La llegada de los
romanos a nuestra comarca, como la de cualquier invasor en tierra ajena, supuso
un cambio drástico en la sociedad autóctona, sus costumbres y tradiciones. El
paso de tan importante calzada como la vía XVII de Antonino significó mayor
empeño en la dominación. El primer objetivo conquistador sería el control de
las poblaciones, asidas con fuerza en los castros elevados, que así
aprovechaban su potencial defensivo y estratégico. Por otra parte, los
pobladores autóctonos significaban mano de obra barata, razón de más para
aparte de control procurar su bienestar. El resultado, estoy seguro, fue el
nacimiento de muchos núcleos de población cercanos a los castros, que
seguramente derivaron en algunos de nuestros pueblos.
En el último ramal de
la sierra de Carpurias, al abrigado de Peñalcuerno (944m), podríamos tener un
ejemplo práctico de lo arriba expuesto. En el argot toponímico local se conoce
como “corral de yeguas”, y es un pequeño castro prerrománico. Resulta difícil
moverse por sus inmediaciones, y mucho más sería mantener bajo dominio sus
guerreros pobladores de ascendencia Ástur. Es probable que tras su invasión
fueran obligados a bajar a algún lugar de situación benigna y aguas cercanas, y
así naciera el pueblo de Villageriz. Su poético nombre (no me digáis que no) ha
tenido varias interpretaciones; algunas erróneas, como por ejemplo, Madoz en su
volumen 16 de su Diccionario-Estadístico-Histórico de 1850, que sitúa allí la
mansión romana Brigetio (Brigecio, ¿Morales del Rey?). En el libro “Pueblos y
apellidos de España. Diccionario Etimológico”, de Julián Aydillo (2006), viene
recogido como “lugar de piedras de Molino”. Aunque parece que Villageriz es una
antroponimia, un nombre de origen personal que deriva de “Villa de Sigerico”,
según el estudio “Nuevas conjeturas de toponimia zamorana”, del 2008, de
Pascual Riesco Chueca. Sigerico fue el cuarto rey visigodo que sólo reinó 7
días en el año 415, y su nombre significa Rey de la Victoria.
Villageriz celebra
sus fiestas patronales en honor a San Pedro, el 29 de junio. El pequeño templo
de la localidad está consagrado al santo custodio de las llaves del cielo, y
hasta fechas recientes era fiesta “de guardar”. Fue el 13 de Febrero de 1977
cuando la Iglesia, a petición del ministerio de trabajo, eximió de la
obligatoriedad de oír misa ese día, declarándose laboral. Entonces, para no
perder los trabajos ni la fiesta, la traspasaron al primer fin de semana de
julio. Pero coincidió con otra festividad movible: Santa Isabel en Bercianos de
Vidriales, creando un inconveniente a la hora de invitar a los familiares
afincados en el pueblo vecino a la celebración. La solución fue mover, otra
vez, la fiesta para el segundo fin de semana de julio, como así se celebra en
la actualidad.
Al bajar del castro
trajeron consigo, cómo no, sus costumbres. Y hay una que, año tras año, han
repetido como parte indefectible de la fiesta: el Ramo. En pleno siglo XXI, en
la era del avance y la tecnología, el viejo carro que en su día fue azul, salió
de nuevo a la calle tirado por los mozos de espíritu, para buscar el árbol mágico
cargado con deidades protectoras. Se eligió uno de “entresaca” en “los Linares”,
para que el compañero se desarrolle con libertad, y por infinidad de manos se
levantó como trofeo y depositó con suavidad en el carro centenario, sirviente
de “EUSEVIO NABAL”, como reza el letrero en una de sus costanas que proclama el
dueño. Pendiente arriba, el carro y su alegre zarandeo fue por enésima vez arte
y parte de la fiesta, colaborador ruidoso en la alegría de un pequeño gentío
que para este acto no tiene edad ni distinta opinión. Un breve descanso en la
Plaza de Abajo, “al transformador”, más por alargar el momento que por recobrar
fuerzas, y ya del tirón hasta la plaza, donde la discoteca móvil daba la bienvenida
con “mi carro”, del incombustible Manolo Escobar.
El Ramo se hincó de
nuevo este 2015, para que Villageriz tenga un año de protección. Ni el cambio
de lugar, ni el cambio de fecha, ni el triste despoblamiento de sus vecinos
pueden con la tradición. Mientras quede vida sobrará esperanza en la
continuación de las más ancestrales costumbres. Con solamente 47 empadronados…
Villageriz aguanta.
Bien por ellos.
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