Los pueblos se
apagan. Sus pilares se hunden, literalmente, en la tierra. La soledad vence en
la calle y la toma por suya, sin resistencia alguna. El monte hace tiempo que
se ha lanzado a reconquistar lo que un día fue todo propio, y avanza sin
piedad. Sólo nos queda resistir o morir, o ambas cosas por necesidad.
La despoblación rural
se me antoja como una alegoría, que sólo entenderá quien haya desgranado una
piña de pino piñonero. Cuando está madura, rebosante, los primeros piñones
salen solos de las capas primeras, sin orden y sin afectar la estética. La piña
sigue estando cerrada, hermosa, con sus increíbles alineaciones helicoidales, y
con los fallos que la hacen única y especial. Pero a medida que hurgamos en
ella en busca del fruto, su mayor tesoro, pierde simetría, equilibrio, armonía.
Al manipular las celdas se parten, y lo que era una coraza inexpugnable
comienza a sonar raro, a roto. Los últimos piñones tienen que salir a golpes,
ayudados de alguna herramienta punzante. Es entonces cuando la piña cambia de
orden áureo a caos total con tanta rapidez que casi en cada parpadeo
desconoceríamos el todo original si no fuera que la tenemos entre las manos.
Esa piña es mi pueblo; y apelo, por no maldecir, a la mano que nos sacude tan
cruelmente.
¿No oís los golpes?
Prestad atención: los repite el triste tañer de las campanas cuando encordan,
avisando que un vecino, un nuevo piñón, muere en el pueblo; es arrebatado de la
piña. A esas campanas ya nuestros ancestros le dedicaron una coplilla:
Campanas del mi
lugar,
sé que me queréis de
veras;
tocásteis cuando
nací,
tocaréis cuando me
muera.
Aunque a decir
verdad, la piña no vale como ejemplo. Más bien nos deberíamos comparar con el
gigante que surge de una sola y minúscula semilla. La alegoría sería para con
el propio árbol, y su raíz, de donde partieron por sus circunstancias los
ayoínos que allá donde fueron repitieron el extraño y bello nombre de su
pueblo, lo deletrearon y mandaron acentuar para su correcta pronunciación.
Ayoínos que ocuparon otras piñas, donde allí si, las montañas, las calles, las
gentes repitieran los golpes desgarradores. Tristemente, la copla pierde el
sentido, y la tierra que nos viera nacer quizás no nos acoja al final de los
días.
Reflejo de lo
expuesto ha sido el reciente fallecimiento de Evelio Tábara, desapercibido como
tantos en nuestra comunidad. Había nacido en la calle Palomares, en una casa
que hacía rincón. Era el año 1937, un 2 de diciembre. De cuatro hermanos fue el
tercero, y como era y es costumbre, a los pocos días en la pila bautismal de la
Iglesia, tomó el nombre de su padre. En la escuela del pueblo, donde la plaza
de la audiencia, aprendió las letras y los números, en aquellas viejas
enciclopedias que traían un poco de todo. El ansia por saber que pronto
demostró, aconsejó su ingreso en otros colegios más avanzados. Primero sería la
preceptoría anexa al Santuario de la Virgen del Campo, en Rosinos, bajo el
atento control de su tío, sacerdote. De allí a Cáceres, Badajoz, Roma, Madrid…
En 1962 fue ordenado sacerdote en Roma, enviado a Alemania y luego a Portugal.
Hasta su muerte recorrió España con su actividad pastoral, como Vicario de la
Provincia Ibérica, Superior y Capellán en Cáceres, , Director de colegio en
Badajoz, Capellán en los centros penitenciarios de Cáceres y Madrid… y por
último, y debido a su enfermedad, en una residencia de Cáceres, donde mientras
pudo celebró la misa. Su última semana la pasó en el hospital de Coria,
Cáceres, donde pronunció sus últimas palabras… “Muero feliz”.
Para Evelio el mundo
fue parcela conocida, Europa la vuelta de la esquina, España la palma de su
mano, y su querido pueblo ese lugar, inaccesible, difícil de visitar. Como
tantos partió para no volver, y su ciclo de la copla quedó roto para siempre.
Piña o pino, los
pueblos se secan, y solo queda un rincón para sus últimos frutos. El ruido de aquellas
calles, de no hace tanto, apenas ya es un murmullo que asiente y se resigna en
silencio. Solo las campanas están alerta, a sabiendas que su tañer melancólico
no callará hasta que el último de nosotros calle. Es lo que nos han enseñado y
será nuestro destino.
P: Evelio Tábara, 1937 - 2015
... realmente espléndida aportación, Joaquín, como asimismo la calidad narativa con que se da cuenta y se lleva a cabo; creo recordar que durante un tiempo estuve enviando a la página de Ayoó un poema cada vez que lo hacía los foros generales en lengua española, no sé si aún perduran o no; mis felicitaciones por el trabajo efectuado y el que, con toda segruidad, seguirá plasmando para deleite de los paisanos y de quienes nos acerquemos a él; gracias por haber venido hasta mi humilde casa; un abrazo; Orión (PD/.- ... rogar saludos para Antonio Casado si hubiese lugar u ocasión; fuimos compañeros en los 4 primeros cursos de bachiller; suelo verlo en TVE)
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