En un lugar de
Vidriales,
Santibáñez, “pa” más
señas,
que levante el pie el
pequeño,
el grande incline la
testa,
el curioso abra los
ojos,
quien quiera oír, las
orejas;
no se queden en la
calle…
por favor, pasen y
vean.
Cruzando el local angosto
podremos ver, a la
izquierda,
la fragua de tío
Ginés,
que templara tantas
rejas
y zadones, herraduras,
lo que la gente quisiera.
Ginés enseñó al
sobrino
Manolo y dejó
herencia.
Después el macho
pilón,
y el taladro, con
correas,
el esmeril, el
soplador,
y el motor que los
maneja.
Luego está la
soldadura,
una nueva y otra
vieja,
y la máquina de corte
quedó atrás, a la
derecha.
Medio siglo
machacando,
desde el alba a noche
negra;
sufre y sueña, hasta
que un día,
por fin el júbilo
llega.
Los recuerdos y
saberes
en el artista
despiertan;
es amor por el
trabajo:
esta fragua no se
cierra.
Al fondo una ventana
quiere alumbrar una
mesa;
amontonado desorden
donde el genio todo
encuentra.
Aquí trabaja Manolo
lo que dicta su
cabeza,
a poder ser en el
hierro,
y cuando no en la
madera.
Aquí nacieron la casa
de la fábrica, la
Iglesia,
el arco, icono del
ferial,
chimenea y alcoholera.
Miniaturas de
labranza,
de máquinas y
herramientas;
Sancho y Quijote
defienden
el lugar donde se
muestran.
Hizo el carro de las
vacas…
no le falta ni una
pieza,
con los clavos y
tornillos,
tentemozos y bracera,
y las pernillas de
acarrear,
como antaño, “pa” las
eras;
tantos radios y
pinazas…
y los aros en las
ruedas.
Si algún día me
jubilo,
Dios me dé salud, quisiera
ser parecido a
Manolo,
a su edad tener su
fuerza,
su alegría y saber
estar,
su maestría y
paciencia.
Acabo aquí… por
terminar;
que, por decir…
¡cuánto queda!
---ETJ---
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