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domingo, 22 de enero de 2017

Pies... ¿para qué os quiero?


Parece ser que desde el mismo momento que los humanos decidieron erguirse, según algunos estudios hace la friolera de 3,5 millones de años, ya comenzaron a proteger aquello que estaba en contacto con lo terrenal, los pies. Se explica esta actitud por la necesidad de caminar o correr más tiempo, abrigar de humedades y fríos, y así llegar más lejos y con mejor salud. Pero el calzado debilitó la forma y defensa natural del pie; cada vez los tenemos más delicados y por tanto tendemos a protegerlos todavía más. Estamos en una espiral con un futuro difícil de predecir; y además, me parece imposible de invertir.

Recientemente he sentido el privilegio de acceder al desván de un conocido establecimiento, lo que antaño se asemejó a todo un hipermercado en el corazón industrial de esta comarca: La ferretería de Fran en Santibáñez de Vidriales. En éste artículo nos vamos a centrar entre los complicados años de la guerra civil, hasta la década de los 60 aproximadamente, entre la pobreza y la necesidad, tiempo en el que los vidrialeses acudieron aquí en busca de todo tipo de productos y mercancías, para lo que siempre hubo una extraordinaria oferta. El polvoriento desván almacena, inexplicablemente para mí, restos y retales de mercancía obsoleta que nunca llegó al cliente, o bien porque el almacenamiento fue excesivo, o porque los nuevos productos dejaron en la estantería lo que más tarde no terminó en el cubo de la basura (por suerte), lo que en este momento nos permite recordar formas y modos de vida de unas generaciones brillantes, la de nuestros abuelos y padres. Creo que el cambio que sufrieron en su siglo de existencia fue muchísimo mayor que mil años atrás, con lo que ello conlleva de esfuerzo y adaptación a los nuevos tiempos. Y por lo que he podido ver, para los años elegidos y a modo de homenaje, así protegieron sus pies:

No están todos los que son, ni son todos los que están; solo pretendo resumir la base, el calzado de una gente trabajadora y sufrida como quizás no volvamos a conocer. Y comenzaré por la forma más sencilla de andar: los pies descalzos. Si, hoy nos sería prácticamente imposible caminar sin comedidos tambaleos por algo que no sea la fina arena de una playa. Y sin embargo, en aquellos años todo lo relacionado con el riego de las parcelas o huertas se realizaba así, entre la tierra áspera y peligrosa, porque las botas de goma tardarían en llegar y poderse adquirir. También en los trabajos en las eras, o en las labores de recogida de paja y grano, los pies descalzos fueron norma y regla común, ajena a las diferencias entre ricos, pobres, viejos y niños. Los pies adquirieron tal nivel de protección y dureza al contacto con el suelo, que son conocidas las personas que eran capaces de correr descalzos detrás de los “pollos de perdiz” por el rastrojo recién segado. Desde luego, no recomiendo probar a nadie.

La madera, la socorrida madera cubrió los endurecidos pies para, sobre todo, aislarlos de la humedad. Y es clásico el calzado de una sola pieza de madera: “las galochas”. Unos buenos calcetines de auténtica lana de oveja, y aquellos ligeros recipientes con la forma del pié lo tendrían todo el día caliente y seco. Si bien hay que reconocer que las galochas siempre fueron el segundo calzado, para llevar por encima de unas zapatillas finas, de paño. Los tres tacos de cada una se protegían con sendos tacos de goma, por aquello de minimizar el ruido, y prevenir el desgaste. Por lo que recuerdo, y he podido preguntar, eran el calzado de andar por casa, cuando la casa comenzaba donde terminaba la morada humana.

El mismo planteamiento de la sana madera lo llevaron “los chancros”: una plantilla con la forma del pié, con un ligero rebaje superior donde asegurar mediante clavos la parte superior de un zapato de cuero, con sus cordones del mismo material. En la parte delantera una puntera de chapa, la testa, protegería el conjunto de cualquier tipo de terreno por abrasivo que fuera, lo mismo que unas minúsculas herraduras asidas con clavos a la suela para alargar indefinidamente la duración del pesado zapato. Este si que no importaba que sonara, era el todoterreno del campo, del monte, de las viñas… del trabajo incesante, duro y demoledor… Nada que se pusiera delante o debajo de unos chancros resistió su empuje, tan así, que sacaron a la gente hacia delante del peor de los atolladeros, la miseria.

