Descubrimos la luna
acechando a escondidas tras las ramas de un viejo roble. Su blanca palidez tomó
cierto rubor y, sin dejar de mirar, continuó su largo y lento viaje celeste.
Seguramente que de poder, hubiese bajado a reír, bailar y saltar con nosotros, como
lleva viéndolo hacer por estas fechas a muchísimas generaciones de caras
sonrientes, desde el inicio de los tiempos.
El nerviosismo se
palpaba a falta de un buen rato para la medianoche. Decían que en ese instante
el fuego debería estar en su apogeo para surtir efecto. La leña se amontonaba
de todas direcciones, colaborando manos de diferentes edades. El primer humo
supo a gloria; y, en contra de lo que suele suceder, parece que a nadie
molestaba. El crepitar solo era acallado por las gaitas, flautas y tambores de
la música con tintes celtas que reproducían unos altavoces. La única discordia
era su volumen, para algunos alta, otros pedían más…, la historia de siempre.
Apetecía brincar, y
no sé por qué. La hoguera era el punto de atracción de todas las miradas. Había
que contenerse o el salto era inminente. Pero era menester seguir el rito. A
las doce unos papelitos con lo que cada uno quiso escribir alimentaron las
llamas. Aquí tampoco hubo acuerdo: unos decían que se deberían escribir deseos
para todo el año, otros lo malo y negativo para que ardiera… A alguien vi
redactar varias líneas, estilo testamento; yo, aunque dicen que es secreto y no
lo debe conocer nadie, escribí un deseo que quiero compartir. Es la palabra más
pequeña que recoge el mayor de los tesoros: PAZ. Con ella en abundancia
apreciaríamos mejor estas celebraciones u otras parecidas, de amistad y
armonía, y respeto por la madre naturaleza.
Congosta, casi donde
nace el Almucera, y en la Congostura por donde discurre apretujado, es el lugar
y cita anual para el ritual de culto al sol, en estos días tan largos. Nuestro
fuego, como el de los antepasados, infunde ánimos al astro rey, para que aunque
decaigan las horas de luz continúe con fuerza y energía. Además, la hoguera es
purificadora, mágica, y es preciso saltarla y dejar que nos libere de ataduras
mundanas. Así que comienzan las carreras y los brincos, ya nada lo puede parar.
La edad dejó de ser requisito de formalidad; hoy y ahora todo está permitido,
hasta unos pies descalzos cruzaron las brasas, desafiando la lógica. No sé
cuantas veces saltamos cada uno, y también perdí la noción del tiempo. Qué bien
se está con buena gente.
Un gran caldero con
mezcla de frutas y bebida sirvió para calmar el calor. Compartir se ha hecho
fiesta, y con esta pócima y un unánime brindis pedimos que para el año que
viene estemos los mismos, o si acaso, alguno más.
Salud.
Del canal de YouTube de mi amigo Císimo:
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