Toda una vida...
Tiene que ser complicado describir toda una vida, aunque estuviera
dedicada en un mismo lugar a la misma profesión, al mismo empeño. Si solo las
mejores memorias recuerdan, apenas a grandes rasgos, los capítulos más
trascendentales de la propia existencia, como para reseñar en unas líneas una
personalidad con toda su idiosincrasia. Más difícil me parece, tratar de componer la
semblanza de una persona con la que apenas he compartido pueblo y conversación
los últimos años, pero que a mi modo de ver las cosas, se ha ganado rincón y
homenaje en este blog, por ser ayoíno y porque creo que se lo merece.
Hoy su edad es avanzada, pero lo que más la vuelve delicada
es la cruel enfermedad que va apagando poco a poco su saber vivir, su saber
entender y su saber estar. Que doloroso tiene que ser perder los recuerdos, los
conocimientos, para alguien que lleva trabajando toda una vida con esas
herramientas tan sensibles llamadas sentimientos, consuelo, ánimo, alegría,
resignación… Su campo de trabajo siempre fue el humano, que con libertad se
dejó invitar, asesorar, conducir, acompañar y ofrecer los servicios de una gran
casa, representada en cada población, cuna de arte y tradiciones, nuestra
universal Iglesia.
Don Felipe es cura, una profesión de por vida que no tienen
más que un principio, la vocación, y una jubilación, la forzosa. A él le ha
tocado ya, y vive retirado en el apacible Ayoó, en el rincón de la calle
Palomares, lejos de los bullicios y bajo la atenta compañía de su inseparable
hermana. Don Felipe dedica sus días a la lectura, al paseo, al descanso
contemplativo, y a sobrellevar lo mejor posible su enfermedad. Salvo esto
último, todo bien ganado; por una larga y reconocida trayectoria como párroco
en numerosas localidades, y de parte última, como impagable apoyo a Don Miguel
y sus 15 parroquias, 16 pueblos.
Don Felipe nació en un 11 de junio de 1941 en Ayoó de
Vidriales, ocupando el cuarto lugar en una numerosa prole de 8 hermanos. Sus
padres reconocieron la valía de su hijo y dedicaron todo el esfuerzo y mucho
más en conseguirle continuación a los estudios iniciados en el colegio que
mediaba en la plaza de la Audiencia, bajo la tutela de Don Gabriel. Así que a
los 13 años lo matricularon en la preceptoría anexa al Santuario de la Virgen
del Campo de Rosinos de Vidriales, con el estricto Don Ángel Saavedra como
instructor. Sólo estuvo allí un año, que según recuerda fue duro, por el escaso
y anticuado equipamiento. Como era requisito, las familias aportaban
semanalmente productos hortícolas para hacer la comida comunitaria, así como el
pan y la limpieza de la ropa. Allí solo contó con 5 compañeros, y fue el último
curso de la preceptoría. A su marcha para Astorga, el céntrico colegio
Vidrialés se cerró… para siempre.
Astorga, y su viejo seminario, acogieron la ilusión del
adolescente; pero aquella novedad y mejor calidad exigía un retraso; era
necesario repetir el primer curso por presentarse con conocimientos demasiado
básicos. 13 años más y llegó por fin el día deseado, el 21 de abril de 1968
cantó misa en su querido pueblo, rodeado de sus familiares y amigos. A partir
de esa fecha, y con solo unos días de pausa, emprendió viaje junto a su hermana
al destino que le fuera elegido: Xares, en Orense, en plenos montes de León, y a
los pies de Peña Trevinca.
Toda una vida, 42 largos años desarrolló su actividad
pastoral por tierras gallegas. De parte última fueron 8 pueblos, visitas
semanales a una residencia de ancianos y clases diarias de religión en un
colegio, amén de las catequesis de rigor. El descubrimiento de su actual
enfermedad aconsejó la vuelta a Vidriales. Su despedida de tierras gallegas fue
dolorosa; entre miles de recuerdos se trajo un regalo de su parroquia: un
precioso óleo que adorna el descanso de la escalera de su casa ayoína, y que
plasma la Iglesia de Santa María de Xares y su entorno nevado. Demasiados años
abriendo y cerrando sus puertas la convirtieron en propia e inolvidable; ahora
como tesoro su imagen llena un rincón del hogar.
Xares comparte nombre con el río que corre por sus términos,
truchero famoso, pero Don Felipe no dedicaba su tiempo libre a la pesca, si no
a la albañilería. Reparar y construir, sus iglesias lo pedían. Desde
desconchones a lo que fuera necesario, de peón a improvisado oficial; ver orden
y compostura fue su prioridad, y su satisfacción.
Me he pasado un buen rato de la tarde del domingo charlando
con Don Felipe y su hermana. Amena conversación, desempolvando recuerdos,
comentando actualidad. Si al llegar me recibió con su inseparable “sin
novedad”, a la hora de marchar, y con la misma efusividad le deseo muchos “sin
novedad”, salud, y más y mejor descanso; y que aquel por el que empeñó toda la
vida le premie su constancia. Es digna de reconocimiento.
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