivencia con las ceremonias cristianas, con inclusión de personajes y
monumentos religiosos como son Doña Cuaresma y la Iglesia de San Verísimo, y
elementos laicos, como son la Corregidora o el Castillo-Palacio. El otro es la
representación para un público, como llamada turística, concentrando en un solo
punto lo que antaño ocurría por todo el pueblo. Esto último ha requerido la
vuelta al origen, al fundamento, a la rareza que lo hace ser un antruejo único
y especial.
La historia comienza
en Alixa, poblado celta precedente a la actual Alija del Infantado, situado en
el patio amurallado del castillo, aderezado con varios elementos típicos: sobre
las hogueras penden los calderos para cocinar, las pieles secan sobre
bastidores, y símbolos y talismanes marcan límites a la aldea. Aparece la
figura del druida, un sacerdote con largo sayo de lino que cubre con pieles la
cabeza; en voz alta invoca a los dioses solicitando protección, avisando del
inminente peligro que solo él puede presentir. Entonces el Gran Jurru despierta
de un sueño anual y convoca a sus guerreros. Cada vez más nerviosos y agitados
aparecen por todos los rincones para reunirse en torno a su líder. Sobre las
vestimentas blancas ciñen un fajín rojo, y correas sujetando esquilas y
cencerros. En sus cabezas melenudas despuntan diabólicos cuernos, y poblados
bigotes y barbas indican desaliño y dejadez. En el desfigurado rostro resaltan
bocas y ojos sangrientos, henchidos por el odio. Con destreza manipulan largas
tenazas provistas de dientes de sierra, diseñadas para agarrar y no soltar. Sus
atributos son el fuego, la bronca, la burla o cualquier tropelía que acabe con
el silencio y la paz. El mensaje que reciben del Gran Jurru es claro: deben
salir a jurrar por Alixa. Con sus saltos, carreras y andares cómicos recorren
el poblado, armados con sus tenazas, incomodando a los castrones, sus pacíficos
moradores. Harto de los desmanes, el Castrón Mayor reta a luchar al Gran Jurru
contra su mejor guerrero. La lucha es intensa, sin reglas, a muerte; pero acaba
prevaleciendo el castrón, obligando al malvado Jurru y a sus secuaces a deponer
las armas y rendirse, siendo conducidos a las mazmorras del castillo, y
después, sin juicio previo, condenados al averno eterno. En otro tiempo, el
jefe era después quemado colgado de un árbol.
Es fácil sentirse
castrón al verse amenazado por los Jurrus. Pero también es bueno saber como se
siente un Jurru, así que he recurrido al testimonio de una incondicional
figurante: María Guadalupe Martínez. Amablemente nos explica el ritual de la vestimenta y de la fiesta en general. La camisa es de “tirillas”, sin cuello, y
como el calzado, los guantes y los calzones, todo debe ser blanco. Antiguamente parece
ser que el fajín podía ser un “pañuelo de Tiber”, pequeño mantón o pañuelo de
hombros en el que prevalece el rojo. Un pañuelo blanco también rodea el cuello,
las orejas y el cabello; es necesario ocultar por completo cualquier rasgo para
no ser reconocido. Por último, las máscaras, llamadas popularmente “carantoñas”
eran de madera, labradas a mano, sustituidas posteriormente por las de cartón,
más ligeras y fáciles de construir. María nos describe la fiesta completa, las
comparsas del lunes por la mañana, y los quintos corriendo tras la gente,
especialmente las mozas, para untarle la cara con tizones, o últimamente con pintalabios. El martes era el día
grande, en el que junto a los jurrus participaban antruejos y un “toro”. Y el
miércoles se celebraba “el entierro de la sardina” para concluir la fiesta.
Es una tardía
mascarada de invierno representando la trama clásica: el fin del invierno, sus
días cortos y fríos y el comienzo de la primavera fertilizadora; el conflicto
entre orden y caos con final feliz. Entre disfraces con feas máscaras, sonoros
cencerros, pieles y amuletos, con declamaciones propias de aquella era, y con
grandes dosis de alegría e ilusión, el espectador se ve atrapado y obligado a
participar, nadie queda indiferente. Una permanente banda de percusión pone
ritmo étnico al acto, y unos cuantos fuegos luz y calor. Se dice que puede ser
uno de los carnavales más antiguos de la península, y razón no ha de faltar. A
la vista está la evocación a otros tiempos, otras culturas. Es llamativa, por
ejemplo, la presencia en escena de un maestro de ceremonias, invocando a los
dioses para pedir ayuda, que nos recuerda al druida, mezcla de sacerdote, juez
y hechicero, indispensable en el orden comunal celta. Las pieles que adornan el
poblado, las polainas de los Jurrus o que cubren los Castrones, son vestigios
de la actividad ganadera de los pueblos astures, mucho más importante que la
agrícola. Pero las vestimentas blancas revelan otro rasgo: conocían, cultivaban
y tejían el lino. Las máscaras de los jurrus provocan más recelo que miedo, es
la encarnación del mal presente en todas las culturas, el eterno juego entre lo
bueno y lo perverso. En un par de horas, y fieles a la etnografía, vemos como
tras un antruejo se esconde una gran historia que los alixanos se empeñan cada
año en recordarnos.
Como en los buenos
acontecimientos, la despedida al público se hace con dulzura, en forma de
chocolate y pastas. Buen sabor de boca, también literal, nos hemos llevado de
Tierras de La Bañeza de parte de los vecinos de la vieja y nueva Alixa. El año
que viene es menester volver; os invito, de corazón, a pasar un rato ameno
reviviendo curiosas costumbres ancestrales, únicas e imprescindibles en la
historia de nuestra comarca.
Antruejo de Alija del
Infantado, tradición en estado puro.
Reportaje televisión 8 León
GRAN ANTRUEJO. QUE NO DECAIGA.UN ABRAZO HERMANO.
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