Un tiempo más tarde dieron en aparecer unos zapatos un poco “raros”, de un material flexible y de secado rápido tras meterse en el agua: “las albarcas”. Parece ser que no eran más que recortes de neumáticos defectuosos de automóvil, con la forma de la suela. A partir de ahí, con la misma goma, o con cuero, se tejía el entramado que envolvería el pié. Aquello era mucho más dócil y ligero que el chancro, más “de verano”, y caló como una nueva forma de caminar. Las albarcas parecen más una sandalia que un cerrado zapato, y de hecho algunas encontradas eran esa variante, con curiosos recortes de neumático blanco y negro como base. Había varios modelos, el más modesto parece insufrible, al tener que meter los pies en un pedazo de cubierta redonda de coche, y sin embargo no hace tanto una marca de calzado se anunciaba en la tele como la mejor innovación, sus suelas curvas.

Seguidamente, hacia el final del espacio de tiempo elegido, se comenzaron a distribuir zapatos con suela de goma, sobre todo de la conocida marca “Segarra”, así como zapatillas de “la Cadena” que fueron desplazando las de suela de esparto, y otras con largos cordones para atarlas a los tobillos. La revolución industrial, y el auge en el transporte de mercancías, hicieron posible reponer las estanterías y acercar al público un modo mejor de caminar. Todo ocurrió tan rápido que el nuevo género fue apartando al viejo hasta arrinconarlo bajo el peso de años de polvo y olvido. Desenterrarlo ha supuesto apreciar infinitamente más el legado que nos ha llegado; si así envolvieron sus pies, no me imagino donde estaríamos de haberlo cuidado como se mima hoy en día. Y es que aparte de la pesadez en el caminar, no puedo dejar en el tintero la realidad de unos inviernos muchísimo más crudos que los actuales, las calles con más de un palmo de barro, y la necesidad de salir cada día de casa por malo que hiciese a abrevar el ganado o buscarle la comida, a por agua a la fuente, leña para la lumbre, lavar la ropa… y el sinfín de tareas que no se podían dejar para otro día mejor. Ni puedo dejar por resaltar que la electricidad (más allá de una bombilla por hogar), la calefacción, los electrodomésticos o los tractores y coches comenzaron a llegar con la misma timidez que galochas, chancros y abarcas dieron paso al calzado como lo conocemos en la actualidad.

Es difícil precisar los tiempos de cada especie descrita, la economía nunca fue por igual para toda la gente, ni en todas las comarcas. A la par de los artículos mencionados siempre estuvo la figura del zapatero, imprescindible en cada pueblo para la fabricación a medida, lo mismo que el herrero; juntos remendarían las veces que hiciera falta las roturas y desgastes, para torturar más si cabe los cansados pies.

He intentado resumir solo lo comercial, y a la vez me imagino la de veces que los escaparates en algo de primera necesidad como el calzado, fuese un sueño difícil de alcanzar. Observar y tentar estos rústicos complementos del vestuario tiene su parte positiva, quizás así sepamos ver que no vivimos tan mal como parece, que quienes nos dieron gran parte de lo que disfrutamos, viviendo quizás con más resignación que felicidad, molieron los pies en pos de dejar un mundo mejor. 

Desde aquí, a donde quiera que estén… gracias.

Las galochas.



Los chancros








Las albarcas









Las zapatillas de esparto


Las zapatillas de goma


Calcetines de auténtica lana de oveja, hilados y tejidos expresamente para mí por mi abuela Avelina.



2 comentarios:

  1. Yo he vivido estos cambios. Me acuerdo de los chancros de mi padre y de las galochas. Y alguna vez intenté dar un paso con ellas. Después, las abarcas, que en mi pueblo se llamaban chanclas, las zapatillas de la Cadena, ...En fin, gracias por traer al presente la realidad de nuestro pasado y gracias a Fran por no haberlo tirado.

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  2. RECUERDOS DE TIEMPOS PASADOS. FELICIDADES POR HACERNOS MEMORIA HERMANO. UN ABRAZO.

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