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domingo, 31 de julio de 2016

Emiliano, maestro pendonero.

Emiliano Santos. 
Viñeta de Juárez, Diario de León

Solo algunas veces, la afición pasa de ser un mero entretenimiento, una distracción, para convertirse en una motivación en continuar o mejorar, o en darle el toque personal para añadir aún más si cabe estilo o atractivo; entonces habrá nacido un bienhechor, un abnegado artista.

Recientemente, he tenido el placer de conversar con uno de ellos, Emiliano; toda una institución en el extravertido mundillo de los Pendones leoneses. De carácter campechano y bonachón, recoge en sus excelentes 80 años toda la esencia de una tradición milenaria. Primero pujador, luego remero, y mientras fabricante de varas: quiero pensar que desde siempre se hizo así, pocos medios y muchas ganas de participar llevaron a algunos intrépidos autodidactas a construir y mejorar lo que hoy día mejor representa la idiosincrasia de los pueblos leoneses, los Pendones.

Emiliano Santos era albañil. Pero albañil de los de antes, que lo mismo valía para un roto que para un descosido. Compartía el noble arte de levantar edificios con el más noble de restaurar las partes que el tiempo, el uso o las adversidades se encargaban de deteriorar. Una profesión que exigía el dominio de varias técnicas, lejos de las especializaciones actuales. Son trabajadores instruidos por un maestro que se llamaba necesidad, intuición, perseverancia…, sé bien a lo que me refiero, mi padre, de su aproximada edad, realizaba las mismas tareas: pura y malpagada artesanía multidisciplinar.

Emiliano vivió aquellos años con la ilusión de participar en cuantas pendonadas se organizaran en la contorna, y sobre todo en la más especial, la de Castrotierra a Astorga. Con el inconveniente que en su pueblo, Santa María de la Isla, la vara del Pendón se había partido, el paño deteriorado, y él y el medio centenar de mozos que por entonces había, tenían que pedir a otros pueblos que les dejaran llevar el suyo. Llegó a ser clamor popular restaurar el Pendón; varias mujeres se comprometieron a las labores de costura, y su experiencia en las reparaciones lo animó a un reto: labrar una nueva vara para participar sin pedir favores. Fue su padre, Domingo, con alguna práctica más en carpintería, quien lo aleccionara en el cómo y por donde comenzar aquella empresa.

No es nada fácil, y lo demuestra las poquísimas personas que se atreven (con las facilidades que aportan las modernas herramientas), a fabricar tamaña pieza que cumpla una serie de requisitos: Belleza, altura, rectitud, ligereza, ausencia de cimbreo… cada vara es única y especial, de eso sabemos los pendoneros. La madera empleada ha ido mejorando; desde el chopo del país, pasando por los “palos de la luz”, a las actuales maderas laminadas; lo mismo que el paño, desde la costosa seda adamascada a las actuales sintéticas. Un proceso de adaptación que nada resta a la verdadera intención que siempre acompaña a los pendones: hermandad, amistad, conversación y sobre todo, armonía.

Emiliano ha adquirido esa rara habilidad de conseguirlo, y Vidriales es y será testigo de sus obras. La vara del Pendón de la Virgen del Campo, la del futuro Pendón de Carracedo, y la del futuro Pendón de San Mamés de Ayoó serán erguidas gracias a sus manos, Dios mediante, en este próximo agosto. Y solo son algunas de los más de tres cientos que se exhiben en la actualidad, de aquí a lugares tan alejados como Malhadas, al lado de Miranda do Douro, o Poza de la Vega, Palencia.

Las varas de Emiliano están perpetuando unas enseñas medievales que recorren la península en lugares destacados como Pamplona, Sevilla, Palencia, Madrid, Gijón o por el vecino Portugal, amén de nuestras fiestas y romerías, en las que añaden una sobredosis de elegancia y colorido. Un hecho que ayuda a mantener vivas nuestras más ancestrales tradiciones.

Dice un refrán que “de tal palo tal astilla”, y la sabiduría popular raras veces se equivoca. Domingo, instruyó a Emiliano, que a su vez ha inculcado el gusanillo a su hijo, Toño, para continuar la labor artesana de restaurar una pieza básica en la milenaria costumbre que incluía a todos y cada uno de nuestros pueblos. Yo, como aprendiz de pujador que soy, solo pretendo darle el mérito a quienes lo merecen, al maestro pendonero Emiliano y a su discípulo, y agradecerle sus conocimientos y el permitir ocupar una página de mi humilde blog. Con pocos como ellos, los Pendones están a salvo, y nuestra afición perpetua.











Fotos del proceso de labrado. 
Fotos de Toño.


Recogida de las varas para Vidriales. 
Emiliano, tercero por la derecha.



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