La recuperación y
nueva puesta en uso de una pieza histórica popular desaparecida es una tarea
compleja, cargada de incertidumbre. Sin intención ni malicia, se corre el
riesgo de modificar la verdad, esto es, mentir en la necesidad de responder
preguntas cuando el olvido o la omisión han destruido las respuestas. Quienes
emprendan tan honroso proyecto, notarán irremediablemente frenados los trabajos
al no tener delante el original, obviamente. Para fidelidad nada mejor que la
palabra escrita, y aún así no siempre está recogido lo cierto y auténtico; hay
intereses o forma de ver las cosas que han cambiado el devenir de los
acontecimientos; está demostrado. También se puede contrastar la opinión de los
mayores (benditas memorias), y mediar entre las distintas versiones en caso de
haberlas. Y por último aplicar la “navaja de Occam”: "En igualdad de
condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta". En todos
y cada uno de los casos, de querer tenerla, la controversia está servida.
Expuestas y razonadas
las bases, se puede comenzar tan bello proyecto que nos retraiga a épocas
antepasadas, cuna de nuestra sociedad, principio y explicación de muchas de
nuestras costumbres, en resumen, qué somos y de donde venimos. Ésta es la razón
de la importancia, pues como dijo el sabio “la verdad nos hará libres”.
Ayoó de Vidriales
tuvo su Pendón, como casi la totalidad de pueblos del viejo Reino de León.
Razón de más por la condición de villa que vete a saber quien y por qué antaño
concedieron a nuestro pequeño pueblo. Un Pendón que ya muy pocos mayores vieron
ondear por las calles del pueblo, procesionado en las fiestas sacramentales.
Solo algunos destellos en la sorprendente capacidad retentiva de quienes por
entonces no eran más que niños lo pueden confirmar.
Alberto Alonso es uno
de ellos, y su recuerdo es corroborado por otras personas de su parecida edad.
Describe como fue la última salida desde aquella posición adelantada de niño
monaguillo, al lado del párroco, justo detrás del Pendón. En la calle que sube
desde el frente del ayuntamiento, justo en la esquina a mano izquierda, bajaba
la procesión del día de San Bartolo. Llevaba el Pendón al cinto “el ti” Pascual
Lobato, y el remo “el ti” Plácido Gutiérrez. Un remolino azotó el paño,
perdiendo el pendonero el equilibrio, y yendo al suelo con el consiguiente
rumoreo dentro de la comitiva. Los hombros trasladaron al caído a la Iglesia, y
en la esquina derecha trasera donde hasta no hace tanto estaba la pila
bautismal, reposó largo tiempo. Primero con el paño, después desnuda, la vara
cumplió sus últimos años de vida como palo de escoba, para quitar las telarañas
en la parte más elevada del templo.
De esta historia hace
más de ochenta años, Alberto, y gente más joven recuerdan la vara en la
esquina, con paño o sin él, como también recuerdan una segunda vara bastante
más corta, apoyada al lado de la primera. Como ahora suele ser normal que un
pueblo exhiba Pendón y Pendoneta, antaño no solía suceder, a no ser que una
cofradía u otro tipo de congregación contaran con la suya propia. Ayoó de
Vidriales en algún tiempo estuvo sembrado de ermitas: la de las Animas, la de
la Alhóndiga, la de San Bartolomé, etc, y la de San Mamés. Podemos afirmar que
a alguna de ellas perteneció la vara pequeña, y aunque nadie viera ya restos de
paño, es fácil que llevara los colores del grande, que por lo visto y leído, también suele suceder.
Hemos buscado
escritos que documenten nuestros Pendones; aunque nunca es tarde nada hemos
hallado. Del paño poco sabemos, aparte del testimonio de Alberto y sus
contemporáneos (algunos ya fallecidos), todavía hay quien recuerda unos restos
en las cajoneras de la sacristía, y todos coinciden en un color “parecido a las
cubiertas de los libros de la Iglesia”, o sea, encarnado, colorado o carmesí. Y
de la misma forma sitúan con gran claridad unas “tiras doradas”, la
pasamanería. Es perfectamente evidente que así fuera, así que damos por
concluido el rompecabezas.
En el último año una
familia ha querido donar un Pendón para San Mamés y cuantas tradiciones estén
relacionadas. Puestos manos a la obra, hemos elegido una vara obra del maestro
Emiliano, y las labores de costura de Mercedes Pérez, muy conocida en el
mundillo folklórico como “Merche la cubanita”. El pasado 7 de agosto, en la
explanada de la ermita, hemos visto el deseo cumplido con la bendición de un
Pendón de 5,50 metros y su paño carmesí, con bastante seguridad como el pequeño
de antaño.
Hoy domingo, hemos
ido a buscar al santo para realizar las futuras obras en su casa, la ermita.
Con todos los honores, como Dios manda, lo hemos subido a hombros presidido por
la que ya consta como su enseña. Ya en la Iglesia llegó caminando Alberto,
haciendo un enorme esfuerzo, para conocer el Pendón y rememorar aquellos años
de niño monaguillo. La satisfacción brilló en sus ojos, y por reflejo en los
míos. Hoy toca dormir tranquilos; la historia en su afán de repetirse nos ha
agraciado con un nuevo punto de partida. Velaremos por él.
Informantes: (De
entre los muchos)
Laurentino Cano.
(DEP)
Alberto Alonso.
Llegada a la iglesia. (Fotos Marian)
En la Iglesia.
Excelente artículo Joaquin y muy buen trabajo el que algunos hacéis para conservar las tradiciones.
ResponderEliminarCon tu permiso cojo una de las fotos para publicarla en Twitter
Enhorabuena, es una hermosa tarea la recuperación y conservación de nuestros símbolos y mas cuando se hace con cariño y dedicación.
ResponderEliminarUn abrazo
Javier López