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lunes, 30 de enero de 2017

San Bartolo y los Templarios


Hace ya unos años (cómo pasa el tiempo), publiqué un artículo con la explicación de la imagen de San Bartolomé, la que está en lo más alto del retablo mayor de nuestra Iglesia. Hoy, tras un encargo y el posterior examen detallado de la imagen, desde mi humilde punto de vista, toca rectificar. Nada de lo dicho parece cierto, en parte por la falta de algunos detalles por pérdida, que no creo, o por retirada por considerarlos ofensivos para el lugar destinado. En la mano derecha sustenta una larga cruz, como si fuera un bastón; no tiene absolutamente ningún sentido, lo mismo que la cruz que le colocaron a su vecino San Antonio Abad, ambas pintadas de colorado. San Bartolomé, en su mano derecha, mostraba su atributo más conocido, el cuchillo; no concibo su retirada y cambio, es más, me gustaría su reposición. La mano izquierda también induce a pensar que algo falta, que algo discurría por el hueco que forman sus dedos índice y pulgar. Ha sido el examinar al demonio que parece retorcerse a sus pies la clave para solucionar el enigma; en su cuello lleva un collar metálico del que sobresale una argollita, desde ahí, hasta la mano izquierda del santo, falta una cadena, y no hay como consultar los textos antiguos para encontrar la verdadera intención que nos quiso indicar el artista de la talla.

San Bartolomé partió de Roma a predicar el Evangelio en dirección a Asia, y llegó a Armenia, justo donde termina Europa. Allí, en un templo se adoraba a Astarot, un diablo muy astuto que mediante trucos y artimañas embobaba a la población con falsas curaciones y predicciones. Cuando San Bartolomé entró en aquel templo el diablo se quedó mudo e inmóvil, por lo que sus seguidores preguntaron por aquel comportamiento a otro demonio farsante, Berit. Éste les explicó que Bartolomé, apóstol del Dios verdadero, tenía encadenado a Astarot con cadenas de fuego, y que por favor no le hablasen de él, porque seguramente le hiciera lo mismo. Esa es la cadena que falta en la mano izquierda de nuestra imagen, el atributo de control del mal.

San Bartolomé tampoco falta en uno de los murales más extraordinarios de todos los tiempos. El maestro Miguel Ángel no solo lo incluyó para su trabajo en la Capilla Sixtina, sino que además lo eligió para dejar en él su firma, lo que parece su autorretrato. Hay dos versiones de este motivo, una la desgana y el malhumor del artista al afrontar la obra, y otra para poder colocarse un poco más cerca del cielo, lugar que él creía no merecía, por sentirse atormentado. Para Miguel Ángel aquella piel era la alegoría del abandono de un cuerpo inútil para que el alma pudiera llegar al Paraíso. Otra genialidad suya más.

San Bartolomé es para mi uno de los santos más curiosos de los expuestos en nuestra iglesia; para empezar este nombre es un patronímico (el hijo de Tolmai), su verdadero nombre es Natanael. Por si fuera poco, encima se recorta como san Bartolo, y quizás por la sonoridad se usa en modo un tanto burlesco y despectivo. Aún así, según el INE, 35 personas se llaman Bartolo, y 17.515 Bartolomé en España. Su festividad, 24 de agosto, ha acaparado el fervor popular ayoíno, relegando a El Salvador, verdadero patrono a fiesta de segunda clase, o de tercera, detrás de San Mamés.

Es imposible saber cómo comenzó la devoción a éste apóstol en el pueblo, sugiero podría ser una alusión a la Orden del Temple, sus incondicionales devotos, que recordamos llegaron al Monasterio de Ageo en el 1182 de forma violenta, (per ptemtiam secularem), según los textos antiguos. Yo creo que lo que hicieron fue poner orden, ya que el último Abad, Pedro Pérez, lo tuvo en propiedad hasta marzo de 1169, año en que lo abandonó sin jerarquía para irse como obispo a Coria, Cáceres. Pedro Pérez murió en 1177, dejando hasta la llegada de los Templarios Ageo sin Abad, lo que indica una situación de disputa en el control y dirección del monasterio. Ni siquiera una bula papal de Lucio III imponiendo la devolución de Ageo expulsó al Temple de estas tierras, seguramente al considerarse coto particular, en propiedad, desde la concesión de éste título a don Suero por el rey leonés Alfonso VII en 1154. En 1310, con la disolución de los Templarios, desaparece la casa monástica, y el pueblo que la rodeaba pasó a constituirse parroquia y a depender de la Tenencia de Alcañices.

Aproximadamente durante 128 años, el pueblo de Ayoó de Vidriales compartió rituales Templarios; San Bartolomé, o San Andrés, pueden ser reminiscencias de aquella época mal entendida. Por supuesto que la talla, o el lienzo de San Andrés no son tan antiguos, pero bien conocidas son las sustituciones de obras que el tiempo y el uso obligaran a la reposición. ¿Pudiera ser? Ahí lo dejo.




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