Cuantas veces
evitamos la belleza de nuestro entorno, suspirando con misteriosos paraísos
lejanos, a veces en lugares problemáticos o por medio de costosos viajes.
Algunos lo llaman “exclusividad” o “morbo” y en cierto modo tiene su valor
“descubrir” nuevos mundos, nuevas culturas, pero sin menospreciar, claro está,
nuestro propio patrimonio. Esta reflexión se explica muy bien con la ayuda de
un viejo refrán: “Otro vendrá que bueno te hará”.
Pues han venido, de
Salamanca, y para poner de relieve (nunca mejor dicho) la belleza natural, o
artificial y milenaria de la comarca leonesa de La Valdería. La propuesta vino
enmarcada en forma de excursión geológica, la que el mismo día se desarrolla a
nivel nacional, el Geolodía. Dos guías, Javier Fernández Lozano y Gabriel
Gutiérrez Alonso, reunieron en tiempo record más de 150 aficionados al tema, y
de forma sencilla para los neófitos como yo, nos han explicado lo
incomprensible, opinión ésta a mi parecer.
Arrancamos desde
Castrocalbón, dirigiéndonos hacia sus arrabales; en dirección este, con un
agradable paseo mañanero. El destino era Peña la Mora, un roquedal, donde se
desarrolla una hermosa leyenda que ha llegado verbalmente a nuestros días a
través de incontables generaciones. Un cuento con matices educativos, dirigida
a los jóvenes de espíritu, que en otros tiempos saciaban (saciábamos) la
natural curiosidad en expediciones para conocer el lugar que nos habían elegido
para vivir. Cuántas veces la noche nos atrapó lejos de casa, embobados con unos
nidos, los peces, o quien sabe qué cosas sorbían nuestra atención. Y también
para quienes volvían tarde de las tareas, o con el ganado, por el angosto paso
que forma Peña la Mora y la Masera de la Raposa. Como medida disuasoria se
contaba en los seranos que allí, en la reguera que discurre entre ambos
cuestos, al caer la noche se solía ver una joven y bella mora lavando ropa
encima de alguna piedra lisa. Quienes se acercaran a la mujer, les contaría que
era una princesa cautiva en una cueva, presa del maleficio que solo le permitía
salir desde la puesta de sol al amanecer. Ella pediría acompañarla hasta su morada, solo así se
rompería ese maleficio, pero de hacerlo, el desdichado desaparecería para
siempre. Quizás solo alguien que pudo escapar trajo al pueblo la noticia y
alertó del peligro. Esta leyenda confirma varias cosas: primero la persistente
influencia árabe en nuestras tierras tras siglos de ocupación. Y también la
relación de este tipo de leyendas con lugares que por algún motivo se creen
especiales. Nuestros guías supieron reconocer la importancia geológica del
lugar, y con una amena explicación comenzó un día que prometía, y se cumplió,
especial.
La verdad es que
abruma oír hablar de geología por los conceptos que se manejan. El tiempo se
cifra con soltura en tramos de millones de años como quien cuenta monedas en la
palma de la mano. Y la realidad es que son medidas que se nos escapan al
raciocinio. Por ejemplo, se suele decir que si la historia del mundo durara un
solo mes, 20 minutos antes de acabarse aparecería el hombre, y la inteligencia
se desarrollaría en los últimos segundos; y eso que parecemos eternos,
¿verdad?. Otro efecto llamativo es la presión continental, inimaginable, hasta
el punto de deformar durísimas rocas como simple plastilina entre nuestras
manos. En Peña la Mora se encuentran en pocos metros estas vetas con forma de
“U” o de “S”, aprovechadas por Javier y Gabriel para explicarnos la formación
de la cuenca del Éria, y lo que se ha dado en llamar el Sinclinal de Truchas.
La siguiente parada,
tras café de media mañana en Castrocontrigo, nos lleva a los pies del Castillo
del Conde Peña Ramiro. Es un lugar estratégico, de origen visigodo, sobre el
que se yergue el “Cristo de Valdavido” o “el Cristo de Truchas”, formalmente
conocido como “el Sagrado Corazón”; una bella estatua de unos 20 metros de
altura, obra del arquitecto Vicente Larrea, esculpido en 1957 pero colocada en
1963 sobre un torreón de mampostería. En la actualidad unos andamios delatan
obra, parece que de restauración. Pues allí, en el acantilado que conduce con
fuerza las aguas invernales del río Truchillas se han tallado en duras rocas de
origen volcánico unos canales o cuencos llamados “marmitas de gigante”. En la
pulida roca destacan bellísimos tonos oxidados, derivados de la alta proporción
de piritas. Y en los alrededores unos líquenes mezcla de hongo y alga que
indican edades de procesos o calidades del aire. Interesantísimo. También es de
destacar aquí un canal romano, visible a pocos metros del río, últimamente
usado para riego. Más de 500 km de estos canales surcan La Cabrera, algunos
tramos labrados en dura roca, para arrancar el oro a estas tierras. Cómo lo
hicieron es otra historia.
Hora de comer, nos
esperaban en el área recreativa de Truchas, al lado del río y por gentileza del
Ayuntamiento de la localidad: unos refrescos, patatas fritas y unas deliciosas
empanadas que amenizaron nuestros bocadillos, aparte de hacernos confluir en la
charla y en el descanso. Mil gracias por todo; Al finalizar los autocares y
coches particulares nos devolvieron a la ruta, con las pilas recién cargadas.
Y tercera parada, de
lujo. Desde Castrocontrigo el numeroso grupo nos encaminamos donde los romanos
removieron, o mejor dicho, mandaron remover ingentes cantidades de áridos, con
ayuda de agua canalizada, y con el objetivo de extraer el oro que aparecía
mezclado con una típica arena rojiza. El proceso consistía en guiar el torrente
para que arrastrara los sedimentos áureos hacia un filtro, posiblemente de urz,
para después quemarlo y recoger el oro. En los canales se apartaban manualmente
las piedras al paso del agua, y se amontonaban en hileras, conocidas como
murias. Varios canales confluyen en una sola salida, dando nombre al topónimo
“Vallico la Escoba”, y cualquiera que haya barrido con una rústica escoba
vegetal lo entiende al verlo. Desde allí, valle abajo y paralelos al río,
descenderían los carros romanos cargados de oro hasta Castrocalbón y su
campamento Argentiolum, de allí por la Vía XVII de Antonino a Astúrica Augusta,
y cruzando Pirineos y Alpes a Roma, destino final. Impresionante.
Difícil disciplina,
la geología, para hacernos ver la creación de todo lo visible e invisible, o el
viaje de las placas tectónicas en el tiempo y en el espacio, sin caer en la
fantasía. Las pruebas son evidentes, deformaciones y capas superpuestas, o
ambas cosas; fósiles, conglomerados, minerales, procesos geológicos… Hace falta
mucha ilusión para seguir el tema, y quedó demostrada con el Geolodía 15 León
en La Valdería. A partir de este día veo las peñas, las montañas y los valles
de forma diferente. Ha merecido la pena, ha sido una gran experiencia; muchas
gracias.
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