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domingo, 12 de junio de 2016

Mi humilde aportación al Pretérito Imperfecto.


Del bien entendido desinterés, que no es falta de curiosidad o ilusión (al contrario, es de lo que más tiene), ha nacido un proyecto promovido por el Instituto Leonés de Antropología y Desarrollo Rural: Pretérito Imperfecto. Un proyecto remunerado únicamente con el saber que es un trabajo en equipo entre gente que ama su tierra y sus costumbres, coordinados por un amigo de sus amigos entre los que me cuento, Francisco Velasco, conocido folclorista, alma máter de Cantar de Crines.

La idea me parece que tiene, entre otras virtudes, la de ser original. Una foto antigua, y una reacción literaria. Todo recogido en papel y formato digital, y expuesto al público para en caso de prosperar y generar dinero dedicarlo a algún fin social. Un propósito brillante para el que han sido invitadas gentes de lo más variado de la sociedad; yo mismo, un simple albañil de pueblo.

El blanco y negro de fotografías inéditas de la colección que Francisco guarda y presta con celo, nos evoca tiempos y escenas de la primera mitad del siglo pasado, con la naturalidad e inocencia de aquellos usos y tradiciones que hoy aportan tantos recuerdos. Parece que hace mil años y apenas fue ayer, con sus luces y sombras, esa es nuestra identidad, y los nuevos textos el torrente de sensaciones que cada cual tiene a flor de piel.

Mi humilde aportación, un insignificante granito de arena, parte de la estampa de la fiesta Sacramental. Todos los valores morales inculcados en aquella sociedad se reflejaban un solo día, cuando el pueblo entero celebraba su festividad. Amistad, respeto, agradecimiento, laboriosidad, paz, tolerancia… Ese ha sido mi punto de vista y así lo he querido hacer ver:

Pero no sin antes agradecer infinitamente haber sido seleccionado.


Caras largas, emoción contenida.

El pueblo rinde tributo a su más fiel definición de unidad. Quizás solo sea por un día, de no importa qué mes, pero es la fecha esperada con ilusión.

Las casas rebosan humanidad. Fieles convidados venidos de lejos se acomodan en sus últimos rincones desde hace días para preparar el acontecimiento. Ha corrido la sangre de castrón, de pollo, de cordero… todos celosamente reservados para la ocasión. Se han desempolvado las grandes tarteras de Pereruela y llevan toda la mañana sobre el fuego de la recién encalada cocina, vigiladas de cerca por la sabiduría popular en el arte culinario. Mismamente parece que el humo oliera a gloria. Con la alborada es menester madrugar para cortar ramas de cualquier frondoso árbol y llenar de verdor las calles recién barridas y regadas por mor de matar el polvo. Incluso las más humildes paredes de huerto lucen sus galas vegetales; hoy, el pueblo parece otro.

Las campanas repican a fiesta, los niños corren, los mayores se besan. La pana y el lino, la estameña y el mantón florido salieron del arca severamente custodiada por alcanfor. Hoy se ve la calle regada de tomillo, romero, hinojo; hoy relucen la cruz parroquial y los faroles, se pasea el palio y hay concelebración en torno al Santísimo, que se digna en bendecir a su parroquia. Hoy sabemos de solemnidad. Y exhibiendo fuerza y maestría allá van los mozos, con el Pendón acariciado al viento, con el orgullo a flor de piel.

Luego a comer, manjares selectos y alegría en el mantel, aunque mañana solo alcance para sopas de ajo en puchero de barro. Y sobremesa del enorme mazapán y su consabido pocillo de café y copita de licor. Sin prisa, pero sin pausa, que en la pradera da en arremolinarse la gente para juegos y bailes de dulzaina y tamboril, y hay que llegar antes de que saquen a bailar a las mozas más guapas…

¡Pero callarse, hombre, que vamos en procesión…!

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