La comarca de la
Valdería abarca tres municipios, Castrocontrigo, Castrocalbón y San Esteban de
Nogales. Algo difícil de entender, pues mientras el río Éria que le da nombre
(Valle del Éria – Valdeléria - Valdería) se ramifica por la Cabrera, y continúa
solitario hacia el padre Órbigo hasta Manganeses de la Polvorosa, solamente da apellido
a 6 pueblos, a saber: Morla, Torneros, Pinilla, Felechares, San Felix y
Calzada, en sentido descendente. La comarca de la Valdería se me antoja como un
oasis toponímico en medio de un vergel geográfico.
Su gente es especial,
sobre todo la que ocupa la parte media-baja del valle; me lo repiten sin
adulación cuando digo que nací por allí. Dicen que es tierra de gente noble,
desinteresada, y una excelente anfitriona para con sus convidados. Solamente
hay que ver sus reuniones, sus convites, sus verbenas… Pues de los hechos nacen
los dichos, y de mi reflexión sobre un reciente fin de semana este nuevo
aporte: El tamaño de una fiesta es inversamente proporcional al del pueblo que
la organiza. Ejemplo: Calzada de la Valdería.
El motivo era una
concentración de Pendones; el motivo o más bien la excusa. Otras excusas son
honrar a su patrón El Salvador (San Sogracio, que dicen los de Castro), o la
invernal y de puchero, a San Antonio Abad. El resultado, unas grandes fiestas de
convivencia con un denominador común: la unidad. Esta vez las enseñas del viejo
reino ondearon valle arriba desde Castrocalbón, arribando al Sagral cuando todo
estaba preparado para el banquete. Pero antes un poco de baile y un aperitivo
en el chiringuito, como Dios manda.
No sé cuantos éramos,
ni me molesté en contarnos; tal era el grado de hermandad. Solo vi que en torno
a una gran paellera, que hubo que mover con un camión, se aunaron esfuerzos
para servir las mesas que se extendían sobre la hierba, bajo los chopos que
bordean el “pozo”, ese viejo ramal del Éria que, si nadie lo remedia, pronto
volverá a ser cauce. Atención exquisita, a juicio de los comensales, que
dedicaron mesa y mantel a conversar con amigos y extraños con la armonía y
alborozo propios de las pendonadas. Y nada que decir del menú, excepto más
alabanzas, que no me importa añadir porque aparte de ser la verdad, soy yo el
que presiona las teclas. Ninguna concentración de Pendones es “una más”, todas
son únicas y especiales; y verme en mi pueblín, tan bien rodeado de amigos me
ha alegrado el día… y el resto de días hasta que volvamos a repetir el
encuentro.
El día anterior,
sábado 18 de julio, coincidiendo con la festividad de Santa Marina, las
campanas llamaron a misa en la iglesia parroquial para honrar a dos personas.
Una era la mujer mártir, del siglo II, que le dio nombre al pequeño pueblo
desaparecido “en bajo la Marcilla”, y la otra una pendonera incondicional, Mari
Luz, recientemente fallecida. Al terminar la ceremonia, la familia de nuestra
amiga recogió dos condecoraciones a título póstumo: una de la Asociación del
Pendón de Calzada de la Valdería, y otra de la Asociación de Pendoneros de León
como Pendonera Honorífica. Ha sido inevitable esquivar las lágrimas,
paradójicamente el cariño también se demuestra así, con la mirada borrosa, pero
con la memoria lúcida y brillante. La buena fiesta también se compone del
recuerdo para los que han faltado contra su voluntad; se les echa de menos en
la calle, en el baile, en la mesa, pero nunca en el corazón. Y el movimiento se
demuestra andando.
De la página amiga de
Pendoneros de León:
Bonito artículo, hermano.
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