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lunes, 17 de agosto de 2015

Calzada: pueblo pequeño, fiesta grande.
















La comarca de la Valdería abarca tres municipios, Castrocontrigo, Castrocalbón y San Esteban de Nogales. Algo difícil de entender, pues mientras el río Éria que le da nombre (Valle del Éria – Valdeléria - Valdería) se ramifica por la Cabrera, y continúa solitario hacia el padre Órbigo hasta Manganeses de la Polvorosa, solamente da apellido a 6 pueblos, a saber: Morla, Torneros, Pinilla, Felechares, San Felix y Calzada, en sentido descendente. La comarca de la Valdería se me antoja como un oasis toponímico en medio de un vergel geográfico.


Su gente es especial, sobre todo la que ocupa la parte media-baja del valle; me lo repiten sin adulación cuando digo que nací por allí. Dicen que es tierra de gente noble, desinteresada, y una excelente anfitriona para con sus convidados. Solamente hay que ver sus reuniones, sus convites, sus verbenas… Pues de los hechos nacen los dichos, y de mi reflexión sobre un reciente fin de semana este nuevo aporte: El tamaño de una fiesta es inversamente proporcional al del pueblo que la organiza. Ejemplo: Calzada de la Valdería.


El motivo era una concentración de Pendones; el motivo o más bien la excusa. Otras excusas son honrar a su patrón El Salvador (San Sogracio, que dicen los de Castro), o la invernal y de puchero, a San Antonio Abad. El resultado, unas grandes fiestas de convivencia con un denominador común: la unidad. Esta vez las enseñas del viejo reino ondearon valle arriba desde Castrocalbón, arribando al Sagral cuando todo estaba preparado para el banquete. Pero antes un poco de baile y un aperitivo en el chiringuito, como Dios manda.


No sé cuantos éramos, ni me molesté en contarnos; tal era el grado de hermandad. Solo vi que en torno a una gran paellera, que hubo que mover con un camión, se aunaron esfuerzos para servir las mesas que se extendían sobre la hierba, bajo los chopos que bordean el “pozo”, ese viejo ramal del Éria que, si nadie lo remedia, pronto volverá a ser cauce. Atención exquisita, a juicio de los comensales, que dedicaron mesa y mantel a conversar con amigos y extraños con la armonía y alborozo propios de las pendonadas. Y nada que decir del menú, excepto más alabanzas, que no me importa añadir porque aparte de ser la verdad, soy yo el que presiona las teclas. Ninguna concentración de Pendones es “una más”, todas son únicas y especiales; y verme en mi pueblín, tan bien rodeado de amigos me ha alegrado el día… y el resto de días hasta que volvamos a repetir el encuentro.


El día anterior, sábado 18 de julio, coincidiendo con la festividad de Santa Marina, las campanas llamaron a misa en la iglesia parroquial para honrar a dos personas. Una era la mujer mártir, del siglo II, que le dio nombre al pequeño pueblo desaparecido “en bajo la Marcilla”, y la otra una pendonera incondicional, Mari Luz, recientemente fallecida. Al terminar la ceremonia, la familia de nuestra amiga recogió dos condecoraciones a título póstumo: una de la Asociación del Pendón de Calzada de la Valdería, y otra de la Asociación de Pendoneros de León como Pendonera Honorífica. Ha sido inevitable esquivar las lágrimas, paradójicamente el cariño también se demuestra así, con la mirada borrosa, pero con la memoria lúcida y brillante. La buena fiesta también se compone del recuerdo para los que han faltado contra su voluntad; se les echa de menos en la calle, en el baile, en la mesa, pero nunca en el corazón. Y el movimiento se demuestra andando.










De la página amiga de Pendoneros de León:



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